Este tipo de armamento, siempre individual y destinado a una clientela de civiles, fue muy utilizado por la plebe en todos los tiempos y países, que solía camuflar el arma con objeto de darle una apariencia inofensiva o incluso reconfortante (en todas las épocas ha habido puñales camuflados de crucifijos, por ejemplo) para no despertar sospechas en la victima con la exhibición de un arma principal.
Otro artificio destinado a sorprender a la victima consistía en el empleo de un arma impropia, de peligrosidad aparentemente escasa, pero que añadiéndole particulares métodos de construcción y refinadas técnicas de uso le proporcionaron posibilidades ofensivas de relieve. Este segundo método fue usado preferentemente en los países orientales, mientras que el primero es característico de Europa.
Entre las clasificables como de tajo y percusión conviene recordar la “azagaya”, el “bastón animado” y el “feruzuo”.
La azagaya es un solidó bastón que contiene una hoja de forma variada que, accionada por un brusco movimiento hacia delante, por inercia, se proyecta fuera de la extremidad del bastón.
El talón de hierro esta bloqueado por un diente con muelle que impide que la hoja vuelva a entrar: un bastón normal es así transformado, de improviso, en una especie de lanza corta. Además, la liberación de la hoja, prolongando el radio de acción del arma, disminuye sensiblemente la distancia de seguridad del adversario; por lo tanto, una oportuna liberación de la hoja puede traspasar al enemigo antes incluso de que se de cuenta de la naturaleza del arma. La azagaya apareció en los últimos años del siglo IV, si bien con toda probabilidad su uso ya era conocido por viajeros y peregrinos de épocas anteriores, a quienes se adaptaba bien, siendo fácilmente disimulable bajo el aspecto de un piadoso bastón de peregrino.
Un arma totalmente parecida se encuentra entre las empleadas en el Japón medieval: la azagaya oriental es un bastón hecho de bambú y reforzado por revestimientos de fibras en el punto de contención.
Otro ejemplo típico de arma oculta que asocia las funciones de tajo y percusión es el bastón animado. Muy utilizado en los primeros años del siglo XIX, sustituyo al espadín en el flanco del gentilhombre; el cambio fue favorecido por la costumbre, entonces arraigada, de llevar, como complemento de la indumentaria, un bastón de paseo, que se prestaba para esconder, en su concavidad interna, una hoja de espada, estoque o puñal.
A principios del siglo XIX se fabricaban y se vendían todavía ejemplares de tales armas, adaptadas no solo a los bastones, sino también a las sombrillas. El ensamblaje entre el mango y el bastón (que surgía de la vaina) se lograba con un tope con liberación de muelle, o con un engaste, lo que hacia necesaria una rotación parcial del mango para liberar a la hoja. El uso práctico del bastón animado preveía dos técnicas fundamentales: extraer la hoja como si se tratara de una vaina de espada normal, y atacar usando ambos componentes (espada y vaina), o bien agredir al adversario con un golpe de arriba abajo, asestado con el bastón cerrado.
Si el golpe tenia éxito, el atacado se encontraba con una lesión en la cabeza o en un hombro; si, en cambio, el adversario interceptaba el golpe, era el mismo, al asir el bastón, quien liberaba la hoja escondida, que pasaba de tal modo a ser usada.
Un arma oculta, que ejecuta la doble función de la percusión, es el feruzuo, de origen japonés. Estaba constituido por un asta cóncava, de 5 a 6 cm. de diámetro y de una longitud aproximada al metro. En el interior del asta se encontraba una cadena, que terminaba en un conjunto metálico espigado y de forma alargada. Blandiendo el feruzuo, la fuerza centrifuga provocaba la salida de la carga y de la cadena que, al final de su trayectoria, se engastaba en un cierre. Se obtenía así una especie de fundíbulo de cadena larga el cual, además de su función especifica de percusión, podía ser empleado para capturar armas adversarias o para enrollar las piernas del enemigo y provocar su caída. Algunos ejemplares están dotados de dos pesos, cada uno de los cuales esta unido respectivamente a una cadena; otros tienen una mayor longitud de asta (hasta dos metros) y otros, en fin, son huecos, disponiendo el asta de una lanza (dado el reducido diámetro del mango de la lanza, los pesos y las cadenas deben tener dimensiones exiguas: su función es, pues, derribar al adversario, pero no matarlo).
Objetos propiamente inocuos pueden transformarse en armas impropias, o consideradas como tales, gracias a un diestro empleo. Llevando a las últimas consecuencias tal principio, se puede afirmar que cualquier objeto, animal o, paradójicamente, situación psíquica o meteorológica pueden oportunamente empleadas, dañar o destruir a un adversario. El concepto enseñado en la cultura occidental por Nicolás Maquiavelo, también se hallaba arraigado entre los pueblos de Extremo Oriente, que elaboraron diversas técnicas para utilizar, como armas eficientes, objetos de uso común y aparentemente inocuos.
El Japón, entre todos los países orientales, fue el que mayormente aplico tal tendencia, ya por necesidad socio-política, ya por el principio filosófico-religioso de la unidad y de la polivalencia integrada.
Para ejemplificar este tipo de armas bastara con citar el “tessen” (o tetsusen, palabra compuesta de tetsu,
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