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jueves, 11 de diciembre de 2008

La guerra en la Grecia antigua

Dos ejércitos avanzan uno hacia el otro e inician la batalla al sonar las flautas. Los destellos del sol caen en los cascos con crestas y en el hierro de las lanzas; el rugido de cánticos de guerra surge de miles de gargantas. Las trompetas emiten una señal estridente. Los ejércitos alzan sus lanzas para ir a la carga, y comienzan a correr. Avanzan hacia la lucha cuerpo a cuerpo, y el choque de las espadas con los escudos es ensordecedor. Para los pueblos de la antigua Grecia, el enfrentamiento entre los ejércitos, en el campo de batalla, era un aspecto familiar de la vida. Las ciudades estado guerreaban entre si con regularidad y ante el menor pretexto. Todos los ciudadanos, es decir, los varones, estaban obligados a combatir, aunque solo Esparta tenia un ejercito profesional. La temporada de guerra empezaba en marzo y terminaba en octubre, para que los hombres regresaran a cosechar aceitunas y a hacer vino. En la economía agrícola de las ciudades estado, el mejor método para provocar a un enemigo era destruir sus cosechas, o amenazar con hacerlo. A pesar de las hostilidades, los griegos eran capaces de formar un eficiente ejército nacional cuando sentían una amenaza externa. El enemigo principal durante el periodo clásico fue el imperio persa, y esta guerra abarco los primeros años del siglo V a.C. posteriormente, los griegos se enorgullecieron de su victoria sobre el ejército persa en Maratón, en el año 490 a.C., y sobre la flota persa en Salamina, diez años mas tarde. En Atenas, los jóvenes entre 18 y 20 años de edad, llamados “efegoi”, eran entrenados militarmente. Se alistaba a cualquier hombre entre 18 y 60 años, aunque después de los 50 eran emplazados en las guarniciones. En las emergencias, se alistaban tanto a los cadetes como a los veteranos. El soldado que se despide de su esposa e hijos para partir a la guerra es una escena que los artistas griegos retrataron con ternura e idealismo en gran cantidad de pinturas y esculturas. La infantería era la columna vertebral del ejército. Todo ciudadano con recursos que pudiera comprar la armadura se convertía en un hoplita u “hombre armado”. Debía adquirir un casco de bronce, armadura y grebas de bronce que lo cubrían del tobillo a la rodilla. Vestía una capa y sandalias de cuero, y portaba una espada corta, una lanza con punta de hierro y un escudo con el emblema de su tribu. En las marchas forzadas, los esclavos cargaban por sus amos este pesado equipo. En batalla, los hoplitas se formaban en falanges: grupos de soldados alineados en una fila tras otra, con las lanzas apuntando al frente. En un principio las lanzas se arrojaban al enemigo, pero después se usaron para embestir. Los hoplitas se formaban en el centro, en los costados marchaban soldados con armas ligeras, y los flancos estaban integrados por soldados pobres, equipados solo con arcos, flechas u hondas. Durante los siglos VIII y VII a.C., fue común la guerra de caballería, pero posteriormente la infantería tuvo el papel protagónico. Las crónicas de las Guerras Medicas no mencionan a la caballería; sin embargo, durante la Guerra del Peloponeso, entre Atenas y Esparta, la caballería recupero su prominencia.
Tal vez los factores económicos influyeron en esto, pues los soldados de caballería debían comprar sus propias monturas y darles mantenimiento. Los caballos no estaban ensillados y los jinetes montaban a pelo, o sobre sabanas o pieles; y calzaban botas con espuelas. Tanto los jinetes como los caballos usaban armaduras compuestas de pequeñas placas metálicas montadas sobre cuero o tela. Además de combatir fuera de ellas, los griegos fortificaban las ciudades en si. Casi todas sus poblaciones se iniciaron como ciudadelas en los siglos de la Edad de Bronce, y fueron construidas sobre colinas para facilitar la defensa. El ejemplo mas famoso es la Acrópolis de Atenas, donde se fortificaron los contornos naturales de la colina rocosa con sólidos muros de piedra, que protegían a la población en tiempos de guerra. Tras las Guerras Medicas, los atenienses construyeron un muro alrededor de su puerto en El Pireo, que unieron a la muralla de Atenas con un corredor amurallado de seis kilómetros. A veces los griegos asediaban las ciudadelas amuralladas construyendo terraplenes. En su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides, describe que en el año 429 a.C. los espartanos construyeron un terraplén apoyado en las murallas de Platea, en Grecia Central, y la atacaron con lanzas, azufre, brea y zarzas ardientes. Los plateos se rindieron tras un sitio de dos años, y los espartanos los exterminaron. A diferencia de los estados en la Grecia continental, Atenas baso su poder en la fuerza naval. Luego de la derrota final de los persas en Platea, en el año 479 a.C., Atenas se unió con otros estados Egeos para formar la Liga Delica ( en honor de la Isla de Delos), la cual financio la defensa colectiva contra Persia. Con estos fondos Atenas construyo su poderosa flota.
Las naves de guerra eran de tres tipos: pentacontras, birremes, trirremes. La pentacontra era una goleta con cincuenta remeros; la birreme tenía dos filas de remos, una sobre la otra, en cada costado, con uno o más remeros por remo. La trirreme tenía tres hileras de remos. Usada por primera vez en el siglo VI, la trirreme ya era la nave más común en las Guerras Medicas. De treinta y seis metros de largo, tenia en su proa un mascaron o un símbolo pintado, y una gran vela cuadrada en el mástil delantero. Su timón eran dos paletas en la popa, y la impulsaban 170 remos. Había un remero por cada remo, y estos no eran esclavos, sino ciudadanos libres. Al navegar con viento a favor, la trirreme izaba su vela; en la calma o con viento en contra, se la impulsaba con la fila inferior de remos. En la batalla se usaban las tres filas, cuyo ritmo era fijado por el flautista del barco, que tocaba un aulo de dos tubos. Remando con todas sus fuerzas, apuntaban el espolón de proa contra la embarcación enemiga.

martes, 9 de diciembre de 2008

Vida y caída del caballero medieval

Durante el apogeo de los siglos XII y XIII, los amos de la guerra medieval fueron las bandas de caballeros con armadura que galopaban contra soldados de infantería mal entrenados. Eran persopnaje4s aterradores, imponentes con los yelmos que le protegían la cabeza, y los gallardetes heráldicos en sus escudos y sobrevestes. Las normas caballerescas de la elegancia en combate fueron importantes en la literatura, pero la mayor parte del combate en aquellos días era, en realidad, a poca escala y algo sórdida: los caballeros hacían incursiones armadas en territorio enemigo, y los civiles que no se protegían en castillos o en las murallas de una ciudad eran masacrados.
La forma de combate mas común era el sitio. Los caballeros no tenían piedad por los derrotados. El cronista francés Froissart describió la manera en que Eduardo, el príncipe negro de Inglaterra, mando a sus tropas que acabaran con los más de 3000 habitantes de Limoges, luego de tomar la ciudad en 1370. Los soldados a caballo, entre los cuales estaba la elite de los caballeros, iban adelante en los primeros ejércitos medievales; la infantería quedaba en la retaguardia, para asegurar la base de la batalla. Caballeros y nobles comandaban sus propias formaciones de hombres con armadura; a cada uno lo asistían un escudero, un paje y, a veces, un arquero. Cuando los caballeros se lanzaban a la carga, eran terribles y devastadores, aunque tenían un punto débil: como cargaban pesadas armaduras, eran muy vulnerables si perdían su montura. No es cierto que los caballeros caídos quedaran totalmente indefensos, pero les era muy difícil incorporarse. Si caían boca abajo, el enemigo les golpeaba el yelmo con mazas hasta incrustárselo en el cráneo; de caer de espaldas, se les levantaba la visera, y solo alcanzaban a ver el brillo del acero de la daga enemiga, antes de que se la clavaran en un ojo. Pero la época caballeresca quedo atrás. El principio del fin ocurrió en 1392, en la batalla de Nicopolis, en la que un ejército occidental de caballeros montados fue repelido por una tropa turca, que se poyaban en la disciplinada infantería de Jenízaros.
Antes de existir la artillería, el peor enemigo de los caballeros eran los arqueros. Había dos clases de arco: la ballesta, utilizada por las tropas europeas, y el arco largo, favorecido por ingleses y galeses. La ballesta era un arma sumamente precisa, y el impacto y velocidad de sus flechas le permitía perforar armaduras impenetrables para otras armas. El arco largo, un arma de origen Gales, adoptada y desarrollada por los ingleses, podía disparar mas flechas que una ballesta: hasta diez por minuto, si el arquero era hábil. Sin embargo, su rango de alcance era de 256mts, ligeramente menor que el de la ballesta. También era menos preciso, pero su ritmo de disparo compensaba estas limitaciones. Los arcos largos estaban hechos de estacas de tejo u olmo, con una longitud de 1,80mts, tensados con cuerda. Los reyes ingleses valoraron tanto a los arqueros experimentados durante la guerra de los 100 años (1338-1453) que llegaron a pagarles hasta 6 peniques por día, un sueldo excepcionalmente alto en su época. Tanto para el arquero como para el soldado de infantería de bajo rango, la vida en campaña era de penurias. Una marcha forzada, incluso sin acción militar, cubría hasta 20km las distancias se fijaban de acuerdo con las necesidades de los caballeros, no de los soldados, además, los reclutas estaban sujetos a una total disciplina militar, donde los castigos incluían desde azotes hasta ahorcamiento, pasando por multas o tareas adicionales, en caso de delitos como robar o dormirse cuando tocaba vigilar. La comida era escasa, incierta y mal surtida: los soldados recurrían al saqueo para complementarla. El sueldo de un recluta en campaña era poco mayor que el de un civil por un día de trabajo y, frecuentemente, se le pagaba con retraso. Los soldados se sofocaban en verano y se helaban en invierno. Era mas probable que murieran de peste o disentería que en batalla. El comisario tenia que hallar grano para la ración de los soldados, molerlo y hornearlo; también la cerveza, el pescado salado y el queso. Además, las provisiones, así como tiendas y equipo personal de los soldados, debían ser transportados, por lo que se agregaban carretas y vagones a las columnas en marcha. Una campaña inglesa en Francia significaba incorporan unas 50000 personas en marcha, incluidas las prostitutas. ¿Porque, entonces, los civiles jóvenes se enrolaban y tomaban el “chelín del rey”, suma que, una vez aceptada, los unía permanentemente al ejército? En muchos casos, eran reclutados por la fuerza; en otro, impelidos por el hambre. Existía la posibilidad de obtener ganancias mediante el saqueo y el pillaje. Además de soldados, todo ejército tenía mercenarios que, por contrato, peleaban a favor de cualquiera que los empleara; no reconocían ninguna autoridad que no fuera la del líder que ellos mismos habían elegido. Los caballeros, que antes dominaban la guerra medieval, se hicieron más vulnerables ante las armas cada vez más eficaces. El arquero uso la ballesta, instrumento mortífero que disparaba flechas o cortos clavos con punta de acero de enorme poder, capaces de perforar las armaduras más gruesas. La alabarda, combinación de lanza y hacha, podía derribar a un caballero de su montura, y apuñalarlo en cuanto caía. La infantería clavaba postes en el suelo, para formar una barrera contra la caballería, y giraba mayales adaptados de las herramientas para trillar granos, cuyo efecto era mortal. Pero el advenimiento de la pólvora, a principios del siglo XIV, volvió obsoletos al caballero con armadura y al castillo, su antigua base de operaciones, que ya no era inexpugnable. Los cañones, usados por primera vez en el asedio a Metz, en 1324, pronto sometieron incluso a las edificaciones más orgullosas.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Egospótamos, al fin Esparta vence a Atenas en el mar


Atenas y Esparta se enfrentaron entre si en la larga y reñida serie de campañas, hoy conocidas como guerra del Peloponeso, en la que el imperialismo naval ateniense se enfrento al superlativo ejercito de Esparta y sus aliados terrestres. En una de las grandes vindicaciones de poder marítimo, la flota ateniense y las fuentes de suministro de allende el mar habían servido para contrarrestar la superioridad espartana en el combate terrestre, que dejo el territorio ateniense y el de sus aliados devastado mientras la ciudad sobrevivía al ataque, la peste, el desastre militar en Sicilia y el asedio merced a los suministros que recibían de los campos de cereal del distante mar Negro. Entre tanto, Esparta había encontrado algunos medios para dañar la yugular ateniense, y para ello necesitaba una flota. Las biografías de Plutarco sobre Lisandro y Alcibíades refieren cuales fueron estos medios, y sus posibilidades de éxito. Los persas, después de una estrategia diplomática, indudablemente satisfactoria, de cortejo y humillación de ambos bandos, acordaron finalmente sufragar la construcción de una armada bajo control espartano, una decisión previsible dada la serie de ataques atenienses contra el imperio persa en la primera parte del siglo IV. El nuevo escuadrón espartano bajo el primer almirante de Esparta, Calicrátidas, logro destruir a un menguado escuadrón ateniense frente a Eretria en el año 411 a.C., pero tuvo un encuentro desastroso frente una flota ateniense reconstruida en Arginusas en el 406; Calicrátidas murió ahogado. Después de esta debacle, se produjo en ambos bandos un cambio importante en el mando militar, que hace del ejemplo de Egospótamos el más pertinente para analizar el manejo del mando y el control en el mundo antiguo. Esparta relevo a su almirante caído por Lisandro, un hombre brillante, oportunista y sin escrúpulos. Seis de los almirantes supervivientes mas admirados de Atenas estuvieron al mando de la flota ateniense en Arginusas; los seis fueron ejecutados por el voto de la asamblea ateniense al no lograr rescatar a los supervivientes de 27 barcos inutilizados por la acción. Así, la ira ateniense por aquel fracaso tuvo como resultado la suicida decapitación de la vital armada de Atenas, y el desastroso resultado de aquel ejercicio del control civil sobre el militar no tardo en llegar. La competencia y las aptitudes diplomáticas de Lisandro consiguieron un creciente apoyo financiero de Persia, que se plasmo en una flota del Peloponeso reconstruida y peligrosa. El traidor y exiliado ateniense Alcibíades se aprovecho del desastre para asumir un breve y victorioso mando de la flota de Atenas, pero su propio y bastante justificado carácter político receloso le llevo al exilio antes que se cumpliera la amenaza de ejecución por parte de un vengativo y suspicaz electorado ateniense. Los tres almirantes enviados para sustituir a Alcibíades fueron Tideo, Menandro y Adimanto, quienes dieron a la historia uno de los ejemplos más claros de los efectos desastrosos de una estrepitosa incompetencia. Remiso a encontrarse con la flota ateniense después del desastre de Arginusas y de los reveses en otras escaramuzas, Lisandro opto por la táctica del seguimiento y la vigilancia mientras se desplazaba a un nuevo lugar de anclaje cerca del vital estrechamiento de la ruta de suministros atenienses creado por el Helesponto. El lugar era una elección excelente para el abastecimiento y el descanso de las tripulaciones atenienses, un gran numero de las cuales estaba integrado por votantes, de cuya ira los almirantes debían protegerse. Sin embargo, como posición defensiva estaba tan torpemente escogida que el propio Alcibíades regreso desde la seguridad de su exilio para advertir a sus sucesores del peligro, con la flota espartana establecida y guarnecida en Lampsaco, en la orilla opuesta. Sus advertencias fueron vanas, y los tres almirantes atenienses se establecieron en una rutina confortable y desastrosamente predecible de salir al mar por la mañana, ofrecer batalla a la flota espartana, regresar a su fondeadero y enviar a los hombres a la costa para un agradable almuerzo. Lisandro no era de quienes dejarían pasar una oportunidad tan clara. Cuando las tripulaciones atenienses desembarcaron, la flota de Esparta se hizo a la mar y cayo sobre el grupo de más de 200 barcos, en un ataque sincronizado por una señal óptica (el destello de un escudo lustrado) lanzada desde un barco espartano de reconocimiento. Los barcos espartanos arremetieron contra el fondeadero ateniense y remolcaron los barcos sin gobierno. Lo que siguió fue una matanza. Los marinos espartanos tomaron tierra, rodearon a los 3.000 tripulantes y oficiales atenienses, los apresaron y los masacraron. Al haber enviado a los hombres a la costa, los almirantes atenienses no tuvieron forma de gobernar sus barcos con rapidez ni de montar ninguna clase de defensa. Un comandante ateniense en alerta, Conón, y ocho de los barcos lograron escapar del desastre. La democracia ateniense se encontró con un gran numero de refugiados dentro de su ciudad ante el avance y crecimiento de la flota espartana, en el punto culminante de la campaña, y la guerra llego a Atenas cuando Lisandro sometió a un bloqueo metódico a la ciudad hasta que la democracia ateniense hubo de someterse y rendirse a la autoridad y ocupación de Esparta. Un imperio y un estado autoritario combinaron sus recursos y su relativa tenacidad para convertirlos en victoria sobre la tumultuosa y, a la postre, autodestructiva democracia de Atenas.

jueves, 27 de noviembre de 2008

"Alea jacta est", Julio César se vuelve inmortal

Cayo Julio César nació en Roma en el año 100 a.C. De noble origen, pues descendía, de la antigua gens Julia, era sobrino de Mario y yerno de Cinna.
Afirmaba que su estirpe procedía de la diosa Venus y del rey Anco Marcio, circunstancias que le permitían ambicionar cualquier dignidad, por mas alta que fuera.
Físicamente era alto, delgado, de tez pálida, mirada penetrante y rasgos refinados e inteligentes. Muy elegante en el vestir, ceñía su toga con afectado desaliño, estudiado detalle que realzaba su presencia.

Sus extraordinarias cualidades lo presentan como un hombre excepcional, pues demostró en todos los órdenes consumada capacidad. Se destaco como gran guerrero, orador, escritor y político. De buen corazón, era generoso en extremo y por sus suaves modales y arrebatadora elocuencia no tardo en convertirse en el favorito de todos. Tenía una memoria prodigiosa y sentía inclinación por las matemáticas, como lo prueban la reforma de calendario y las diversas obras de ingeniería que proyecto durante sus campañas militares. Dotado de gran capacidad para el trabajo, podía dictar, simultáneamente, a siete secretarios.
Sin embargo como militar fue muy ambicioso, díscolo y audaz, características que le permitieron hacerse dueño del mundo romano.

A pesar de ser descendiente de una familia patricia, César se inclino hacia el partido popular y, dominado por la ambición, puso todo su genio político y su audacia para erigirse en el único jefe de la decadente republica.
César no se precipito en llevar a cabo sus planes y juzgo prudente comenzar su carrera política asociándose a dos hombres muy destacados en Roma: el vanidoso Pompeyo, que había regresado del Asia, y el opulento Craso.
Pompeyo fue recibido fríamente en Roma a pesar de su victoria sobre Mitrídates pues, durante su ausencia, los senadores lo habían desprestigiado ante el pueblo por haber abolido las leyes de Sila.

Por otra parte, Craso, a pesar de su dinero, no lograba reunir la mayoría a su favor. Estas circunstancias explican porque aceptaron la alianza con César, que ya se distinguía por su talento.
En el año 60 a.C. tres hombres pactan una coalición secreta para dirigir la Republica: César, el estadista; Pompeyo, el general; u Craso, el capitalista. Esta liga fue llamada, mas tarde, “el Primer Triunvirato”.
Los tres socios no tardaron en separarse. César fue designado procónsul de las Galias (norte de Italia y actual Francia) y se alejo de Roma con su ejército para ocupar el gobierno de esas provincias.

Pompeyo obtuvo el mando de España y África, provincias a las que envió lugartenientes pues, temeroso de perder popularidad, se quedo en Roma.
Craso fue destinado a Oriente (provincia de Siria) y, para aumentar sus riquezas, inicio una campaña contra los partos, pero fue vencido y muerto.
César debía someter un territorio que se extendía desde el Rin hasta los Pirineos, exceptuando la Galia Narbonense (que bordeaba el mar Mediterráneo) que, desde la época de Mario, era una provincia romana.
El país estaba dividido en numerosas tribus independientes, las cuales comprendían tres grandes grupos: los Aquitanios, al sur, los Galos propiamente dichos en la región central, y los Belgas, en el norte. Estos pueblos se hallaban enemistados por luchas intestinas y amenazados por los Helvecios, que habitaban la actual Suiza y por los Germanos radicados en las comarcas ribereñas del Rin.

Después de cuatro años de lucha, Julio César había sometido diversas tribus y anexado amplios territorios; sin embargo, los Galos no estaban vencidos. Un guerrero llamado Vercingetórix diose cuenta de que era necesaria la unión de todos los habitantes para ofrecer resistencia al invasor. Con gran habilidad, el caudillo encabezo una rebelión general de los galos, quienes exterminaron diversas guarniciones romanas.
El imbatible César sufrió algunos contrastes, aunque finalmente logro rodear a los galos en la ciudad de Alesia, donde para impedir la fuga de los defensores, construyo una doble línea fortificada.

Ante la imposibilidad de toda resistencia y para salvar la vida de sus compatriotas, Vercingetórix, vistiendo sus mejores armaduras, se rindió a los pies de César. Desde ese momento, los romanos dominaron a toda la Galia, año 51 a.C.
Muerto Craso y ausente César, Pompeyo fue el personaje más importante de Roma. Los brillantes triunfos que el segundo había obtenido en las Galias despertaron envidias y recelos en Pompeyo, quien consiguió el apoyo del Senado para eliminar el prestigio de su antiguo aliado.
Encontrándose César en la Galia Cisalpina recibió una orden por la cual debía licenciar sus tropas y regresar a Roma como simple ciudadano. Además enterose de que Pompeyo había sido nombrado cónsul único, es decir, dictador.

Entonces César, a la cabeza de sus legiones victoriosas decidió avanzar sobre Roma, para ello cruzo el Rubicón, riachuelo que vertía sus aguas en el Adriático, y que era el limite entre Italia y la Galia Cisalpina.
Las leyes romanas prohibían a todo general trasladarse de una provincia a otra con sus tropas armadas y era obligatorio licenciarlas. Pasar el rio era iniciar abiertamente una nueva guerra civil.
César atravesó el Rubicón pronunciando la famosa frase. “alea jacta est (la suerte esta echada)”.
En rápida marcha penetro en Roma mientras Pompeyo, junto con miembros del Senado y la nobleza, buscaban refugio en Grecia.

César organizo un nuevo Senado y se hizo nombrar dictador. Siguió una política moderada, no persiguió a los opositores y trato de restablecer la tranquilidad.
Antes de emprender una campaña decisiva contra Pompeyo prefirió trasladarse a España para combatir a “un ejercito sin general”, según sus propias palabras. Allí consiguió un fácil triunfo sobre las legiones que permanecían fieles a su adversario, en la batalla de Lérida.
A principios del año 48 a.C., César regreso a Roma y luego se dirigió a Grecia, librando en agosto una batalla decisiva en la llanura de Farsalia. Pompeyo, derrotado, huyo a Egipto, donde fue asesinado cobardemente por orden del rey Tolomeo XII.

César llego en esos momentos y, disgustado por el crimen, destrono al rey y proclamo soberana a Cleopatra (hermana del monarca depuesto).
Desde Egipto César se traslado al Asia Menor, donde en cinco días venció a Farnaces, hijo de Mitridates.
Mientras César se hallaba en Oriente, los miembros del partido Pompeyano habían organizado un nuevo ejercito en África a las ordenes de Catón el Joven (descendiente de Catón en Censor). Sin perder tiempo, César cruzo el Mediterráneo y venció a sus enemigos en la batalla de Tapso, en abril del año 46 a.C.
César regreso a Roma y fue honrado con cuatro triunfos por sus victorias en la Galia, en Egipto, en Oriente y en África.

Al poco tiempo se dirigió a España para combatir a dos hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto, que habían organizado un ejercito muy poderoso. El encuentro se produjo en Munda y, al término de una terrible batalla, César resulto nuevamente vencedor, marzo del año 45 a.C.
Derrotados los partidarios de Pompeyo y sometidos todos los territorios provinciales, César regreso a Roma y se hizo nombrar dictador perpetuo. Además el Senado le otorgo el titulo de Imperator (general triunfador), mando acuñar su efigie en las monedas y designo con el nombre de Julio el mes de su nacimiento.

En realidad, César estableció una monarquía con formas y nombres republicanos. Respeto las antiguas magistraturas y transformo el Senado en un mero cuerpo consultivo. En su persona residía la mayor autoridad con el titulo de “Imperator” o comandante en jefe (de este termino deriva la palabra Emperador).

Al frente del gobierno, César demostró ser no solo un gran general, sino un excelente estadista. No abuso del poder y fue clemente con los vencidos.
Favoreció el comercio y la industria, repartió tierras y creo colonias para los pobres, otorgo el derecho de ciudadanía a los habitantes de la Galia Cisalpina, impidió los abusos que cometían los gobernadores y reformo el calendario.

Proyectaba unificar las leyes romanas para someter todos los pueblos a la misma legislación, crear una gran biblioteca griega y latina, embellecer a Roma y emprender nuevas guerras de conquista, pero el crimen puso fin a tantas realizaciones. Un grupo de republicanos exaltados, con contando con el apoyo de los miembros del Senado, resolvió asesinar al dictador. Lo acusaban de ambicionar el titulo de rey y también de haber eliminado la antigua Constitución romana.
A la cabeza de los conjurados estaban dos pretores: Marco Bruto, pariente directo de César y Casio Longino, oficial que había luchado bajo las órdenes de Pompeyo.

El 15 de marzo del año 44 a.C. antes de entrar al Senado, César es puesto en aviso de que el partido aristocrático estaba dispuesto a matarlo, pero no se inmuto, camino firme hacia la escalinata del recinto y antes de ingresar mira el cielo por ultima vez logrando ver sobrevolar a un águila, entonces resignado repite nuevamente su frase “alea jacta est”. Ya dentro del edificio, los conjurados lo rodean y aunque en principio quiso defenderse, finalmente se entrego a los asesinos que le atravesaron el cuerpo de veintitrés puñaladas. Irónicamente, César cae muerto al lado de la estatua de Pompeyo, un segundo antes de su último suspiro, César, ve la escultura y sonríe por última vez.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La falcata ibera, el terror de las legiones.

Esta espada era en realidad una especie de sable, aunque el arma a la que asemejaría más en la actualidad seria el cuchillo de los Gurkhas, pero superior en peso y tamaño. La falcata se forjaba de una sola pieza, con la empuñadura curvada para proteger la mano, y una pequeña barra cerrando el puño para proteger los dedos, con una forma más o menos ornamental.
Si la barra no cerraba del todo la empuñadura se completaba con una pequeña lengüeta o cadena hecha de cuero o metal.
No solo estaba afilado el borde interno, sino que la mayoría de las veces el filo proseguía dando la vuelta a la falcata hasta una distancia aproximada de un tercio de la longitud total de la hoja. Por lo tanto no solo podía cortar o tajar, sino que también podía pinchar y dar contragolpes con su filo cortante.

Además la especial forma de la hoja, que se ensanchaba en dirección a la punta hacia que el centro de gravedad estuviera mucho mas adelantado que en una espada recta, lo que incrementaba la energía cinética del golpe.
De tal manera los romanos sufrieron sus devastadores efectos, que, según cuenta Polibio: “los bordes superior e inferior del escudo de los legionarios, debieron ser reforzados para contrarrestar el poder destructivo, y además era cosa conocida entre las legiones que no había casco, escudo ni hueso que pudiera resistir su golpe”.

Existe un relato recogido por el gran filosofo cordobés, Séneca, el cual cuenta: “Cuando un viejo legionario, bien conocido por Cesar, se encuentra con él, y no le reconoce en un principio, el legionario quita importancia al hecho diciéndole: No me extraña, Cesar, que no me reconozcas. Cuando nos vimos por ultima vez yo estaba sano, pero en la batalla de Murída me vaciaron un ojo y me rompieron todos los huesos de mi cuerpo. Y tampoco tu reconocerías mi casco si lo vieras, pues fue golpeado por una machaira hispánica (la falcata)”.
Ante esta notable superioridad de la falcata, los romanos, pueblo pragmático por excelencia la adoptaron después de la segunda guerra púnica, aunque como señalan los propios autores clásicos, estos adoptaron el diseño pero no la calidad del acero, el cual nunca pudieron copiar exactamente.

El real origen de la falcata es desconocido, pero podemos señalar tres teorías:
Una, mantiene que es una forma evolucionada del cuchillo curvo del tipo Hallstald, que se desarrollo en la Europa Central y luego se extendería por Italia, Grecia y España, encontrándose tipos de armas muy semejantes entre los griegos, etruscos e hispanos.
La segunda teoría, compartida por los autores clásicos, proclama que es una copia directa de la machaira griega, llamada Kolpis. Esta arma fue llevada a España por mercaderes griegos de finales del siglo VI a.C., o por mercenarios contratados por estos.
Por ultimo existe una tercer teoría, que goza de mucho menos favor internacional, aunque si se acepta en España, que se declara favorable a una creación autónoma de la falcata, sin influencias exteriores.

Ya sea el origen griega o no, lo cierto es que en España, la falcata fue perfeccionada, y todos los autores clásicos son muy claros en esta materia.
El arte de forjar buenas espadas no tenia secretos para los herreros españoles. Según señala Tilos de Siracusa, refiriéndose a su sistema de fabricación y de control de calidad: “Para probar si las hojas de acero preparadas para convertirse en espadas eran de buena calidad, el herrero tomaba la empuñadura con la mano derecha, y la punta con la izquierda, y tiraba de ambos extremos a la vez hasta que con ellos tocaban los hombros; una vez logrado esto, se soltaban de golpe las dos puntas. La hoja era descartada si presentaba cualquier tipo de torsión o deformación”.
Esta calidad se lograba gracias a la extrema pureza del hierro. Diodoro nos cuenta que su sistema de fabricación era muy especial: “enterraban las hojas de metal en bruto, dejándolas enterradas hasta que el oxido se hubiera comido la parte mas débil del metal, quedando únicamente la parte mas sólida. Con este hiero se producían las excelentes espadas íberas”.
Así pues la falcata era de acero, y de acero soberbiamente templado. Su forja tenía algo de especial y mágico. No podía ser forjada por grandes martillos ni golpeada en caliente, o con golpes violentos, debido a que podían, si caían oblicuamente, torcer y endurecer la espada en todo su grosor, de tal manera, que si se intentaba flexarla, solo se conseguía romperla en varios pedazos, por lo compacto de su endurecido material.

Por lo tanto, se debían batir las hojas cuando alcanzaban una determinada temperatura, y con pequeños golpes, para endurecer el exterior y dejar flexible el interior.
La espada, ya terminada, lista para ser blandida por el brazo del guerrero estaba compuesta por tres capas de metal, dos duras y una flexible en el centro.
Para comprobar la veracidad de los antiguos textos se han llevado a cabo análisis a fin de determinar este supuesto alto grado de perfección en su fabricación y el contenido de carbono en el metal. Estos análisis se han realizado sobre fragmentos de falcatas encontradas en una necrópolis ibera.
La parte superficial contenía carbono en alto grado hasta una profundidad de 1/8 de pulgada decreciendo progresivamente hasta llegar al centro de la hoja en la que no había el menor rastro de este.
Se confirmo también la cementación por enterramiento y el temple en agua helada, y su martilleo posterior. Las proporciones de carbono variaban armónicamente, desde 0,3 en el filo hasta 0 en el centro de la hoja.

Estas proporciones difícilmente se hubieran podido mejorar con las más modernas técnicas.
Los mejores ejemplares proceden de la necrópolis de Almedinilla (Córdoba), en donde se encuentran falcatas con empuñaduras de marfil y otras damasquinadas con hilo de plata, muy semejantes a las realizadas hoy en Toledo. Sus dimensiones son variables, oscilando entre los 35cm de la mas pequeña a 60cm la mas larga, aunque la mayoría esta comprendida entre 44 y 48cm. La empuñadura en todo caso no tiene nunca más de 8cm.
Si aceptamos la evolución a partir del modelo griego del Kolpis, podemos intentar una clasificación según los diferentes tipos de empuñaduras, que como dijimos, estaba ricamente decorada.

Los más antiguos ejemplares, datados del siglo V y mediados del siglo VI a.C., copiados al parecer directamente de ejemplares griegos, tienen una cabeza de pájaro moldeada en la empuñadura.
Cuando el uso de esta arma se hizo general, la decoración de la empuñadura cambio a representar una cabeza de caballo. Finalmente, hacia el siglo III la figura de la empuñadura degenero en unos diseños geométricos, funcionales. Los mas antiguos ejemplares encontrados en la necrópolis de Villaricos pueden ser fechados, teniendo en cuenta los vasos griegos que se encontraron en las mismas fosas, hacia los comienzos del siglo IV, aunque existen ejemplares mas antiguos en otros puntos. Esta arma se hizo muy común en los siglos III y II a.C. y siguió estando en uso en el siglo I como atestigua el relato de la batalla de Munda, y aun se utilizaba en el reinado de Augusto.

Cuando el Propretor P. Carisias ordeno acuñar en Emerita Augusta (Mérida) un denario de plata para celebrar la victoria sobre los cántabros en el 22 a.C. entre las armas de los vencidos se incluía la falcata, evidencia del largo uso de esta típica arma hispánica.
La falcata se llevaba en un tahalí o vaina de cuero, madera o tejido basto con refuerzo de hierro en la punta, garganta y charnelas de las hebillas. Tres o cuatro anillas unidas a la vaina permitían al guerrero colgarla de una larga bandolera desde el hombro derecho a la cadera izquierda, en posición casi horizontal, con el lado cortante hacia abajo.
No se sabe con exactitud cuando se dejo de utilizar en España la falcata. Posiblemente se uso perduro en el interior de la península durante largo tiempo, pero no existen una confirmación definitiva.