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jueves, 11 de diciembre de 2008

La guerra en la Grecia antigua

Dos ejércitos avanzan uno hacia el otro e inician la batalla al sonar las flautas. Los destellos del sol caen en los cascos con crestas y en el hierro de las lanzas; el rugido de cánticos de guerra surge de miles de gargantas. Las trompetas emiten una señal estridente. Los ejércitos alzan sus lanzas para ir a la carga, y comienzan a correr. Avanzan hacia la lucha cuerpo a cuerpo, y el choque de las espadas con los escudos es ensordecedor. Para los pueblos de la antigua Grecia, el enfrentamiento entre los ejércitos, en el campo de batalla, era un aspecto familiar de la vida. Las ciudades estado guerreaban entre si con regularidad y ante el menor pretexto. Todos los ciudadanos, es decir, los varones, estaban obligados a combatir, aunque solo Esparta tenia un ejercito profesional. La temporada de guerra empezaba en marzo y terminaba en octubre, para que los hombres regresaran a cosechar aceitunas y a hacer vino. En la economía agrícola de las ciudades estado, el mejor método para provocar a un enemigo era destruir sus cosechas, o amenazar con hacerlo. A pesar de las hostilidades, los griegos eran capaces de formar un eficiente ejército nacional cuando sentían una amenaza externa. El enemigo principal durante el periodo clásico fue el imperio persa, y esta guerra abarco los primeros años del siglo V a.C. posteriormente, los griegos se enorgullecieron de su victoria sobre el ejército persa en Maratón, en el año 490 a.C., y sobre la flota persa en Salamina, diez años mas tarde. En Atenas, los jóvenes entre 18 y 20 años de edad, llamados “efegoi”, eran entrenados militarmente. Se alistaba a cualquier hombre entre 18 y 60 años, aunque después de los 50 eran emplazados en las guarniciones. En las emergencias, se alistaban tanto a los cadetes como a los veteranos. El soldado que se despide de su esposa e hijos para partir a la guerra es una escena que los artistas griegos retrataron con ternura e idealismo en gran cantidad de pinturas y esculturas. La infantería era la columna vertebral del ejército. Todo ciudadano con recursos que pudiera comprar la armadura se convertía en un hoplita u “hombre armado”. Debía adquirir un casco de bronce, armadura y grebas de bronce que lo cubrían del tobillo a la rodilla. Vestía una capa y sandalias de cuero, y portaba una espada corta, una lanza con punta de hierro y un escudo con el emblema de su tribu. En las marchas forzadas, los esclavos cargaban por sus amos este pesado equipo. En batalla, los hoplitas se formaban en falanges: grupos de soldados alineados en una fila tras otra, con las lanzas apuntando al frente. En un principio las lanzas se arrojaban al enemigo, pero después se usaron para embestir. Los hoplitas se formaban en el centro, en los costados marchaban soldados con armas ligeras, y los flancos estaban integrados por soldados pobres, equipados solo con arcos, flechas u hondas. Durante los siglos VIII y VII a.C., fue común la guerra de caballería, pero posteriormente la infantería tuvo el papel protagónico. Las crónicas de las Guerras Medicas no mencionan a la caballería; sin embargo, durante la Guerra del Peloponeso, entre Atenas y Esparta, la caballería recupero su prominencia.
Tal vez los factores económicos influyeron en esto, pues los soldados de caballería debían comprar sus propias monturas y darles mantenimiento. Los caballos no estaban ensillados y los jinetes montaban a pelo, o sobre sabanas o pieles; y calzaban botas con espuelas. Tanto los jinetes como los caballos usaban armaduras compuestas de pequeñas placas metálicas montadas sobre cuero o tela. Además de combatir fuera de ellas, los griegos fortificaban las ciudades en si. Casi todas sus poblaciones se iniciaron como ciudadelas en los siglos de la Edad de Bronce, y fueron construidas sobre colinas para facilitar la defensa. El ejemplo mas famoso es la Acrópolis de Atenas, donde se fortificaron los contornos naturales de la colina rocosa con sólidos muros de piedra, que protegían a la población en tiempos de guerra. Tras las Guerras Medicas, los atenienses construyeron un muro alrededor de su puerto en El Pireo, que unieron a la muralla de Atenas con un corredor amurallado de seis kilómetros. A veces los griegos asediaban las ciudadelas amuralladas construyendo terraplenes. En su Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides, describe que en el año 429 a.C. los espartanos construyeron un terraplén apoyado en las murallas de Platea, en Grecia Central, y la atacaron con lanzas, azufre, brea y zarzas ardientes. Los plateos se rindieron tras un sitio de dos años, y los espartanos los exterminaron. A diferencia de los estados en la Grecia continental, Atenas baso su poder en la fuerza naval. Luego de la derrota final de los persas en Platea, en el año 479 a.C., Atenas se unió con otros estados Egeos para formar la Liga Delica ( en honor de la Isla de Delos), la cual financio la defensa colectiva contra Persia. Con estos fondos Atenas construyo su poderosa flota.
Las naves de guerra eran de tres tipos: pentacontras, birremes, trirremes. La pentacontra era una goleta con cincuenta remeros; la birreme tenía dos filas de remos, una sobre la otra, en cada costado, con uno o más remeros por remo. La trirreme tenía tres hileras de remos. Usada por primera vez en el siglo VI, la trirreme ya era la nave más común en las Guerras Medicas. De treinta y seis metros de largo, tenia en su proa un mascaron o un símbolo pintado, y una gran vela cuadrada en el mástil delantero. Su timón eran dos paletas en la popa, y la impulsaban 170 remos. Había un remero por cada remo, y estos no eran esclavos, sino ciudadanos libres. Al navegar con viento a favor, la trirreme izaba su vela; en la calma o con viento en contra, se la impulsaba con la fila inferior de remos. En la batalla se usaban las tres filas, cuyo ritmo era fijado por el flautista del barco, que tocaba un aulo de dos tubos. Remando con todas sus fuerzas, apuntaban el espolón de proa contra la embarcación enemiga.

martes, 9 de diciembre de 2008

Vida y caída del caballero medieval

Durante el apogeo de los siglos XII y XIII, los amos de la guerra medieval fueron las bandas de caballeros con armadura que galopaban contra soldados de infantería mal entrenados. Eran persopnaje4s aterradores, imponentes con los yelmos que le protegían la cabeza, y los gallardetes heráldicos en sus escudos y sobrevestes. Las normas caballerescas de la elegancia en combate fueron importantes en la literatura, pero la mayor parte del combate en aquellos días era, en realidad, a poca escala y algo sórdida: los caballeros hacían incursiones armadas en territorio enemigo, y los civiles que no se protegían en castillos o en las murallas de una ciudad eran masacrados.
La forma de combate mas común era el sitio. Los caballeros no tenían piedad por los derrotados. El cronista francés Froissart describió la manera en que Eduardo, el príncipe negro de Inglaterra, mando a sus tropas que acabaran con los más de 3000 habitantes de Limoges, luego de tomar la ciudad en 1370. Los soldados a caballo, entre los cuales estaba la elite de los caballeros, iban adelante en los primeros ejércitos medievales; la infantería quedaba en la retaguardia, para asegurar la base de la batalla. Caballeros y nobles comandaban sus propias formaciones de hombres con armadura; a cada uno lo asistían un escudero, un paje y, a veces, un arquero. Cuando los caballeros se lanzaban a la carga, eran terribles y devastadores, aunque tenían un punto débil: como cargaban pesadas armaduras, eran muy vulnerables si perdían su montura. No es cierto que los caballeros caídos quedaran totalmente indefensos, pero les era muy difícil incorporarse. Si caían boca abajo, el enemigo les golpeaba el yelmo con mazas hasta incrustárselo en el cráneo; de caer de espaldas, se les levantaba la visera, y solo alcanzaban a ver el brillo del acero de la daga enemiga, antes de que se la clavaran en un ojo. Pero la época caballeresca quedo atrás. El principio del fin ocurrió en 1392, en la batalla de Nicopolis, en la que un ejército occidental de caballeros montados fue repelido por una tropa turca, que se poyaban en la disciplinada infantería de Jenízaros.
Antes de existir la artillería, el peor enemigo de los caballeros eran los arqueros. Había dos clases de arco: la ballesta, utilizada por las tropas europeas, y el arco largo, favorecido por ingleses y galeses. La ballesta era un arma sumamente precisa, y el impacto y velocidad de sus flechas le permitía perforar armaduras impenetrables para otras armas. El arco largo, un arma de origen Gales, adoptada y desarrollada por los ingleses, podía disparar mas flechas que una ballesta: hasta diez por minuto, si el arquero era hábil. Sin embargo, su rango de alcance era de 256mts, ligeramente menor que el de la ballesta. También era menos preciso, pero su ritmo de disparo compensaba estas limitaciones. Los arcos largos estaban hechos de estacas de tejo u olmo, con una longitud de 1,80mts, tensados con cuerda. Los reyes ingleses valoraron tanto a los arqueros experimentados durante la guerra de los 100 años (1338-1453) que llegaron a pagarles hasta 6 peniques por día, un sueldo excepcionalmente alto en su época. Tanto para el arquero como para el soldado de infantería de bajo rango, la vida en campaña era de penurias. Una marcha forzada, incluso sin acción militar, cubría hasta 20km las distancias se fijaban de acuerdo con las necesidades de los caballeros, no de los soldados, además, los reclutas estaban sujetos a una total disciplina militar, donde los castigos incluían desde azotes hasta ahorcamiento, pasando por multas o tareas adicionales, en caso de delitos como robar o dormirse cuando tocaba vigilar. La comida era escasa, incierta y mal surtida: los soldados recurrían al saqueo para complementarla. El sueldo de un recluta en campaña era poco mayor que el de un civil por un día de trabajo y, frecuentemente, se le pagaba con retraso. Los soldados se sofocaban en verano y se helaban en invierno. Era mas probable que murieran de peste o disentería que en batalla. El comisario tenia que hallar grano para la ración de los soldados, molerlo y hornearlo; también la cerveza, el pescado salado y el queso. Además, las provisiones, así como tiendas y equipo personal de los soldados, debían ser transportados, por lo que se agregaban carretas y vagones a las columnas en marcha. Una campaña inglesa en Francia significaba incorporan unas 50000 personas en marcha, incluidas las prostitutas. ¿Porque, entonces, los civiles jóvenes se enrolaban y tomaban el “chelín del rey”, suma que, una vez aceptada, los unía permanentemente al ejército? En muchos casos, eran reclutados por la fuerza; en otro, impelidos por el hambre. Existía la posibilidad de obtener ganancias mediante el saqueo y el pillaje. Además de soldados, todo ejército tenía mercenarios que, por contrato, peleaban a favor de cualquiera que los empleara; no reconocían ninguna autoridad que no fuera la del líder que ellos mismos habían elegido. Los caballeros, que antes dominaban la guerra medieval, se hicieron más vulnerables ante las armas cada vez más eficaces. El arquero uso la ballesta, instrumento mortífero que disparaba flechas o cortos clavos con punta de acero de enorme poder, capaces de perforar las armaduras más gruesas. La alabarda, combinación de lanza y hacha, podía derribar a un caballero de su montura, y apuñalarlo en cuanto caía. La infantería clavaba postes en el suelo, para formar una barrera contra la caballería, y giraba mayales adaptados de las herramientas para trillar granos, cuyo efecto era mortal. Pero el advenimiento de la pólvora, a principios del siglo XIV, volvió obsoletos al caballero con armadura y al castillo, su antigua base de operaciones, que ya no era inexpugnable. Los cañones, usados por primera vez en el asedio a Metz, en 1324, pronto sometieron incluso a las edificaciones más orgullosas.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Egospótamos, al fin Esparta vence a Atenas en el mar


Atenas y Esparta se enfrentaron entre si en la larga y reñida serie de campañas, hoy conocidas como guerra del Peloponeso, en la que el imperialismo naval ateniense se enfrento al superlativo ejercito de Esparta y sus aliados terrestres. En una de las grandes vindicaciones de poder marítimo, la flota ateniense y las fuentes de suministro de allende el mar habían servido para contrarrestar la superioridad espartana en el combate terrestre, que dejo el territorio ateniense y el de sus aliados devastado mientras la ciudad sobrevivía al ataque, la peste, el desastre militar en Sicilia y el asedio merced a los suministros que recibían de los campos de cereal del distante mar Negro. Entre tanto, Esparta había encontrado algunos medios para dañar la yugular ateniense, y para ello necesitaba una flota. Las biografías de Plutarco sobre Lisandro y Alcibíades refieren cuales fueron estos medios, y sus posibilidades de éxito. Los persas, después de una estrategia diplomática, indudablemente satisfactoria, de cortejo y humillación de ambos bandos, acordaron finalmente sufragar la construcción de una armada bajo control espartano, una decisión previsible dada la serie de ataques atenienses contra el imperio persa en la primera parte del siglo IV. El nuevo escuadrón espartano bajo el primer almirante de Esparta, Calicrátidas, logro destruir a un menguado escuadrón ateniense frente a Eretria en el año 411 a.C., pero tuvo un encuentro desastroso frente una flota ateniense reconstruida en Arginusas en el 406; Calicrátidas murió ahogado. Después de esta debacle, se produjo en ambos bandos un cambio importante en el mando militar, que hace del ejemplo de Egospótamos el más pertinente para analizar el manejo del mando y el control en el mundo antiguo. Esparta relevo a su almirante caído por Lisandro, un hombre brillante, oportunista y sin escrúpulos. Seis de los almirantes supervivientes mas admirados de Atenas estuvieron al mando de la flota ateniense en Arginusas; los seis fueron ejecutados por el voto de la asamblea ateniense al no lograr rescatar a los supervivientes de 27 barcos inutilizados por la acción. Así, la ira ateniense por aquel fracaso tuvo como resultado la suicida decapitación de la vital armada de Atenas, y el desastroso resultado de aquel ejercicio del control civil sobre el militar no tardo en llegar. La competencia y las aptitudes diplomáticas de Lisandro consiguieron un creciente apoyo financiero de Persia, que se plasmo en una flota del Peloponeso reconstruida y peligrosa. El traidor y exiliado ateniense Alcibíades se aprovecho del desastre para asumir un breve y victorioso mando de la flota de Atenas, pero su propio y bastante justificado carácter político receloso le llevo al exilio antes que se cumpliera la amenaza de ejecución por parte de un vengativo y suspicaz electorado ateniense. Los tres almirantes enviados para sustituir a Alcibíades fueron Tideo, Menandro y Adimanto, quienes dieron a la historia uno de los ejemplos más claros de los efectos desastrosos de una estrepitosa incompetencia. Remiso a encontrarse con la flota ateniense después del desastre de Arginusas y de los reveses en otras escaramuzas, Lisandro opto por la táctica del seguimiento y la vigilancia mientras se desplazaba a un nuevo lugar de anclaje cerca del vital estrechamiento de la ruta de suministros atenienses creado por el Helesponto. El lugar era una elección excelente para el abastecimiento y el descanso de las tripulaciones atenienses, un gran numero de las cuales estaba integrado por votantes, de cuya ira los almirantes debían protegerse. Sin embargo, como posición defensiva estaba tan torpemente escogida que el propio Alcibíades regreso desde la seguridad de su exilio para advertir a sus sucesores del peligro, con la flota espartana establecida y guarnecida en Lampsaco, en la orilla opuesta. Sus advertencias fueron vanas, y los tres almirantes atenienses se establecieron en una rutina confortable y desastrosamente predecible de salir al mar por la mañana, ofrecer batalla a la flota espartana, regresar a su fondeadero y enviar a los hombres a la costa para un agradable almuerzo. Lisandro no era de quienes dejarían pasar una oportunidad tan clara. Cuando las tripulaciones atenienses desembarcaron, la flota de Esparta se hizo a la mar y cayo sobre el grupo de más de 200 barcos, en un ataque sincronizado por una señal óptica (el destello de un escudo lustrado) lanzada desde un barco espartano de reconocimiento. Los barcos espartanos arremetieron contra el fondeadero ateniense y remolcaron los barcos sin gobierno. Lo que siguió fue una matanza. Los marinos espartanos tomaron tierra, rodearon a los 3.000 tripulantes y oficiales atenienses, los apresaron y los masacraron. Al haber enviado a los hombres a la costa, los almirantes atenienses no tuvieron forma de gobernar sus barcos con rapidez ni de montar ninguna clase de defensa. Un comandante ateniense en alerta, Conón, y ocho de los barcos lograron escapar del desastre. La democracia ateniense se encontró con un gran numero de refugiados dentro de su ciudad ante el avance y crecimiento de la flota espartana, en el punto culminante de la campaña, y la guerra llego a Atenas cuando Lisandro sometió a un bloqueo metódico a la ciudad hasta que la democracia ateniense hubo de someterse y rendirse a la autoridad y ocupación de Esparta. Un imperio y un estado autoritario combinaron sus recursos y su relativa tenacidad para convertirlos en victoria sobre la tumultuosa y, a la postre, autodestructiva democracia de Atenas.