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sábado, 30 de enero de 2010

Nace el temible Albatros

Las primeras experiencias bélicas de pilotos alemanes que habrían de convertirse en ases tan famosos como Manfred von Richthofen y Oswald Boelcke se hicieron a bordo de un avión que fue tan célebre como ellos y, como ellos, brillante y temido. Era el Albatros C.I uno de los aparatos de más éxito de la guerra europea. El Albatros C.I tenía un motor más potente que los que utilizaban en aquellos tiempos los aviones de los aliados. Su ametralladora delantera era el otro factor que lo convertía en un aparato tan ampliamente usado. Los primeros C.I habían sido producidos a comienzos de 1915 como directos sucesores de los biplanos de dos plazas del tipo B, que eran aviones sin armas. Los proyectos derivaban del B.II que había hecho en 1914 Ernest Heinkel y de aquél conservaban no sólo la estructura general, sino también las buenas características de su vuelo. Gracias a sus excelentes prestaciones, los Albatros que se agruparon bajo la denominación C estuvieron en servicio en la aviación alemana hasta el momento del armisticio. No faltaron en ninguno de los frentes y en todos ellos ganaron la misma fama de eficacia y fiabilidad en el combate. A finales de 1915 apareció el C.III, que era, como de costumbre, una versión mejorada del anterior. Como éste, derivaba de un tipo B, el B.III, también de 1914, y conservaba de el las líneas y la estructura del plano de cola. El C.III resultó un avión todavía más sólido, más manejable y más rápido que el C.I, con lo cual las peticiones de ejemplares fueron muy numerosas. Este Albatros se construyó en mayor cantidad que cualquier otro del tipo C. Habiendo entrado en servicio a principios de 1916, estuvo en activo hasta el año siguiente. Un año de operaciones intensivas que abarcaron el reconocimiento fotográfico, la observación y el bombardeo ligero, pues era capaz de transportar una carga de 90 kilogramos de bombas. Una variante totalmente renovada, el Albatros C.V apareció después de la transición que supuso el C.IV, también de 1916, de la que se produjeron muy pocas unidades. El C.V era algo mayor que el C.III, tenía líneas más aerodinámicas y un motor más potente. Pero precisamente el motor, que intentaba dar más fuerza al avión, fue el gran fallo del nuevo modelo. Sus ocho cilindros en línea (en lugar de los seis que se acostumbraba) eran una originalidad que resultó en un fallo total por la difícil puesta a punto. A este grave inconveniente el C.V unió dificultades de pilotaje. El C.VII lo sustituyó cuando se habían producido 400 ejemplares y tampoco fue un aparato de gran éxito. A pesar de ello, se construyeron bastantes unidades y estuvo activo hasta los comienzos de 1917, antes de ser sustituido. A diferencia de esas versiones, el Albatros C.X se difundió en todos los lugares de operaciones y prestó servicios hasta mediados de 1918 con las agrupaciones de reconocimiento y observación. El éxito de esta versión, que apareció a mediados de 1917 y que significaba el desarrollo total del C base, estuvo, sobre todo, en su motor. De la misma manera que el Albatros C.V fracasó por su propulsor, el C.X triunfó debido a él. Era un nuevo motor Mercedes D.IV de 260 HP. Con este modelo se abandonaba la idea de los ocho cilindros en línea que tan desastrosa había resultado y se volvía a los tradicionales seis cilindros, también en línea. Las prestaciones que así obtenía el avión eran excelentes, y la capacidad de carga, muy apreciable. La variante C.XII de Albatros hizo que se hablara del aparato como del “más bello biplano alemán del frente occidental”. Sus magníficas prestaciones lo mantuvieron en activo hasta el último día de guerra. La cuidada aerodinámica del fuselaje que le ganó la fama de belleza estaba acompañada por otras mejoras, conseguidas después de las experiencias con el C.X, del que la nueva versión conservaba el motor. Con este modelo terminó la serie C, que había de ser sustituida por la D. Bajo esta denominación se agruparon los cazas monoplaza biplanos provistos de dos ametralladoras, que les daban una potencia temible.

jueves, 28 de enero de 2010

Werner Voss as del aire

Werner Voss había nacido en 1897, y se hizo piloto a los diecinueve años, para lo cual tuvo que abandonar el cuerpo de húsares, al que pertenecía. Desde el comienzo demostró tener unas dotes naturales extraordinarias para el vuelo, dotes que supo aprovechar muy bien. Hacia fines de 1916 servia en la famosa Jasta Boelcke y paso gran parte del invierno de ese año y del siguiente a bordo de los Albatros D.II y D.III. Este último modelo acababa de llegar al frente, al tiempo que se dejaba de producir el estupendo Albatros D.I. A principios de 1917 Voss fue destinado a la Jasta 5, que estaba totalmente equipada con aviones D.III. El suyo se distinguía de los demás por los corazones rojos pintados a ambos lados del fuselaje. Con ese aparato consiguió su primera victoria, el 17 de marzo de 1917. Esa primera victima abatida fue la que abrió la serie de veintiocho que Voss derribo en el transcurso de tres semanas solamente. Su espectacular éxito fue recompensado con la medalla Pour le Mérite en el mismo mes de abril. Voss pasó algún tiempo con la Jasta 14 y volvió en mayo a la cinco como jefe. Su avión recibió un corazón rojo más: en la parte superior trasera del fuselaje. Poco después Voss fue destinado a la Jasta 39, donde tampoco iba a permanecer mucho tiempo. En el mes de julio, su buen amigo Manfred von Richthofen le ofreció el mando de la Jasta 10. al mes siguiente Werner Voss recibió un prototipo del triplano Fokker Dr.I y con el consiguió rápidamente diez victorias mas. El 23 de septiembre, mientras volaba solo sobre Ypres, en Bélgica, fue abordado por una patrulla de la escuadrilla Nº 56 del Royal Flying Corps. Voss sostuvo un combate agotador, en el que no hubo victimas, con pilotos tan famosos como Bowman, Lewis, Rhys-McCudden, Mayberry y Hoidge. Por fin acudieron a rescatarlo varios Albatros D.III. Cuando estaba a punto de retirarse, el avión de Werner Voss fue alcanzado repentinamente por los disparos del aparato de Rhys-David, un SE.5a, y fue derribado. El triplano alemán cayo detrás de las líneas aliadas. El cuerpo de Voss fue recogido y enterrado por sus enemigos con los máximos honores militares. En el momento de su muerte, Werner Voss había conseguido abatir 48 aparatos, lo que le colocaba en el cuarto puesto por el número de victorias entre los grandes pilotos alemanes de la Primer Guerra Mundial.

martes, 26 de enero de 2010

La vida en las trincheras de la Primer Gran Guerra (parte final)

El período medio de permanencia en este sector de la línea del frente era de ocho días: los soldados no eran capaces de aguantar más que eso. En medio del frío del mes de febrero, o en el calor propio de julio, las condiciones eran abrumadoras, intolerables, tal vez inimaginables. Por lo tanto, era absolutamente imprescindible que hubiera un sistema de relevos y refuerzos, que dio lugar a lo que se apodó (en la jerga del norte de África) la noria o sistema de vaivén. Quería decir que todas las unidades del ejército francés se tenían que turnar y que, por consiguiente, era muy poco lo que las unidades nuevas sabían acerca del terreno, las condiciones o las demás minucias de la batalla. En realidad, el ejército francés llegó a parecer una cadena gigantesca que pasaba por Verdún en un círculo de apariencia interminable. Verdún era un caso extremo de guerra de trincheras, en su grado más intenso y horripilante. Afortunadamente, fueron pocos los sectores que se vieron obligados a soportar algo así durante algún tiempo. Analicemos ahora algunas de las facetas de la vida en otros sectores del frente, que eran relativamente más tranquilos. Uno de los mitos persistentes de la guerra es que los soldados permanecían todo el tiempo en la línea del frente. Eso no es cierto. En el ejército británico, por sistema, los soldados de infantería pasaban alrededor de una semana de cada mes en las dos líneas del frente, repartida entre la trinchera de fuego y la de apoyo, otra semana en las líneas de reserva, y el resto del tiempo detrás de las líneas. La rutina diaria en las trincheras era bastante fácil de predecir. El día comenzaba media hora antes del amanecer, con la orden de “stand-to” (estar listo para entrar en acción). Cuando se oía esta orden, todo el pelotón se acercaba a los peldaños, por si se avecinaba un ataque. Si no era así, se apostaban centinelas y se desayunaba. La orden siguiente era la de inspección y, a continuación, más tareas de vigilancia y otros deberes de rutina, entre los que se solía incluir la reparación del sistema de trincheras. Tras un segundo “stand-to”, al anochecer, llegaban las raciones. Continuaba después la ronda de las obligaciones de vigilancia. Esta es la guerra que libraron en el frente casi todos los soldados la mayor parte del tiempo. Deprimente, llena de piojos y, con mucha frecuencia, húmeda y llena de lodo, o seca y demasiado polvorienta. Pero casi todo el tiempo se dedicaba a actividades defensivas, más que de ataque. Es verdad que se organizaban ataques sorpresivos para obtener información y para perjudicar al otro bando, y que siempre había francotiradores dispuestos a disparar. Pero no eran más que interrupciones en una guerra de resistencia, no de valentía. En algunos puntos, se desarrolló el “sistema del vive y deja vivir”, una forma de existencia que consistía en la colaboración tácita entre ambas partes, partiendo de la base de la paridad de fuerzas. Como ninguna de las partes tenía probabilidades de dominar a la otra, había maneras de reducir al mínimo el riesgo y la incomodidad de la guerra de trincheras. Existía el compromiso tácito (al que se llegaba por el método del tanteo) de no bombardear las letrinas, ni de abrir fuego durante el desayuno. También se trataba de hacer mucho ruido antes de emprender un ataque de poca importancia, para dar a los otros lo oportunidad de ponerse a salvo en los refugios subterráneos. Estas limitaciones de las hostilidades no se daban en todas partes, y los mandos acababan con ellas en cuanto se enteraban. Pero incluso aquellos acuerdos informales que subsistieron podían quedar sepultados en un instante, como los hombres que caían víctimas de los francotiradores, por un proyectil accidental, o por el gas. La efímera fraternización que se produjo entre las líneas el día de Navidad de 1914 no se puede tomar como representativa de la manera de librar la guerra en las trincheras. Después de cumplir con las obligaciones de vigilancia, los soldados de trinchera dedicaban el tiempo libre que les quedaba a realizar una especie de tareas de la casa rudimentarias, que consistían o bien en despiojar o bien en remendar y reparar los equipos de mala calidad que se les proporcionaban. A menudo surgió de este modo el arte de descubrir utilidades fundamentales para los implementos más estrafalarios. El equipo reglamentario rara vez bastaba para las reparaciones que había que repetir una y otra vez. Por tal motivo, los implementos normales sólo constituían el núcleo de los efectos personales del soldado. Además de un rifle, municiones y una máscara de gas, los soldados franceses llevaban a sus espaldas “su baúl e incluso su armario”, según el escritor francés Henri Barbusse. En las mochilas, que llegaban a pesar unos 27 kg, estaban los artículos de rigor: “dos latas de carne vacuna comprimida, una docena de galletas, dos tabletas de café y dos paquetes de sopa deshidratada, un paquete de azúcar, la camisa de faena y unas botas de recambio”, además de mermelada, tabaco, chocolate, velas, unos zapatos blandos, jabón, un infiernillo, una manta, una sábana impermeable, algunos utensilios de cocina, una herramienta para cavar zanjas y una botella de agua. Aparte, se transportaban de un lado a otro toda suerte de cachivaches. En la unidad a la que pertenecía Barbusse había un hombre con 18 bolsillos atestados de efectos personales. En uno de ellos llevaba papel de cartas, un libro sobre las cuadrillas del ejército, mapas, recortes de periódicos, una carpeta con fotografías de su familia; en otro, espejos, frascos con aceite mineral, tijeras, tubos de aspirinas o de tabletas de opio; también llevaba un monedero, una pipa, un encendedor de pipas de bolsillo, una baraja y un juego de damas, con un tablero de papel y piezas de lacre. Otros miembros del mismo batallón llevaban un libro alemán sobre las pagas, algunas ampollas de yodo, varios cuchillos, un revólver, cuerda, clavos y una taza para beber. Evidentemente, en las trincheras el aprovisionamiento era un arte muy individualizado, que consistía en almacenar, para su uso posterior, todo tipo de artículos comprados, robados, tomados como botín de las trincheras enemigas, o quitados a los muertos.

domingo, 24 de enero de 2010

La vida en las trincheras de la Primer Gran Guerra (primera parte)

En Francia y en Flandes, el frente no era una sola línea sino varias. El sistema británico de lucha en el frente era bastante regular. Al otro lado de las líneas enemigas se encontraba la trinchera de fuego, construida en zigzag para reducir el efecto de las explosiones y para evitar que un ataque mortal desde el flanco pudiese atravesarla de lado a lado. La trinchera tenia la profundidad suficiente para evitar el peligro de la metralla, aunque no lo bastante como para librarse de los francotiradores. El suelo estaba cubierto de tablillas de madera; había unos peldaños o un reborde para que el soldado subiera hasta el nivel del suelo. A veces la línea del frente del enemigo estaba situada apenas a 45 m de distancia. Con frecuencia, en la “tierra de nadie” había lo que se conocía como zapa de avanzada, o puesto de escucha, que sobresalía de la línea del frente. En el sector británico, la segunda línea, construida de la misma forma, era una línea de apoyo, conectada con las líneas de reserva por medio de una trinchera de comunicación. La distribución de las fuerzas en los sectores franceses era más irregular. Las trincheras que contaban con dotaciones completas de hombres y equipos se alternaban con otras posiciones con escasas defensas. La tierra de nadie se definía por medio de dos líneas gruesas de alambre de púas, interrumpidas de vez en cuando por los puntos de entrada para las patrullas. Mas allá de las trincheras de apoyo había unos refugios subterráneos más profundos, que por lo general no contaban con una línea de reserva, como en el caso británico. Desde luego, las condiciones variaban en cada lugar, y sobre todo Verdún era un caso especial. El sistema de trincheras alemán era mas complejo y, según algunos informes, estaba mejor construido y mantenido. Esto se debió al hecho de que, durante largos periodos, el ejército alemán se mantuvo a la defensiva, y necesitaba un ambiente que permitiera que sus hombres resistieran los bombardeos y los ataques masivos de los aliados. Los refugios subterráneos (o bunkers) alemanes protegían de los bombardeos preliminares del enemigo que precedían a la mayoría de los ataques, tras los cuales resurgían las dotaciones de las ametralladoras y los soldados de apoyo para aniquilar las líneas de avanzada de las tropas enemigas. La línea alemana era mucho más profunda que la británica. Por ejemplo, en Nueve Chapelle, en el norte de Francia, había una distancia de unos 2.500 m entre la trinchera del frente, completamente guarnecida, y la de apoyo, y una distancia similar separaba la trinchera de apoyo de la reserva, situada detrás. Además, alrededor de 800 m detrás de la línea del frente había una cadena de emplazamientos de ametralladoras, protegidas con hormigón. Entre cada uno de estos puntos de disparo había un intervalo variable, que podía alcanzar los 600 m. En 1916, los alemanes desarrollaron un sistema nuevo, conocido con el nombre de “defensa plana”, que proporcionaba a los hombres mucha más flexibilidad. Consistía en una defensa leve de la primera línea, fácil de evacuar en caso de producirse un ataque enemigo. La segunda y la tercera líneas ofrecían un contraataque impresionante, que hacía retroceder a las tropas enemigas, exhaustas, de las posiciones que acababan de ocupar. Ernst Jünger comparaba este sistema con un “tendón” o un cepo de acero, que al principio parece flexible pero que está dispuesto a cerrarse de un golpe en cuanto ha absorbido la presión inicial. Pero incluso Jünger, que escribió manuales tácticos para el ejército alemán y memorias de la guerra después del armisticio, ha reconocido que esta descripción ofrece una visión demasiado matemática o arquitectónica de las trincheras. Había mucha más variedad en cuanto al emplazamiento y el enlace de las tropas de lo que sugieren las descripciones lineales del frente. Jünger prefería la imagen de una red, en la cual, a medida que avanzaban, los soldados quedaban atrapados en distintos puntos y a diferentes profundidades. La irregularidad de la red da una idea del sistema variado y vasto de fortificaciones y trincheras que los franceses construyeron en Verdún. En 1916, tuvo lugar allí la campaña más difícil y sanguinaria de toda la guerra. Durante los diez meses que duró la batalla, los enormes fortines de hormigón, como Fort Douaumont y Fort Vaux, fueron defendidos por sus propios contingentes, algunas veces conectados con otras unidades, otras veces aislados y rodeados. Manojos de fortificaciones como éste no eran raros en el frente occidental. Las maniobras de Verdún deben su carácter exclusivo al hecho de que se realizaran a una escala absolutamente monumental. El 15 de julio, cinco meses después de que los alemanes lanzaran los primeros ataques, setenta divisiones completas, de total de 95 que había en el ejército francés, habían pasado por Verdún. Sirvieron en un frente de menos de 30 km, en los que quedaron los restos de más de 650.000 hombres.