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domingo, 17 de enero de 2010

La sangrienta batalla de Chacabuco (tercera parte)

Los elementos de seguridad realistas rechazados pudieron replegarse sobre el grueso de su ejercito sin que la caballería patriota pudiera impedirlo, a causa de las características del terreno escabroso que no le permitió maniobrar. De todas maneras, la corta persecución evito que el comandante Marqueli, que había quedado al mando de esos efectivos, hiciera pie en el cerro de las Tórtolas Cuyanas, posición adecuada para ofrecer una nueva resistencia. La división de Soler inicio su marcha por la Cuesta Nueva, mientras O’Higgins avanzaba con la suya por la Cuesta Vieja, alcanzando a mediodía el morro de las Tórtolas Cuyanas. Desde allí continuo su aproximación a la posición enemiga, sin esperar a la otra división, como lo establecía el plan de ataque. Llevado por sus recelos y desobediencias, O’Higgins no cumplió el plan fijado por San Martín, que le ordenaba ejecutar un simple aferramiento frontal y busco lograr la decisión con su sola división, poniendo, con ese accionar, en riesgo la operación completa.
Cuando la división del general chileno enfrento la posición principal enemiga, desplegó sus líneas y comenzó el combate por el fuego. Una de las primeras descargas alcanzo al bravo coronel Elorreaga, quien cayó muerto. Después de sostener durante una hora el combate por el fuego, O’Higgins ordeno pasar al asalto. Brevemente arengo a su tropa con estas palabras: “¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga! ¡Columnas a la carga!”. Los tambores tocaron calacuerda y los soldados de color de los batallones 7 y 8 a órdenes de los tenientes coroneles Conde y Cramer avanzaron en columnas. Pero a poco encontraron una grieta profunda que se extendía delante de las alturas ocupadas por el enemigo. El nutrido fuego recibido de la derecha realista se cruzaba con el de las tropas que ocupaban el morro de Chingue a las órdenes del comandante Marqueli. Los infantes debieron replegarse hasta su posición inicial. Los granaderos a caballo también fueron lanzados a la carga, pero el terreno anegadizo del estero de las Margaritas, por el cual debían avanzar, dificultó su marcha y el fuego enemigo los obligó a replegarse fuera del alcance de éste. Inmediatamente, el coronel Zapiola envió al ayudante, teniente Rufino Guido, hacia las alturas de la serranía de Chacabuco a informar al general en jefe sobre la situación. San Martín, al comprobar que el no-cumplimiento de su plan por la división O’Higgins podía comprometer el éxito de la batalla, gritó a su ayudante, sargento mayor Álvarez Condarco: “¡Condarco! ¡Corra usted a decir al general Soler que cruzando la sierra caiga sobre el enemigo con toda la celeridad que le sea posible!”. A continuación cabalgó a la mayor velocidad que le permitía lo escabroso del terreno y llegó a la boca de la quebrada cuando O’Higgins ya había iniciado una segunda carga, en esta ocasión sólo con la infantería. Nuevamente los dos batallones avanzaron en columnas de ataque, con el 7 adelante, y tampoco esta vez pudieron superar el escollo de la grieta y el intenso fuego enemigo. El resultado fue el mismo del primer ataque. Pero ahora los realistas decidieron aprovechar este éxito parcial y comenzaron los preparativos para efectuar un contraataque. Al comprobarlo, San Martín decidió actuar personalmente. Tomó de manos del portaestandarte la bandera del Ejército de los Andes, la hizo ondear para entusiasmar a la tropa y ordenó a la infantería cargar nuevamente. Devolvió la bandera, desenvainó su sable corvo, tomó el mando de los tres escuadrones de Granaderos a Caballo y poniéndose a su frente los lanzó a la carga sobre las posiciones en los cerros Guanaco y Quemado. Al mismo tiempo, llegaban al lugar de la acción las primeras fracciones adelantadas de la columna Soler. Eran dos compañías del batallón 1 de Cazadores de los Andes comandadas por el capitán Lucio Salvadores (200 hombres) y 80 más al mando del teniente Zorrilla, de la misma unidad, que tomaron por asalto el morro Chingue, derrotando a su guarnición, cuyo jefe, el comandante Marqueli, murió en su puesto valientemente.

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