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miércoles, 30 de septiembre de 2009

La artillería coreana del siglo XVI

Corea estaba orgullosa de ser un vasallo de China, y la cultura y la tecnología del Reino Medio se copiaba con una especie de devoción filial. El emperador chino Taizu llamaba al país Zhaoxian (Choson), un nombre que permaneció hasta tiempos modernos y que significa frescura matinal o calma matinal. Pero las cosas estaban lejos de la calma a finales del siglo XVI. El ejercito coreano tenia 200.000 hombres alistados, pero los soldados estaban mal equipados y peor entrenados. Cuando comenzó la guerra, las filas se reforzaron con reclutas rasos que eran valientes, pero sin la capacidad suficiente como para oponerse a los profesionales japoneses. Las fortificaciones coreanas también estaban en un estado lamentable. Las murallas eran normalmente construcciones verticales hechas de pequeñas piedras planas y se encontraban muy mal mantenidas. Muchas fortificaciones eran sansongs, fortalezas colgadas de altos picos de montaña y diseñadas para alojar a la población local en momentos de crisis. Estas fortalezas de montaña eran buenas para defensa, pero estaban localizadas demasiado lejos de las zonas pobladas, por lo que estaban aisladas. Cuando el gobierno del rey Seonjo (1552-1608) despertó finalmente ante el peligro que acechaba, envío decretos ordenando que se repararan las ciudades fortificadas y otros bastiones. El trabajo se realizo mediante personas reclutadas por la fuerza, lo que generaba mucho resentimiento entre el pueblo que todavía no creía que los japoneses se estaban acercando. Las reparaciones eran de baja calidad y se hacían con materiales malos. Por ejemplo, una fortaleza de montaña fue reubicada en una cota mas baja por conveniencia y fue rápidamente tomada por los aguerridos japoneses sin mayor dificultad. Yu Songnyong, uno de los ministros del gobierno que pensaba que la guerra estaba a punto de estallar, deploraba lo que oía y veía. Un amigo le dijo llanamente: “Construir fortalezas no es una buena idea. ¿Por qué tenemos que acosar a la gente haciéndoles trabajar en las fortalezas sin motivos?” Corea no tenía demasiadas cartas que jugar, pero poseía una chance en su artillería, muy superior a la japonesa. Muchos cañones de la época eran pesados y difíciles de manejar, especialmente en terreno áspero. Pero eran excelentes para otras aplicaciones como para las fortificaciones amuralladas o a bordo de los barcos. Y cuando caían en manos de un genio militar como el almirante Yi Sun-sin podía alterar el curso de la guerra. Un funcionario de nivel bajo del Gobierno llamado Cheo Mun-son fue quien introdujo la pólvora en Corea a finales del siglo XIV. En aquel tiempo los chinos estaban tratando de impedir que su conocimiento se extendiera, pero Choe logró la esencia de la fórmula hablando con los comerciantes manchúes que viajaban al Reino Medio. Como recompense, Choe fue nombrado jefe de la Superintendencia de Armas de Pólvora de 1377. Se dice que desarrollaron muchas armas durante su gestión, pero sobre todo, fue en el reinado del rey Sejong (1379-1450) cuando la construcción de cañones se convirtió en una prioridad. El rey ordenó en 1445 un proyecto importante para mejorar la artillería coreana.
Los modelos chinos avanzados se estudiaron con detalle, pero los coreanos aplicaron sus mejoras propias. El proyecto tuvo tanto éxito que por orden del rey se escribió un libro secreto que detallaba como fundir un cañón grande y generar pólvora. Este libro secreto, el Chongtungrock, permitió que las nuevas técnicas pasaran a las siguientes generaciones. El cañón coreano era desde luego muy superior al japonés. Había cuatro tipos de artillería coreana a finales del siglo XVI: chonja (cielo), chija (tierra), hyonja (negro) y hwangja (amarillo). Los nombres no tienen importancia y vienen de un libro llamado Los mil caracteres, un manual para ayudar a aprender la escritura china. Parece que chija y hyonja eran los más comunes: el primero estaba hecho de cobre y el segundo de hierro. El chonja, también hecho de cobre, era el más grande del cuarteto con un barril de 165 centímetros de largo. Cualquiera que fuera el tamaño de los cañones coreanos podían disparar bolas de piedra o de hierro, pero el mejor proyectil era la flecha con punta de hierro. Una mención especial merece un arma inusual del arsenal coreano, el hwacha, un carro con ruedas que podía ser desplazado por dos o cuatro hombres, y que tenia una estructura de panal de abeja con compartimentos que podía disparar 100 cohetes pequeños o 100 flechas que eran lanzadas desde pequeños tubos de hierro. La invasión japonesa de corea empezó por fin el 23 de mayo de 1592, cuando una gran flota de 700barcos apareció en Pusan (ahora llamado a menudo Busan). Se trataba de una avanzadilla de 5.000 hombres dirigidos por un samurai llamado So Yoshitomo (1568-1615). Pusan era un puerto principal del sur de Corea y estaba bien fortificado. Por desgracia, la invasión tomo a las autoridades locales por sorpresa total, asi que Yoshitomo dirigió un ataque contra Pusan mientras otro militar llamado Konishi Yukinaga (1555-1600) llevo a cabo otro ataque simultáneamente contra otro puerto cercano en Tadaejin. Curiosamente la ventaja coreana –cañones- brilló por su ausencia. Los defensores coreanos lanzaron nubes de flechas contra los japoneses, pero fueron barridos desde los parapetos por el fuego masivo de los arcabuces. Aparte de los mosquetes, los japoneses mostraron poca finura en sus ataques y prefirieron usar la fuerza bruta a las sofisticadas técnicas de asedio. Quiza fuera la ambición por el combate o el desprecio hacia sus enemigos coreanos. Parece que su táctica principal era la de llenar los fosos con madera y rocas para después escalar los muros de 4,3 metros con escaleras.
Los coreanos lucharon valientemente, pero no pudieron rivalizar con los veteranos soldados japoneses. Pusan cayó y su conquista estuvo acompañada por una matanza implacable. En corto espacio de tiempo los japoneses desembarcaron mas tropas y tres grandes columnas avanzaron hacia el norte. Las fortalezas fueron cayendo una tras otra y los coreanos fueron vencidos en campo abierto una y otra vez.
Sin embargo, la ciudad fortificada de Chinju (antes conocida como Jinju) rechazo a los invasores en otoño de 1592 dando a los japoneses su misma medicina: fuego de cañón y arcabuz. Los japoneses tomaron Seúl sin luchar el 12 de junio de 1592. el rey coreano y su corte así como la población habían abandonado ya la ciudad.
No obstante, las cosas cambiaron pronto. Los métodos japoneses produjeron un gran movimiento de resistencia popular, los llamados ejércitos honrados de guerrilleros. Además el almirante Yu Sun-sin gano una serie de combates navales en el sur que culminaron en la Batalla de Hansando el 8 de julio de 1592. Cuando los chinos Ming acudieron en ayuda de corea, la guerra estaba empantanada en un punto muerto. Después de una breve tregua, las hostilidades se reiniciaron en 1597, pero esta vez Corea no fue el paseo que había sido cinco años antes. Hideyoshi murió en 1598 y los japoneses por fin se retiraron.

lunes, 28 de septiembre de 2009

L a batalla de Eylau. La carga de caballería mas grande de la historia (parte final)

Los rusos empezaron a abrir fuego con cañones y mosquetes a esta masa de jinetes formados delante de ellos, enviándoles proyectiles que zumbaban en el aire. El regimiento de elite de Grenadier á Cheval de la caballería de la Guardia Imperial, montado sobre sus característicos caballos negros, llego bajo un fuego especialmente mortificante. Los granaderos a caballo eran hombres altos, mas de la media normal, y los enormes gorros de piel de oso que llevaban puestos aún aumentaban mas su estatura. Mientras los proyectiles pasaban silbando, los soldados se inclinaban hacia delante en sus sillas, bajando instintivamente la cabeza ante la tormenta de plomo que barría sobre ellos. Su comandante, el coronel Louis Lepic (1765-1827) se enfureció por el comportamiento tan novato de su regimiento de elite. Sentado, completamente erguido enfrente de la fila, se removió en su silla y grito: “Cabezas arriba, por Dios, ¡son balas, no zurullos!” Formados ahora en líneas masivas, con los coraceros y los dragones a la cabeza, la caballería francesa espero la señal de Murat. Cuando llego, las trompetas empezaron a tocar para el ataque y los jinetes impulsaron hacia delante a sus monturas. No fue una carga violenta, sino un avance metódico, bien organizado, que empezó con un trote lento, aumentando poco a poco de velocidad. El ritmo del ataque también estaba dictado por las condiciones del terreno, ya que los caballos se movían con dificultad en la nieve, que en algunos puntos del campo se había amontonado en gran cantidad. Sin embargo, aunque la carga francesa carecía de velocidad, lo suplía en volumen. Fue nada más y nada menos que el mayor ataque de caballería de las Guerras Napoleónicas.
Los caballos franceses se acercaban a la masa de columnas de infantería rusa que cruzaban el estrecho valle hacia el vulnerable centro francés. Tomados totalmente por sorpresa, los rusos fueron aplastados por los cientos de sables franceses que destellaban rompiendo sus filas. Cuando se disperso la infantería, los soldados de Murat siguieron adelante y tropezaron con unos cuantos regimientos de dragones rusos que habían estado apoyando el ataque de la infantería. Los coraceros franceses tuvieron poco que hacer con los dragones porque escaparon del encuentro, pero fueron interceptados en plena huida por las sucesivas oleadas de jinetes franceses, que chocaron contra el flanco de dragones y acabaron con ellos. La carga siguió hacia la línea de cañones rusos, sin hacer caso a la metralla que hacia caer a hombres y caballos sobre la nieve. Los coraceros y dragones franceses barrieron las baterías enemigas, atravesaban a los artilleros rusos que permanecían en pie y luchaban, y enviaban a otros a cubrirse debajo de sus piezas. El resto huyo en vano hacia la infantería rusa, que había cambiado su formación a la de cuadrado para rechazar el ataque. Los jinetes de Murat golpearon estos cuadrados, rompiendo en pedazos muchos de ellos y causando bastantes bajas. Nada parecía poder detener la avalancha de la caballería francesa, que ahora se dirigía furiosa hacia las posiciones de reserva rusas, rompiendo aun otra línea de resistencia y amenazando con partir en dos al ejército de Bennigsen. Satisfecho con este éxito, refreno a sus jinetes a la espera de que toda la línea rusa retrocediera.
En realidad, otro ejército podría haber dividido con el impacto de tal golpe, pero, para asombro de Murat, los rusos volvieron a formar sus líneas tenazmente detrás de sus exhaustos jinetes, mientras que regimientos de refresco convergían allí procedentes de todas partes. Durante un momento la caballería francesa estuvo atrapada por la masa del Ejército ruso. Sin embargo, antes de que alguien se pudiera despertar, la división de caballería de guardia, que se había mantenido en la reserva para un caso como este, llego con toda su fuerza. Cruzaron el estrecho frente ruso y apartaron a la caballería e infantería enemiga que habían rodeado y atrapado a la fuerza de Murat. Los hombres de Murat, reforzados ahora, fueron al ataque una vez más, pero no pudieron penetrar en la tercera y última posición rusa, a pesar de destruir mas batallones de infantería y de conducir a otros a las proximidades del bosque de Anklappen, cuyos árboles se elevaban como un muro para detener la oleada de caballería francesa. Mientras tanto, los rusos, de un modo increíble, volvieron a formar por segunda vez detrás de ellos y rodearon a la masa en ebullición de jinetes franceses. Eylau imprimió para siempre en los franceses la dureza de los soldados campesinos de la Madre Rusia. Después de la batalla los veteranos franceses dirían de su adversario: “Primero tienes que disparar a un ruso y luego hacerle caer”. Los caballos franceses se encontraban ya agotados, y un animal agotado que casi no se podía mover convertía a su jinete en un blanco prácticamente inmóvil. Los regimientos de cosacos y húsares, que no habían tenido oportunidad de enfrentarse a los coraceros y dragones de refuerzo, aprovecharon su velocidad y maniobrabilidad para entrar precipitadamente y rodear a la caballería pesada francesa, pinchando a los grandes jinetes con sus lanzas largas. Las baterías de artillería rusas se colocaron en posición también y dispararon proyectiles y metralla que silbaban entre los escuadrones de caballería agrupados y prácticamente inmóviles. La 2ª División de coraceros del general D’Hautpoul había penetrado mas que cualquier otra en las líneas rusas, y ahora su indomable comandante y su división se encontraban rodeados una vez mas. Cuando las balas de los cañones empezaron a estrellarse contra ellos, se dio cuenta de que no podía seguir manteniendo su actual posición, pero se negaba a retroceder a menos que Murat lo ordenara. Justo entonces un proyectil de cañón ruso le dio en la cadera, destrozándole el hueso y haciéndole caer al suelo. Le sacaron del campo sobre el caballo de uno de sus ayudantes y le llevaron al hospital de campaña donde el cirujano le dijo que tenía que amputarle la pierna. El viejo coracero sabia que esa operación significaría el fin de sus días sobre una silla de montar y por tanto se negó a continuar con el procedimiento, esperando cuidad de alguna manera la pierna para recobrar la salud. Sin embargo, sin la amputación necesaria, la herida resulto ser mortal y D’Hautpoul cumplió su propia profecía de morir por su emperador. En otro lugar, los granaderos a caballo del coronel Lepic también se encontraban en un punto crítico, demasiado extendidos y montados sobre caballos agotados. La infantería rusa empezó a entrar y un oficial ruso dijo a Lepic que se rindiera. “Mire a la cara a esos hombres –contesto Lepic- ¿Parecen hombres que vayan a rendirse?”
Mientras tanto, Murat supo que la carga había servido a su propósito y se dio cuenta de que era hora de retirarse. Rodeado una vez más, Murat volvió a formar a sus escuadrones para atacar, esta vez dirigiéndose hacia sus propias líneas. A su señal, los soldados impulsaron a sus monturas exhaustas a un esfuerzo supremo y las precipitaron a los campos cubiertos de nieve y de los espantosos restos de su primera carga. Los rusos, maltratados, no podían contener una fuerza tan poderosa y una vez mas vieron sus improvisados cuadrados y posiciones de cañones invadidos por una gran masa de jinetes franceses que se abría camino por el centro de la línea rusa antes de alcanzar finalmente la seguridad en las posiciones francesas. Las perdidas francesas habían sido cuantiosas, al menos 3.000 jinetes muertos o heridos en el campo de batalla, entre ellos varios oficiales superiores. Aun así la carga fue una de las más brillantes de la historia militar. Había detenido un contraataque enemigo y evitado cierta derrota, mientras que simultáneamente había causado un efecto devastador a una fuerza enemiga que en otras circunstancias bien podría haber resultado decisiva. La batalla continúo hasta la caída de la noche, sin ventaja para ninguna de las partes, y terminó con la retirada del ejército de Bennigsen, dejando el campo a Napoleón. Tácticamente la batalla había dado como resultado un empate y, por tanto, una decepción para un ejercito acostumbrado a los triunfos de Austerlitz y Jena-Auerstädt. La campaña se detuvo hasta la primavera, y en junio Napoleón logro un triunfo sobre los rusos en Friedland, consiguiendo una conclusión victoriosa para la Guerra de la Cuarta Coalición (1806-1807).

sábado, 26 de septiembre de 2009

La batalla de Eylau. La caballeria de Murat aplasta al ejercito ruso (segunda parte)

En consecuencia, todo el cuerpo de Augereau empezó a marchar lentamente y sin rumbo por el valle, pero se dirigían hacia las líneas contrarias, y pasaban entre ellas, en vez de ir hacia delante. De repente la nieve dejó de caer y cesó el viento, y al aclararse el aire se descubrió que el cuerpo de Augereau se había desviado mucho de su camino y había dejado expuesto su flanco derecho a la principal batería rusa de 72 cañones, que estaba situada en el centro de su posición. Los asustados artilleros rusos no daban crédito a lo que veían sus ojos: un cuerpo francés entero con el flanco expuesto a su línea de fuego. Los cañones rusos bramaron ante el inmenso objetivo que se les presentaba, rompiendo las densas columnas con sus des cargas. Oficiales y hombres caían a montones y pronto se perdió todo sentido de cohesión bajo el fuego asesino de la artillería rusa. En menos de una hora más de 5000 soldados franceses cayeron muertos o heridos, entre ellos Augereau y dos de sus comandantes de división, y el VII Cuerpo, destrozado, salió del campo dejando abierto un gran espacio en la línea francesa. En un momento de la batalla pareció vislumbrarse una cierta victoria francesa, pero se transformó rápidamente en una crisis que podía significar la derrota para Napoleón. Viéndolo él mismo, el general Bennigsen envió a sus reservas de infantería y de caballería contra el espacio abierto en las posiciones francesas. Sin embargo, se precipitó para beneficiarse de la situación y el ataque estuvo mal coordinado. Aún así los rusos penetraron profundamente en las posiciones francesas, invadiendo algunos cuarteles generales y zonas de abastecimiento, y en cierto momento amenazaron con apoderarse de un hospital improvisado, donde los heridos franceses habrían quedado a merced de la infantería rusa. Un batallón ruso, separado del ataque principal, se dirigió al cuartel general de Napoleón directamente. El emperador lo observó con gran aplomo mientras detrás de él oficiales inquietos ordenaban a granaderos de la Vieja Guardia adelantarse con bayonetas fijas. Cuando a todos les parecía que los rusos se echarían sobre el emperador antes de que pudieran actuar los granaderos, el escuadrón de escolta personal de Napoleón sacó sus sables y cargó contra la cabeza de la columna rusa. Los 120 jinetes eran muy pocos para ocuparse de la columna masiva, pero se lanzaron sobre los rusos con una valentía casi suicida. Sufrieron mucho en el ataque, pero lograron que fuera más lento el avance del batallón ruso, lo cual permitió que más caballería francesa, abatiera por detrás mientras la infantería de la Guardia, que llegó entonces, los cerraba de golpe desde el frente. Los rusos fueron aniquilados. La carga de Murat

Nada podía haber confirmado mejor el peligro que suponía el espacio abierto en el centro francés que este incidente. Al observar el avance ruso por el catalejo, el emperador espió a más tropas enemigas que se apresuraban a ayudar en el ataque. En un instante supo que tenía que utilizar su poderoso Cuerpo de Reserva de Caballería para contraatacar el avance ruso. Napoleón reclamó a su lado al jefe de caballería más famoso de la época, el mariscal Joachim Murat (1767-1815). Murat era un gascón alto y apuesto. Su atuendo era extravagante e incluía una manta de piel de tigre para la silla de montar. En cierta ocasión Napoleón le había comparado con sorna con un caballista de circo, pero también había dicho de él que era el mayor jinete y el mejor jefe de caballería de toda Europa. Hijo de un posadero, Murat se había alistado de soldado raso en la caballería cuando tenía 20 años. Cuando estallo la Revolución, su consumada destreza como jinete y temeraria valentía en combate le hicieron conseguir una comisión de oficial y una promoción rápida. Murat conoció a Napoleón en 1795, cuando le llevaba al entonces general de brigada Bonaparte, apenas conocido, los cañones que disparaban el famoso “olorcillo a metralla” que conservaba el Directorio y con el que Napoleón gano su primer mando importante. Desde ese momento nunca se alejo de Napoleón, guiando a la caballería en la primera campaña italiana y en Egipto, donde su violenta carga llevo a los turcos al mar en la batalla de la bahía de Aboukir (1799). Participo en el coup d’état del 18 de Brumario, se caso con una hermana de Napoleón, Carolina (1782-1839) en 1800 y fue nombrado mariscal de Francia en 1804. a pesar de su cargo, Murat se encontraba como en casa cuando iba montado en la silla dirigiendo una carga desesperada. Durante el combate siempre se le podía encontrar en el grueso de la batalla, cargando contra el enemigo precipitadamente aunque de un modo excéntrico, solo iba armado con un látigo.
Napoleón evalúo su situación y rápidamente se dio cuenta de que el espacio abierto por el destrozado cuerpo de Augereau tenía que ser cauterizado antes de que los rusos aprovecharan la oportunidad. Se volvió hacia Murat y señalo hacia la poderosa fuerza rusa que se acercaba al centro francés diciéndole: “¿Va a permitir que esos tipos nos devoren?”. Murat comprendió inmediatamente y galopo a reunirse con el Cuerpo de Reserva de la Caballería para realizar un esfuerzo supremo contra el avance ruso. Los jinetes de Murat se habían pasado casi toda la batalla tiritando sobre sus sillas mientras esperaban con impaciencia su oportunidad de entrar en acción. Ese momento había llegado al fin, cuando Murat avanzo a la 2.ª División de coraceros de D’Hautpoul, junto con la 1.ª, 2.ª y 3.ª División de dragones, con la petición de que la Caballería de Guardia del mariscal Jean-Baptiste Bessiéres (1768-1813) estuviera preparada para apoyar el ataque. Cuando todo estuvo dicho, Murat tenía a mano a unos 80 escuadrones, que sumaban 11.000jinetes aproximadamente. Era la mejor caballería del mundo con el mejor comandante de caballería de la época a la cabeza. Los escuadrones formaron en líneas solapadas, escalonadas hacia el fondo. Los soldados se apretaban codo con codo, los sables desenfundados mientras sus caballos pateaban la nieve impacientemente, esperando la orden que anticipara el ataque.

jueves, 24 de septiembre de 2009

La batalla de Eylau 7-8 de febrero de 1807 (primera parte)

La campaña de 1806 había terminado con la aniquilación del Ejército prusiano en las batallas de Jena-Auerstädt el 14 de octubre y con la toma de Berlín por los victoriosos franceses dos semanas más tarde. El Ejército ruso había ido en ayuda de su aliado, a tiempo para alcanzarlo en su retirada cuando se dirigía al este con los franceses en persecución suya. Cuando llegó el invierno, Napoleón dispersó sus fuerzas en cuarteles de invierno por el interior de Prusia y Polonia, donde apenas había población, y se preparó para pasar la estación. El IV Cuerpo del mariscal Ney fue destinado a una zona de paisaje realmente inhóspito de Polonia y, violando las órdenes, movilizó a sus divisiones en diciembre de 1806 en busca de un mejor cuartel de invierno. Los exploradores rusos informaron de ese movimiento a su comandante, el general Levin August Bennigsen (1745-1826), que interpretó el movimiento de Ney como una ofensiva y envió a su ejército al encuentro. Cuando se dio cuenta de las verdaderas intenciones de Ney, Bennigsen decidió aprovecharse del momento e intentó aislar y destruir el cuerpo de Ney antes de que pudiera reaccionar el resto del ejército de Napoleón.Éste recibió la noticia de este arrebato repentino de actividad y, maldiciendo a Ney, ordenó a su ejército que levantara el campamento y fuera al encuentro de los rusos en una campaña de invierno. Después de una serie de enfrentamientos menores, Napoleón rodeó al ejército principal de Bennigsen y sorprendió a la retaguardia rusa en el pueblo de Hof, donde defendieron un puente que cruzaba un profundo barranco. Esperando una rápida victoria, Napoleón ordenó a los regimientos de dragones que asaltaran la posición, pero fueron apartados y sufrieron muchas bajas. A pesar de ello, Napoleón estaba convencido de que obtendría la victoria aquí y ordenó a la división de coraceros al mando del general Jean-Joseph d’Hautpoul, un hombre gigante, era un veterano endurecido en la batalla que se había especializado en operaciones de caballería pesada. A los 52 años seguía manteniendo una extraordinaria presencia en el campo de batalla. Era muy respetado por sus hombres y encabezaba el frente, donde siempre se le encontraba en lo más duro del combate con el sable en la mano. El general D’Hautpoul dirigió a sus jinetes “acorazados” a cargar sobre el apreciado puente, que vibró y tembló bajo los cascos de la caballería pesada. Al llegar al otro lado, los coraceros franceses atacaron a una fuerza de dragones y húsares rusos, destruyéndolos y haciendo huir a los supervivientes. Los jinetes rusos perdieron toda su cohesión en la derrota y retrocedieron atravesando su propia infantería, rompiendo sus formaciones y dejándoles vulnerables a la avalancha de coraceros de D’Hautpoul, que enseguida estuvieron encima para atacarles y producir muchas pérdidas. EL audaz ataque dio como resultado la captura del vital puente y de cuatro cañones y dos estandartes. Napoleón estaba jubiloso por la victoria y felicitó a D’Hautpoul por la batalla ganada dando un abrazo al coracero gigante delante de toda la división. D’Hautpoul, que solía ser reservado, se sorprendió ante tal alabanza del emperador, y recibirlo delante de sus hombres significaba todo. Le dijo a Napoleón: “Para demostrar ser digno de tal honor, tengo que dar mi vida por su Majestad”. El intrépido general coracero se dirigió de este modo a sus hombres: “El emperador me ha dado un abrazo por vosotros. Y estoy tan satisfecho con vosotros que os besaré a todos el trasero”, a lo cual los soldados de caballería respondieron con risas y aplausos. Con el puente de Hof asegurado, Napoleón podía llevar a cabo su persecución del ejército de Bennigsen, y el 7 de febrero por la tarde, al anochecer, la vanguardia de las fuerzas francesas llegaba a las proximidades del pueblo de Preussich-Eylau, incitados por unos oficiales que les prometían que los vencedores del enfrentamiento dormirían a cubierto. Los rusos fueron sacados de sus puestos a punta de bayoneta después de que Napoleón y su ejército principal les hubieran rodeado rápidamente. La mañana siguiente descubrió a ambos ejércitos igualados en fuerza, preparándose para el combate uno a cada lado de un pequeño valle por el que se entrecruzaban corrientes y pequeños lagos congelados y enterrados bajo una alfombra de nieve. Napoleón sabia que el VI Cuerpo de Ney estaba de camino todavía hacia el campo de batalla, pero también sabia que el general del cuerpo prusiano Anton Lestocq (1738-1815), el único superviviente del desastre de 1806, se encontraba también por los alrededores y podría traer refuerzos a Bennigsen. Después de decidir que no ganaba nada esperando, Napoleón inicio la batalla enviando al III Cuerpo del mariscal Louis Davout (1770-1823) contra el flanco izquierdo ruso. Davout, con su profesionalizad de siempre, lanzo un diestro ataque, empujo hacia atrás al flanco izquierdo ruso y amenazo a toda la posición por completo. En esta critica coyuntura, Napoleón ordeno al VII Cuerpo del mariscal Pierre Augereau (1757-1816) que atacara el centro izquierdo ruso, de ese modo reforzaría el éxito de Davout y ganaría quizá la batalla en cuestión de horas. Sin embargo, en ese momento, el ataque bien coordinado de Napoleón empezó a fallar.
Tan pronto como Augereau puso en movimiento a su cuerpo para cruzar el estrecho valle que dividía la posición francesa y la rusa, una tormenta de nieve repentina sepulto el campo de batalla. Las columnas de ataque de Augereau desaparecieron en el remolino de la tormenta y su fuerza de asalto se perdió en la nieve. Las demás columnas siguieron la marcha en línea compacta lo mejor que pudieron detrás de los batallones. Los soldados de la caballería apenas podían ver al hombre que tenían delante, y mucho menos a las líneas rusas.