martes, 26 de enero de 2010
La vida en las trincheras de la Primer Gran Guerra (parte final)
El período medio de permanencia en este sector de la línea del frente era de ocho días: los soldados no eran capaces de aguantar más que eso. En medio del frío del mes de febrero, o en el calor propio de julio, las condiciones eran abrumadoras, intolerables, tal vez inimaginables. Por lo tanto, era absolutamente imprescindible que hubiera un sistema de relevos y refuerzos, que dio lugar a lo que se apodó (en la jerga del norte de África) la noria o sistema de vaivén. Quería decir que todas las unidades del ejército francés se tenían que turnar y que, por consiguiente, era muy poco lo que las unidades nuevas sabían acerca del terreno, las condiciones o las demás minucias de la batalla. En realidad, el ejército francés llegó a parecer una cadena gigantesca que pasaba por Verdún en un círculo de apariencia interminable. Verdún era un caso extremo de guerra de trincheras, en su grado más intenso y horripilante. Afortunadamente, fueron pocos los sectores que se vieron obligados a soportar algo así durante algún tiempo. Analicemos ahora algunas de las facetas de la vida en otros sectores del frente, que eran relativamente más tranquilos. Uno de los mitos persistentes de la guerra es que los soldados permanecían todo el tiempo en la línea del frente. Eso no es cierto. En el ejército británico, por sistema, los soldados de infantería pasaban alrededor de una semana de cada mes en las dos líneas del frente, repartida entre la trinchera de fuego y la de apoyo, otra semana en las líneas de reserva, y el resto del tiempo detrás de las líneas. La rutina diaria en las trincheras era bastante fácil de predecir. El día comenzaba media hora antes del amanecer, con la orden de “stand-to” (estar listo para entrar en acción). Cuando se oía esta orden, todo el pelotón se acercaba a los peldaños, por si se avecinaba un ataque. Si no era así, se apostaban centinelas y se desayunaba. La orden siguiente era la de inspección y, a continuación, más tareas de vigilancia y otros deberes de rutina, entre los que se solía incluir la reparación del sistema de trincheras. Tras un segundo “stand-to”, al anochecer, llegaban las raciones. Continuaba después la ronda de las obligaciones de vigilancia. Esta es la guerra que libraron en el frente casi todos los soldados la mayor parte del tiempo. Deprimente, llena de piojos y, con mucha frecuencia, húmeda y llena de lodo, o seca y demasiado polvorienta. Pero casi todo el tiempo se dedicaba a actividades defensivas, más que de ataque. Es verdad que se organizaban ataques sorpresivos para obtener información y para perjudicar al otro bando, y que siempre había francotiradores dispuestos a disparar. Pero no eran más que interrupciones en una guerra de resistencia, no de valentía. En algunos puntos, se desarrolló el “sistema del vive y deja vivir”, una forma de existencia que consistía en la colaboración tácita entre ambas partes, partiendo de la base de la paridad de fuerzas. Como ninguna de las partes tenía probabilidades de dominar a la otra, había maneras de reducir al mínimo el riesgo y la incomodidad de la guerra de trincheras. Existía el compromiso tácito (al que se llegaba por el método del tanteo) de no bombardear las letrinas, ni de abrir fuego durante el desayuno. También se trataba de hacer mucho ruido antes de emprender un ataque de poca importancia, para dar a los otros lo oportunidad de ponerse a salvo en los refugios subterráneos. Estas limitaciones de las hostilidades no se daban en todas partes, y los mandos acababan con ellas en cuanto se enteraban. Pero incluso aquellos acuerdos informales que subsistieron podían quedar sepultados en un instante, como los hombres que caían víctimas de los francotiradores, por un proyectil accidental, o por el gas. La efímera fraternización que se produjo entre las líneas el día de Navidad de 1914 no se puede tomar como representativa de la manera de librar la guerra en las trincheras. Después de cumplir con las obligaciones de vigilancia, los soldados de trinchera dedicaban el tiempo libre que les quedaba a realizar una especie de tareas de la casa rudimentarias, que consistían o bien en despiojar o bien en remendar y reparar los equipos de mala calidad que se les proporcionaban. A menudo surgió de este modo el arte de descubrir utilidades fundamentales para los implementos más estrafalarios. El equipo reglamentario rara vez bastaba para las reparaciones que había que repetir una y otra vez. Por tal motivo, los implementos normales sólo constituían el núcleo de los efectos personales del soldado. Además de un rifle, municiones y una máscara de gas, los soldados franceses llevaban a sus espaldas “su baúl e incluso su armario”, según el escritor francés Henri Barbusse. En las mochilas, que llegaban a pesar unos 27 kg, estaban los artículos de rigor: “dos latas de carne vacuna comprimida, una docena de galletas, dos tabletas de café y dos paquetes de sopa deshidratada, un paquete de azúcar, la camisa de faena y unas botas de recambio”, además de mermelada, tabaco, chocolate, velas, unos zapatos blandos, jabón, un infiernillo, una manta, una sábana impermeable, algunos utensilios de cocina, una herramienta para cavar zanjas y una botella de agua. Aparte, se transportaban de un lado a otro toda suerte de cachivaches. En la unidad a la que pertenecía Barbusse había un hombre con 18 bolsillos atestados de efectos personales. En uno de ellos llevaba papel de cartas, un libro sobre las cuadrillas del ejército, mapas, recortes de periódicos, una carpeta con fotografías de su familia; en otro, espejos, frascos con aceite mineral, tijeras, tubos de aspirinas o de tabletas de opio; también llevaba un monedero, una pipa, un encendedor de pipas de bolsillo, una baraja y un juego de damas, con un tablero de papel y piezas de lacre. Otros miembros del mismo batallón llevaban un libro alemán sobre las pagas, algunas ampollas de yodo, varios cuchillos, un revólver, cuerda, clavos y una taza para beber. Evidentemente, en las trincheras el aprovisionamiento era un arte muy individualizado, que consistía en almacenar, para su uso posterior, todo tipo de artículos comprados, robados, tomados como botín de las trincheras enemigas, o quitados a los muertos.
Publicado por Proletario en 1/26/2010 10:14:00 p. m.
Etiquetas: Bélicos, Historia de la guerra, I Guerra Mundial, Tácticas de combate
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1 comentarios:
Muy buena descripción, me ha encantado, muchas gracias!
Un saludo
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