Los agresivos vesicantes, tales como el gas mostaza. La Lewisita y combinaciones de ambos compuestos pueden incapacitar e incluso causar la muerte por contacto con la piel, inhalación en los pulmones o ingestión. El contacto con la piel motiva dolorosas ampollas o ceguera, si entra en contacto con los ojos. Estos agresivos son especialmente mortales si se inhalan. Los incapacitantes son aquellos que quebrantan la capacidad física y mental de las victimas. Puede que no lleguen a provocar la perdida de la conciencia y usualmente sus efectos pasan sin dejar huellas físicas permanentes. Los irritantes también conocidos como agresivos de control de disturbios, causan una fuerte sensación de quemazón en los ojos, boca, piel y vías respiratorias. Los efectos de estos agresivos, de los cuales el más conocido es el gas lacrimógeno, también son temporales. Las victimas se recuperan completamente sin que guarde ningún efecto serio residual. Los agresivos químicos se clasifican en persistentes y no persistentes. Los persistentes como el agresivo V, algunos agresivos G, y el vesicante mostaza, pueden mantener sus características de incapacitación o letalidad durante días, y semanas en algunos casos, dependiendo de las condiciones ambientales. Los no persistentes conservan su potencia durante un lapso generalmente menor, dependiendo de las circunstancias atmosféricas. Las armas biológicas
A principios del verano de 1979 comenzó a filtrarse información procedentes de una variada gama de fuentes, que advertían sobre un escape de bacterias ántrax de una instalación militar fuertemente protegida, en Sverdlosk (por aquel entonces plena Unión Soviética). La información que se disponía por aquel entonces, y los análisis técnicos, encaminaban a los espías internacionales hacia actividades de investigación y desarrollo en el campo biológico que superaban las que normalmente son de esperar a fines de protección biológica. Cabe preguntarse transcurrido tanto tiempo, hasta que punto las dos superpotencias enfrentadas en aquellos momentos no han utilizado eficazmente agentes de orden biológico contra las fuerzas enemigas, tras haber inmunizado a sus propias tropas. Con ayuda de difusores de aerosoles podían ser diseminados, por ejemplo, virus mortales por amplias zonas que permanecerían infectados durante varios años. La comunidad internacional, sin embargo, y para cuidar las apariencias, ha “condenado” las armas biológicas en dos ocasiones el protocolo de Ginebra de 1925 prohíbe su uso y la convención de 1972 su desarrollo, producción y almacenamiento. Ahora se trata de evitar que sean violados estos acuerdos (o usados como excusas para apoderarse del petróleo de países completos, caso Irak, luego de agotar los recursos petroleros de dicho país, y habiéndolo invadido supuestamente para desmantelar la producción de armas químicas, declaran los invasores norte americanos que no había tal producción de arsenal químico, ¿entonces, le devolvieron a Irak, su petróleo, sus muertos, su libertad?). De emplearse armas biológicas sus objetivos claramente estarían situados en la zona de retaguardia: serian los sistemas de abastecimiento de agua y suministros de alimentos, concentraciones de tropas, convoyes y centros de población urbanos y rurales (como cuando el inminente conflicto entre Argentina y Chile por el Canal del Beagle, el alto mando chileno había planificado diseminar agentes biológicos en el suministro de agua del país vecino). Si se emplean agresivos biológicos contra semejantes objetivos pueden perturbar y degradar seriamente tanto los planes de movilización como la posterior conducción de la guerra. Algunos agresivos biológicos son extremadamente persistentes, manteniendo su capacidad de infección durante días, meses y en algunos casos permanentemente (como el HIV). El prolongado periodo de incubación hace difícil determinar la localización inicial y las circunstancias de la contaminación. Las armas biológicas consisten en microbios patógenos y toxinas causados por microorganismos siendo su finalidad la de matar o incapacitar a personas y animales y destruir plantas, productos alimenticios o material. Se conoce la existencia de casi mil tipos diferentes de microorganismos patógenos; sin embargo, no todos se adaptan a su utilización en la guerra como armas biológicas (actualmente, Israel inyecta medicamentes en apariencia a los prisioneros palestinos, que en realidad están alterados biológicamente con bacterias nocivas y altamente contagiosas). Los microorganismos se clasifican en bacterias, virus, rickettsias y hongos. Las bacterias, que son resistentes tanto a las bajas temperaturas como a la congelación, motivan enfermedades como la peste bubónica, cólera y ántrax, entre los más conocidos. Los virus son responsables de la viruela, diversos tipos de encefalitis y fiebre amarilla. Las rickettsias, microorganismos similares a las bacterias que se encuentran viviendo como parásitas en los artrópodos, pueden causar ciertas enfermedades humanas, como la “fiebre de las rocosas”. Los hongos se parecen a las bacterias en que ambos existen en las plantas; sin embargo los hongos tienen una estructura mas desarrollada. Las toxinas son un tipo de veneno altamente activo, producidos como subproductos de algunos organismos vivos o mediante métodos químicos. Unas cuantas enfermedades, bien conocidas, producidas por toxinas son: el botulismo, el tétanos y la difteria. Las toxinas pueden retener su potencia durante muchas semanas y en algunos casos durante meses. Los medios de lanzamiento disponibles, incluyen cohetes, proyectiles de artillería, minas, paquetes lanzados desde aviones, fumigadores aéreos, saboteadores e insectos y roedores infectados.
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