A pesar de la negativa de sus padres, la joven resolvió finalmente visitar al capitán Baudricourt. Este se opuso, pero ante la decisión de Juana de entrevistar a su rey, le facilito caballos y una escolta de seis hombres.
Vistiendo una armadura, la doncella anduvo once días y atravesó sin ningún incidente más de cien leguas de territorio enemigo, para arribar a Chinón, donde residía Carlos VII. Llevada ante la presencia del rey, los que conocían su divina inspiración le pidieron que demostrase sus poderes milagrosos, pero ella les respondió: “No he venido yo a esto, pues la misión que se me ha dado es dar la libertad a Orleáns”.
Luego de diversas vacilaciones y consultas, el monarca acepto, y dio orden resuministrarle armadura blanca, caballo negro y la espada de Carlos Martel.
Al frente de un pequeño ejercito, al que exigió la máxima decencia y disciplina, partió rumbo a Orleáns. Ante la presencia de Juana de Arco, los sitiados, enardecidos de patriotismo y colocados bajo sus órdenes, lograron rechazar a los ingleses.
La valerosa “Doncella de Orleáns” obtuvo nuevos triunfos, situación que permitió a Carlos VII trasladarse a Reims, en cuya catedral fue coronado rey de Francia.
Posteriormente, Juana cayó prisionera de los borgoñones, cuando trataba de liberar la ciudad de Compiégne. Fue entregada a los ingleses por 100.000 francos de oro, ante la indiferencia de Carlos VII, que no se preocupo por el destino de su salvadora.
En diciembre de 1430 fue trasladada a Ruán y juzgada en uno de los procesos mas infames que registra la historia. Allí el obispo de Beauvais, Pedro Cauchón, amigo de los ingleses, la sometió a numerosas preguntas insidiosas, para acusarla de hechicería. Fue sometida a numerosas torturas, que a pesar de lo extremadamente crueles, las resistió con total entereza ante el asombro del obispo traidor. Finalmente, y a pesar de las extremas torturas, no encontrando más justificativo, se la condeno a prisión perpetua por haber usado ropa masculina. No conforme con esta ridícula condena, sus enemigos la violaron repetidas veces, vengando en cada acometida; la ineptitud inglesa que fue derrotado varias veces por tan solo apenas “una chiquilla con armadura”.
La despojaron de sus ropas de doncella y la obligaron a vestirse nuevamente con ropajes masculinos. A sabiendas del vil engaño, el maligno obispo de Beauvais la declara “relapsa” (reincidente) y la condena, como ansiaba desde un principio, a morir quemada viva en la hoguera. El 25 de mayo de 1431 fue conducida al cadalso levantado en la plaza de Ruán. Juana camino erguida hasta la pila de leños que la aguardaba como pedestal último en la tierra. Mientras las inquietas llamas latigueaban su joven y maltrecho cuerpo, miro fijo al cielo, cerró entonces los ojos y sonrió placidamente, el Señor, una vez mas, la amparaba desde lo alto.
En 1456 una comisión eclesiástica declaro anulado e injusto el proceso de Ruán. El papa Benedicto XV canonizo a Juana de Arco en 1920. El patriotismo despertado por Juana de Arco y su sacrificio aceleraron la victoria sobre los sajones.
Los borgoñones rompieron su alianza con los invasores y por el tratado de Arrás reconocieron a Carlos VII (1435).
Consolidado el dominio real, los franceses obtuvieron un nuevo triunfo en Castillón (1453) y a partir de ese momento los ingleses abandonaron lentamente el territorio invadido. Al cabo de veinte años, solo dominaban la plaza de Calais, que perdieron en 1558.
0 comentarios:
Publicar un comentario