Akbar planeaba usar dos métodos principales de asalto: la mina y un sistema denominado “sabat” o camino cubierto.
Las minas constituían un proceso muy laborioso. Los zapadores con toda la protección superficial que podía prestarles una batería de cañones emplazados en su retaguardia, excavaban bajo la roca hasta que conseguían establecer una posición debajo de las murallas. Seguidamente, abrían una cámara, la llenaban de pólvora y se retiraban. Los defensores del fuerte podían observar donde empezaba el túnel, pero no tenían una seguridad acerca de su trayectoria y, por lo tanto, a menudo escuchaban con el oído pegado al suelo posibles rumores reveladores, con el fin de iniciar a su vez su propia contramina, para establecer contacto con el atacante. Había ocasiones, incluso, en que los asediados conseguían retirar los sacos de pólvora por detrás a medida que los zapadores las apilaban por delante, con lo que al propio tiempo que protegían su muralla aprovisionaban su almacén de municiones. En Chitor, dos minas, muy cercanas entre si, quedaron terminadas con éxito al cabo de un mes, pero, por desgracia las mechas resultaron menos eficientes que la pólvora y, aunque se pretendía que estallasen simultáneamente, hubo un considerable intervalo entre ambas explosiones. Las tropas de asalto, que esperaban una sola voladura, se lanzaron al ataque y se encontraban ya en la brecha cuando estallo la segunda carga. Perecieron doscientos mongoles, entre ellos varios de los oficiales favoritos de Akbar.
Después de este desastre, Akbar decidió concentrar sus esfuerzos en el sabat, una estructura aun mas complicada que las minas y que, por lo tanto, aun no estaba completada. En si, se trataba de una fortificación de de incremento constante destinada a facilitar a los atacantes una protección defensiva casi idéntica a la que cubría a los asediados, al propio tiempo que les permitía aproximarse lentamente hacia su objetivo. Consistía en un pasillo cubierto, (en Chitor tenia la anchura suficiente para que pasaran por él diez jinetes en línea y con bastante altura como para permitir el transito de un hombre de pie sobre un elefante y con la lanza en alto), con paredes de mampostería y barro, capaces de resistir el impacto de balas de cañón, y un techo de maderos atados con tiras de cuero. En el techo y en los muros había cámaras con aspilleras, como las de un fuerte, para albergar a los artilleros y mosqueteros.
En Chitor, el sabat seguía una línea sinuosa, presumiblemente a lo largo de la trayectoria más fácil en la pendiente de la colina, pero también, según da a entender Abul Fazl, para que no hubiese ningún tramo de su pared delantera con puntos ciegos para la artillería mongola emplazada en el interior. El extremo frontal se hallaba en construcción permanente y es innecesario añadir que era un lugar donde el trabajo resultaba extraordinariamente peligroso y, a pesar de que existía una protección a base de pantallas y escudos móviles construidos con cuero crudo (lo que indica el lento progreso logrado en aquellos tiempos), un par de centenares de obreros y especialistas perecían a diario. Sin embargo, a medida que aquella osada construcción se aproximaba lentamente a la fortaleza, la ventaja se inclinaba decididamente a favor de los atacantes. Resulta mucho más fácil disparar cañones en un pronunciado ángulo hacia arriba que hacia abajo, mientras estos permanecen bajo una protección efectiva, ellos aparte los especiales problemas de gravedad que influían en la apertura de brechas. Además, a medida que la artillería oculta en el sabat avanzaba con lentitud, podía causar un daño mucho mayor al lienzo de la muralla elegido, en parte a causa del mayor impacto del proyectil, pero también de resultas de poder apuntar con mayor precisión contra los lugares ya dañados. Y apenas la ancha boca del sabat llegaba a la muralla, hombres y elefantes arremetían contra la obra bajo una protección perfecta, hasta que practicaban un orificio en ella. El sabat de Akbarera una traicionera serpiente blindada que se desenroscaba con exasperante lentitud en dirección al punto donde cerraría sus mandíbulas sobre las murallas de Chitor.
Akbar mostraba gran interés en el sabat y pasaba largo tiempo en su techo, disparando contra la guarnición del fuerte. Algunos de los cronistas insisten incluso en que fue un proyectil disparado por el propio Akbar con su mosquete favorito, Sangram, el que mato al jefe del fuerte cuando este bajo para ayudar a defender la brecha que fue abierta por fin el 23 de febrero de 1568. es perfectamente posible que Akbar consiguiera semejante éxito, pues ejercitaba con gran esmero su puntería y disponía de ciento cinco mosquetes para su uso personal en estricta rotación, de los cuales solo Sangram fue citado mas tarde en el libro de caza del emperador por haber dado cuenta de mil diecinueve animales. Por otra parte, es sabido que el emperador se entretenía en los talleres de palacio y supervisaba la fabricación de armas de fuego. Pero es preciso añadir también que es costumbre de Abul Fazl y, a través de él, de otros historiadores, atribuir todo invento, ya fuese mecánico, medico o cultural, durante toda la segunda mitad del siglo XVI, al fértil cerebro de su emperador. No obstante, fuese o no esta bala decisiva atribuida solo por cortesía al propio Akbar, el resultado lógico de la muerte del gobernador fue la caída inmediata del fuerte.
Al principio, nadie entre los mongoles supo quien era aquel hindú de distinguido aspecto que había muerto, pero no tardaron en aparecer fogatas en diversos puntos del fuerte y Bhagwan Das explico a Akbar que el proyectil debía haber alcanzado a Jaimal y que aquello era el Jauhar, o sea la costumbre de Rajputana (guerreros sagrados hindúes que preferían la muerte al deshonor de la derrota), consistente en quemar a sus mujeres y a los niños, antes de que los hombres salieran a luchar hasta morir.
Los guerreros rajastanies perecieron debidamente en la batalla subsiguiente, pero mas tarde Akbar deshonro su victoria al proceder a la matanza de 40.000 campesinos que también habían habitado la fortaleza. Akbar tenia especial empeño en vengarse del millar de mosqueteros que tantas bajas habían causado a sus tropas, pero estos escaparon gracias al mas audaz de los turcos: ataron a sus mujeres e hijos y, empujándolos bruscamente como si fuesen cautivos, consiguieron pasar como un destacamento de los mongoles victoriosos, y así salieron indemnes de la fortaleza.
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