El servicio militar Bizantino era obligatorio para todo hombre sano menor de 40 años. También se enrolaban mercenarios ingleses y rusos, a quienes se les pagaba generosamente. El ejército estaba dividido en regimientos de entre 3.000 y 4.000 hombres, que se emplazaban para defender los distritos militares y provincias. En algunas regiones, los generales tenían que formar, equipar y mantener sus regimientos, los cuales rigurosamente llevaban el nombre del benefactor. Para favorecer el reclutamiento, se pagaba con tierras a los soldados apostados en provincias o fronteras distantes, y a menudo contaban con sirvientes y esclavos que los ayudaban en sus propiedades. Además recibían impuestos de los campesinos que araban esas tierras.
Estos soldados terratenientes eran propietarios vitalicios, pero a veces se les permitía dejar la tierra a los hijos, para conservar la fuerza del ejército. A cambio, los nuevos dueños debían prepararse para cabalgar y guerrear en defensa de la provincia.
El primer manual militar Bizantino fue publicado en el año 590 d.C. Ponía el énfasis en la prudencia e instaba a los generales a evitar los enfrentamientos hasta donde fuera posible. En caso de guerra, debían perdonar la vida a los prisioneros y tratar con respeto a las mujeres capturadas. Los bizantinos también fueron pioneros en la guerra psicológica. Se solicitaba a los generales que elevaran la moral de sus hombres contándoles historias acerca de victorias ganadas por otros regimientos imperiales, y se estableció una gran red de espías y exploradores. Los agentes preparaban cartas con información falsa, o incriminatoria, acerca de los líderes enemigos; tenían toda la intención de que tales cartas cayeran en manos de los subalternos del otro bando. Además negociaban treguas que el emperador no tenia intención de respetar. Con ello, ocasionaban demoras y dificultades que permitían a los bizantinos ganar tiempo y movilizar tropas de refuerzo: los soldados de infantería armados con arcos y flechas, dagas y espadas para combatir cuerpo a cuerpo, así como mazas, hondas, jabalinas y lanzas. La caballería portaba lanzas, hachas, espadas y arcos y flechas que usaban hábilmente y con precisión, mientras cabalgaban a todo galope. Cuando se iniciaba una batalla, los bizantinos demostraban ser combatientes aguerridos y valerosos. Los portaestandartes de los regimientos presidían las tropas, enarbolaban los “Vexilum” o estandartes romanos, así como las banderas de la buena suerte. La infantería marchaba escudo con escudo; recibía alicientes de los capellanes militares y de grupos expertos en alentarlos con la lectura de versos patrióticos: era exhortada a vencer o morir. Cuando vítores llegaban a su clímax, los soldados embestían contra el enemigo, exclamando; “¡La cruz conquistara!” Los bizantinos vivieron durante siglos bajo la amenaza de una invasión. El riesgo de ser sitiados era tan grande que, a principios del siglo VIII, se ordeno a todo ciudadano almacenar comida suficiente para tres años. En 1204, los cruzados saquearon Constantinopla y fundaron el “imperio latino” que duro más de 50 años, hasta que la ciudad fue recobrada por el emperador Miguel VII.
Bizancio nunca se recupero del todo de aquel golpe, y el imperio cayo de nuevo en 1453. el sultán del imperio Otomano, Mehmet II, avanzo sobre Constantinopla con 100.000 soldados, con una ventaja de 10 a 1 sobre los defensores.
Siete semanas después del ataque, las numerosas tropas del sultán entraron en la ciudad. El emperador Constantino XI murió combatiendo con sus hombres. El sultán Mehmet entro a Santa Sofía sobre su caballo blanco y convirtió la catedral en una mezquita consagrada a Ala.
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