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viernes, 20 de noviembre de 2009

La gran Compañía Catalana

La conquista musulmana de la península Ibérica se detuvo poco antes de los Pirineos, probablemente porque este terreno montañoso no se adecuaba al estilo de guerra móvil de los árabes. El resurgimiento de los estados cristianos en el norte llevo a la creación de una sociedad en constante estado de guerra: las ciudades proporcionaban milicias de infantería, las órdenes militares de caballería con base en grandes castillos y, en el reino de Aragón, los almogávares. Estos últimos eran una raza de agresivos infantes ligeros que organizaban permanentes incursiones contra las fronteras de los reinos musulmanes, causándoles en cada una de esas incursiones, pérdidas enormes y el constante desmoronamiento nervioso de los campesinos que sufrían los constantes ataques de estos implacables guerreros. Los almogávares se precipitan a la historia alrededor de los siglos IX y X, mientras los cristianos se encaminaban al sur, hacia los terrenos fronterizos despoblados.
Los almogávares vestían un casco abierto de hierro, un chaleco de piel de oveja sin mangas, la “abarca” (una especie de tunica) y un calzado ligero pero sumamente resistente. Como armamentos estos llevaban una lanza corta (azcona), jabalinas tan filosas capaces de atravesar sin mínimo esfuerzo armaduras; los almogávares eran maestros en el empleo de las jabalinas, su puntería era espantosamente perfecta. Además llevaban un cuchillo llamado “colltell”, era una mezcla entre puñal y gran cuchillo de carnicero, muy grueso y pesado pero a su vez con una punta bien aguda y filosa. El secreto de las grandes victorias almogávares dependía de su sorprendente maniobrabilidad y movilidad en el campo de batalla.
Primero llevaban al enemigo, por lo general la imponente caballería pesada a un terreno favorable para los infantes y accidentado para la guerra a caballo, entonces lanzaban sus jabalinas con su legendaria puntería haciendo estragos en los enemigos, para después acometer golpeando sus cuchillos contra las piedras, arrancándoles chispas al acero, generando el momento oportuno para, al grito de “Desperta Ferro” para finalizar el trabajo que tan bien sus azconas habían comenzado con sus asesinos colltells afilados como las cuchillas del tridente del diablo. Trozando a sus oponentes sin mayores dificultades, convirtiendo el campo de batalla en un matadero gigante donde las partes mutiladas, los litros de sangre derramada, los gritos chillones de los heridos y la ferocidad del aullido almogávar teñían la escena con las famélicas llamas del infierno. El cronista y líder de la compañía almogávar cuenta que un hombre: “le dio tal cuchillada […] a un caballero francés que corto de una pieza la espinillera y la pierna y aun así le dio un tajo de un palmo al flanco del caballo”. En la década de 1280, la Corona de Aragón, frustrada por el crecimiento territorial de Castilla, que dejaba reducida sus opciones de expansión en la península Ibérica, ataco la Sicilia angevina francesa. Fue aquí donde los almogávares se ganaron su reputación contra los caballeros franceses, que quedaron sorprendidos por los mortíferos que podían ser sus adversarios “vestidos solo con pieles de animales”. Al terminar la campaña italiana de 1302, el emperador bizantino Andronico II los contrato para luchar contra los turcos. Los almogávares, al mando en esta ocasión del héroe de la evacuación de Acre, el templario condotiero Roger de Flor. Los almogávares cumplieron con creses, siendo especialmente efectivos en la lucha contra ciudades. La incapacidad bizantina para controlar a los poderosos almogávares y los celos del príncipe Miguel, origino, debido a el traicionero asesinato de su líder, Roger de Flor, una masiva respuesta de la “compañía catalana” que sin mayor dificultad y como represalia por la muerte de su comandante, devastaron Bizancio. Allí, y por ese acto nace lo que se dio en llamar la “venganza catalana”. En el año 1311, la brava Compañía Catalana fue enfrentada, en esta ocasión por el duque franco de Atenas, lo que termino derivando este enfrentamiento en la batalla de Kefisos.
El duque ateniense reunió una coalición de 6.000 caballeros y 8.000 infantes. Sobrepasada holgadamente en número, la Compañía Catalana ocupo una colina detrás del valle del río Kefisos, que con anterioridad habían inundado para convertir su parte delantera en una marisma. Los caballeros cargaron, pero la marisma los desordeno y no pudieron con los catalanes.
Entonces los almogávares contraatacaron, con sus infantes armados de forma ligera infiltrándose entre las filas de enfangados caballos para masacrar a sus fuertemente acorazados jinetes. Los astutos catalanes habían jugado con la arrogante debilidad de los francos, que no tuvieron paciencia para utilizar a sus infantes armados de proyectiles para debilitar a su enemigo, viendo en el nada más que un tentador blanco contra el que cargar. El sorprendente resultado, producido por la misma agresividad almogávar, desestabilizo psicológicamente a sus enemigos. No se trato, sin embargo, de una “revolución de la infantería”, únicamente de una hábil respuesta de unos mercenarios altamente profesionales, que tenían mucha experiencia enfrentando a la caballería árabe en su patria, a los turcos en Anatolia y contra ejércitos de caballeros en Sicilia.

Mas info en leyenda-almogavar.blogspot.com - almogavaresdeeuropa.blogspot.com

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que gran aporte, nunca viene de más aprender algo acerca de los guerreros más feroces de la edad media. Cabe incluir una anecdota, al mando de Roger de Flor, los catalanes (6000) se enfrentaron a la infantería turca más poderosa, y de las más temibles de oriente, un ejército vertebrado por 18000 jenízaros, los cuales fueron masacrados vilmente por unos catalanes maleducados y vestidos con pieles de oveja.