Las luchas personales, estimuladas por el orgullo y el heroísmo, engendraron un nuevo sentimiento, el del honor individual. Junto con él nació un propósito, el mantenerlo intacto, es decir sin manchas. El progresivo refinamiento de las costumbres, y la obligación de defender al débil aumentaron la devoción por la mujer, que alcanzo gran respeto y consideración en la sociedad de la época. Además, las disciplinadas relaciones entre vasallos y señores, regladas por el contrato feudal, dieron vida a un sentimiento de lealtad que obligo a respetar los compromisos y la palabra empeñada. En el siglo XI, la iglesia intervino a fin de encauzar esos principios y creo la orden de la Caballería, institución de carácter religioso-militar, en la que ingresaban los nobles dispuestos a combatir la injusticia, proteger al débil y sostener la religión católica.
Muy pronto, se caballero fue un privilegio al que aspiraron los representantes mas selectos de la nobleza feudal. Las normas rigurosas que reglamentaban el ingreso en la orden, obligaban al aspirante a cumplir, desde muy joven, un largo periodo de educación y adiestramiento, que se completaba, al alcanzar la mayoría de edad, con la ceremonia en admisión en la que era armado caballero. A los siete años entraba al servir como paje a un señor, al que atendía en sus menesteres personales. Simultáneamente aprendía el manejo de las armas, el arte de la equitación y tomaba parte en la vida social del castillo. Al cumplir catorce años, se convertía en escudero e iniciaba su actividad militar, pues acompañaba al señor en sus campañas y participaba con él en los combates. A los veintiún años se hallaba e condiciones de ser admitido en la orden. El ingreso daba motivo a una solemne ceremonia, en la que participaba tosa la nobleza señorial. La noche anterior, el futuro caballero tomaba un baño purificador y vestido con una túnica blanca, confesaba sus pecados. Acompañad por el obispo y el padrino depositaba sus armas en el altar y pasaba la noche entregado a la oración. Al día siguiente, cumplida ya la vela de armas escuchaba misa y comulgaba delante del pueblo. Luego el obispo bendecía las armas y pronunciaba el sermón de los deberes. Cumplida la ceremonia religiosa, el joven aspirante se dirigía ante el señor, y a su pedido, juraba defender la fe, el honor y la justicia. Provisto de sus armas se arrodillaba y recibía el “espaldarazo”, golpe que el señor le aplicaba en el hombro derecho con la hoja de una espada, mientras le decía: “En nombre de Dios, ármote caballero”. Consagrado como tal, el joven montaba en su caballo dispuesto a exhibir su valor y destreza. Mientras tanto, las campanas se echaban a vuelo y los espectadores prorrumpían en aplausos. Aunque la institución de la caballería no logro desterrar las violencias ni los atropellos de los poderosos, consiguió, sin embargo, morigerar las costumbres, disminuir la belicosidad de los señores feudales y exaltar la justicia, el honor y la cortesía; pero en una sociedad donde el arte de la guerra estaba tan por sobre los demás valores, y donde el joven se preparaba durante toda su juventud para entrar en combate, los guerreros medievales supieron encausar todo ese potencial bélico en un enemigo mayor que sus salvajes rencillas, un enemigo muy poderoso que quería sojuzgar occidente, la amenaza musulmana.
2 comentarios:
Hola, gracias por pasarte por mi blog. Acabo de descubrir el tuyo, que es visualmente ESPECTACULAR, he votado en las encuestas. Muy interesante. Un saludo desde España
Gracias por venir Fernando, tu blog es muy bueno en verdad, siempre lo sigo.
Saludos y hasta pronto.
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