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viernes, 14 de noviembre de 2008

El nacimiento de las aguerridas Ordenes de Caballería


La educación de los señores feudales era esencialmente militar. Pocos sabían leer y escribir, y carecían por lo general de otros conocimientos que no fueran los adquiridos en su vida ruda y belicosa. Su mayor preocupación era destacarse en el arte de la guerra y perfeccionar perfeccionarse en el uso de sus armamentos y en la defensa. El equipo de combate consistía en un casco de metal que cubría totalmente la cabeza, una cota de malla de hierro le protegía el cuerpo; llevaba además una pesada espada de doble filo, una maza, una lanza y un puñal. Para completar su defensa sostenía un escudo de hierro en el que se hallaban grabados los emblemas familiares o blasones. Su caballo estaba protegido por una armadura, asentada sobre una larga túnica. Todo este equipo de combate era extremadamente costoso, y solo personajes de noble cuna y poderoso abolengo podían darse el lujo de costear un equipo así. La belicosidad de estos acorazados caballeros hizo que se multiplicaran las contiendas territoriales entre señores de diferentes regiones, recordemos que sus vidas estaban exclusivamente signadas para el combate, no era concebida la vida en paz. Las consecuencias de estos continuos e interminables enfrentamientos perjudicaban enormemente a los campesinos y vasallos que frecuentemente veían como sus magras cosechas y sus paupérrimas posesiones terminaban arruinadas. Para evitar estos males y poner fin a los excesos de los nobles, la iglesia resolvió instituir la “Tregua de Dios”, que prohibía, por motivos religiosos, guerrear en Adviento, Cuaresma y entre el miércoles a la noche y el lunes por la mañana. La Tregua de Dios fue establecida en el siglo X y origino resistencias por parte de los señores que pretendieron desconocer dicha medida. Para lograr sus pacíficos propósitos, la iglesia peso con la excomunión a los desobedientes. En realidad la teoría del pacifismo de la iglesia estaba bastante lejos de la realidad, ya que el verdadero motor que impulsara esta medida fue que al arruinarse las cosechas, ello atentaba contra la economía en general.
Las luchas personales, estimuladas por el orgullo y el heroísmo, engendraron un nuevo sentimiento, el del honor individual. Junto con él nació un propósito, el mantenerlo intacto, es decir sin manchas. El progresivo refinamiento de las costumbres, y la obligación de defender al débil aumentaron la devoción por la mujer, que alcanzo gran respeto y consideración en la sociedad de la época. Además, las disciplinadas relaciones entre vasallos y señores, regladas por el contrato feudal, dieron vida a un sentimiento de lealtad que obligo a respetar los compromisos y la palabra empeñada. En el siglo XI, la iglesia intervino a fin de encauzar esos principios y creo la orden de la Caballería, institución de carácter religioso-militar, en la que ingresaban los nobles dispuestos a combatir la injusticia, proteger al débil y sostener la religión católica.
Muy pronto, se caballero fue un privilegio al que aspiraron los representantes mas selectos de la nobleza feudal. Las normas rigurosas que reglamentaban el ingreso en la orden, obligaban al aspirante a cumplir, desde muy joven, un largo periodo de educación y adiestramiento, que se completaba, al alcanzar la mayoría de edad, con la ceremonia en admisión en la que era armado caballero. A los siete años entraba al servir como paje a un señor, al que atendía en sus menesteres personales. Simultáneamente aprendía el manejo de las armas, el arte de la equitación y tomaba parte en la vida social del castillo. Al cumplir catorce años, se convertía en escudero e iniciaba su actividad militar, pues acompañaba al señor en sus campañas y participaba con él en los combates. A los veintiún años se hallaba e condiciones de ser admitido en la orden. El ingreso daba motivo a una solemne ceremonia, en la que participaba tosa la nobleza señorial. La noche anterior, el futuro caballero tomaba un baño purificador y vestido con una túnica blanca, confesaba sus pecados. Acompañad por el obispo y el padrino depositaba sus armas en el altar y pasaba la noche entregado a la oración. Al día siguiente, cumplida ya la vela de armas escuchaba misa y comulgaba delante del pueblo. Luego el obispo bendecía las armas y pronunciaba el sermón de los deberes. Cumplida la ceremonia religiosa, el joven aspirante se dirigía ante el señor, y a su pedido, juraba defender la fe, el honor y la justicia. Provisto de sus armas se arrodillaba y recibía el “espaldarazo”, golpe que el señor le aplicaba en el hombro derecho con la hoja de una espada, mientras le decía: “En nombre de Dios, ármote caballero”. Consagrado como tal, el joven montaba en su caballo dispuesto a exhibir su valor y destreza. Mientras tanto, las campanas se echaban a vuelo y los espectadores prorrumpían en aplausos. Aunque la institución de la caballería no logro desterrar las violencias ni los atropellos de los poderosos, consiguió, sin embargo, morigerar las costumbres, disminuir la belicosidad de los señores feudales y exaltar la justicia, el honor y la cortesía; pero en una sociedad donde el arte de la guerra estaba tan por sobre los demás valores, y donde el joven se preparaba durante toda su juventud para entrar en combate, los guerreros medievales supieron encausar todo ese potencial bélico en un enemigo mayor que sus salvajes rencillas, un enemigo muy poderoso que quería sojuzgar occidente, la amenaza musulmana.

2 comentarios:

Fernando dijo...

Hola, gracias por pasarte por mi blog. Acabo de descubrir el tuyo, que es visualmente ESPECTACULAR, he votado en las encuestas. Muy interesante. Un saludo desde España

Proletario dijo...

Gracias por venir Fernando, tu blog es muy bueno en verdad, siempre lo sigo.
Saludos y hasta pronto.