“Este es el sepulcro del celebre Megistias (a quien cierto día mataron los medos, después de atravesar el rio Esperqueo), un adivino que, aunque bien sabia que en aquellos momentos las Keres acechaban, se negó a abandonar a los adalides de Esparta (Heródoto, 7, 288).”
Mientras el celebraba sacrificios en nombre de los helenos, Jerjes hacia libaciones en honor al sol naciente, elemento muy venerado por los persas. El gran rey lanzo entonces desde el campo persa lo que seria el asalto del último día. Fue aproximadamente, según expresión griega, a “la hora en que el ágora se ve concurrida”; es decir, entre las nueve y las diez de la mañana. Para cerciorarse de su efectividad, aposto hombres con látigos detrás de la primera línea, a fin de aguijar a los soldados que la componían.
Los griegos que permanecieron en el paso lucharon su última batalla en el exterior del muro situado en la puerta de en medio a fin de poder enzarzarse de forma directa con el enemigo que avanzaba hacia ellos. Una ocurrencia muy propia de los lacónicos ilustra el carácter heroico y funesto de este acto último de resistencia.
Al saber por boca de uno de los suyos que la multitud de arqueros con que contaba el bando persa era tal que sus flechas iban a bastar para ocultar el sol, se dice que uno de los trescientos declaro al punto que tanto mejor, toda vez que “si los medos tapaban el sol, combatirían mejor contra el enemigo, pues lo harían a la sombra y no a pleno sol”. Ojala supiésemos algo mas acerca de este singular Diéneces.
Leonidas también demostró tener el espíritu de un lacedemonio con las palabras que dirigió supuestamente a sus hombres a primera hora de la mañana, al darles la orden pertinente para tomar el desayuno: “Esta noche cenaremos juntos en el Hades”.
Según parece, los persas sufrieron mas bajas el principio del tercer día que en el transcurso de los dos días anteriores. Los griegos luchaban con un desenfreno temerario. Teniendo siempre presente el oráculo de Delfos que afirmaba que solo la muerte de un rey espartano garantizaría la victoria final de la Hélade frente a los persas, Leónidas lucho y murió como un hombre poseído, poseído por el convencimiento de que estaba batallando por algo mas grande que la simple conservación de la integridad de su ciudad y el resto de Grecia.
Su muerte no hizo sino intensificar el empeño de los helenos, que en adelante combatieron, como si de personajes homéricos se tratara, para evitar que el enemigo bárbaro se apropiara del cadáver de su soberano e hiciese de él un uso poco honroso. Se dice que recobraron su cuerpo, después de un choque reñido (othismós); pero a la postre todos sus esfuerzos fueron, como cabe esperar, en vano.
Los helenos atacaron con puños y dientes, en un sentido literal pues nada les quedaba, perdidas o rotas sus armas, solo les quedaban sus puños blandiendo heroísmo y venganza, sus dientes que trinaban furiosos odio como espuma y sus espíritus inquebrantables que los harían combatir hasta el final, no dando un segundo de cuartel, no pidiendo un segundo de tregua, ellos combatieron con ferocidad extrema hasta el final. A pesar de la notable diferencia numérica y ante la imposibilidad de los persas de dominar a esos guerreros que se aferraban a la vida, no para disfrutarla, sino para seguir matando persas, eligieron por fin, los medos usar desde una prudencial distancia arcos y flechas para acribillarlos de lejos y no seguir empantanados en esta lucha con estos demonios imbatibles.
La brutal venganza que inflingieron al cadáver de Leonidas, una vez muerto hasta el ultimo espartano, incluía su decapitación por orden expresa de Jerjes, revelo que el aguante de los persas se había visto llevado al limite. Los griegos habían acabado con unos veinte mil enemigos, entre quienes se contaban dos hermanastros del mismísimo gran rey.
De cuantos lucharon, con ademán heroico, en las Termopilas, se estima que Diéneces fue el mas arrojado de los trescientos espartanos, y Ditirambo, el mas valiente de los de Tespias. También se hace especial mención de dos hermanos lacedemonios, Marón y Alfeo, a cuyos nombres suma Herodoto el de su padre, Orsifanto, en señal de consideración.
En la batalla de las Termopilas participo solo una proporción mínima de las fuerzas de la coalición disponibles en potencia, y la contribución espartana, en particular la de Leonidas, resulto esencial tanto antes de la batalla, como en su transcurso y después de ella.
El resultado de esta fue, tal como lo expresa con acierto Heródoto, una verdadera herida (troma) para los lacedemonios; pero no llego a ser mortal, ni en su caso ni en el de la resistencia griega en general. Durante el periodo, de vital importancia, en que el rey de Esparta impidió el avance persa y acaparo la atención de sus huestes, la flota ateniense y el tiempo atmosférico hicieron estragos en las fuerzas navales que respaldaban a Jerjes en Artemisio.
Él y quienes con él murieron ayudaron a elevar la moral de los griegos, y en cuanto a si los leales griegos ganaron o perdieron en las Termopilas, bueno, en realidad las dos afirmaciones son correctas.
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