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miércoles, 20 de agosto de 2008

La batalla de La Florida y la leyenda de Arenales, el Hachado Inmortal.

Arenales dispone en el centro a la artillería, al mando del capitán Belzú, en la planicie de la barranca, esta posición en bien visible para el enemigo. Al pie, sobre el explayado hace abrir una trinchera disimulada con arena y ramas, de la suficiente profundidad para ocultar en su interior a tiradores rodilla en tierra. En ella coloca a tres compañías de infantería, y la de pardos y morenos a ordenes del comandante Diego de la Riva. Divide a la caballería en dos fracciones. Coloca sobre el flanco derecho a la de Santa Cruz al mando de Warnes; sobre el izquierdo la caballería cochabambina que el encabeza. Ambas fracciones se ocultan bajo denso boscaje.
Pronto aparecen las fuerzas del general realista Blanco con 900 veteranos, 300 de infantería y el resto de caballería, armados con carabina, lanza y sable. Al frente se encolumna el amenazante cuerpo de Dragones de Chubivilca. Detrás de ellos marchan los infantes a paso redoblado por los tambores y con bayoneta calada.
Al divisar a las fuerzas patriotas, y ver la disposición de la artillería, el general Blanco cae en la trampa que tendiera magistralmente el comandante Arenales; supone que en torno y detrás de esta se encuentran los efectivos patriotas. Despliega sus unidades de infantería en guerrilla por ambos flancos, con la idea de atacar a la concentración (que supone se encuentran detrás de las baterías), y avanza con el resto de los efectivos vadeando el río en forma frontal sin otra precaución.
Cuando el enemigo hace pie en la amplia playa, sufre una mortífera sorpresa. Es recibido por una descarga cerrada de los tiradores ocultos en la trinchera, que produce estragos en sus filas. La confusión paraliza a los realistas, incluso a su jefe que no atina a dar ninguna orden para reagrupar a la tropa.
Arenales ordena una nueva descarga tan devastadora como la primera y ordena luego el ataque a la bayoneta de los infantes. Al mismo tiempo la caballería deja su enmascaramiento y carga impetuosamente sobre ambos flancos del enemigo, siendo completamente arrollado. La infantería realista huye desordenadamente buscando refugio en el bosque lindero, mientras es cañoneada por la artillería patriota, la caballería es destrozada por la caballería patriota que sablea sin piedad al enemigo. Arenales badea rápidamente el río y se apodera de la artillería española, es en esta parte e la acción donde pierde la vida el coronel Blanco.
La batalla esta decidida, el enemigo esta deshecho y huye desordenadamente dejando en el campo armamento y equipajes. Dispuesto a exterminar por completo a la expedición punitiva de los realistas, Arenales ordena la persecución de los restos de la fuerza enemiga. En la frenética carga, guiada por el mismo Arenales, y ante su irrefrenable deseo de aniquilar al enemigo, el comandante se adelanta demasiado al resto de la caballería de Santa Cruz, solo seguido de cerca por su ayudante y sobrino teniente Apolinario Echevarria. Recorre así unos 10km sin advertir que los santacruceños se quedan atrás ocupados en la recolección del botín de guerra. Así, penetra en una región del monte donde habían tomado por refugio unos 11 soldados enemigos que huían del campo de batalla, cuando advierten que son solo dos oficiales quienes los siguen, hacen alto y disparan contra Arenales y el Tte. Echevarria mientras los van rodeando. Cercados por completo, estos se defienden desde sus cabalgaduras hasta que estas caen malheridas. En tierra, Arenales, sin abandonar su espada, usa con destreza sus pistolas. En ese momento un realista le apunta con su trabuco, Echevarria, quien advierte esto, se lanza en la línea de fuego, recibiendo él el mortal impacto, cayendo muerto a los pies de Arenales, junto a los cadáveres de cuatro de sus enemigos. Arenales busca un árbol en la que apoyar su espalda para continuar hasta el final con esa lucha desigual y obstinada. Arenales ya no es un hombre, es una bestia salvaje luchando por su vida, con toda la ferocidad que acompaña al guerrero en esos decisivos momentos. Un certero sablazo le abre el cráneo en uno de sus parietales. Su cara esta bañada en sangre, la furia lo envuelve como un huracán. Otro tajo horrible lo abre desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola en dos; otro le parte la mejilla derecha por debajo del pómulo, desde el arranque de la sien hasta la boca. Trece heridas profundas ofenden su cabeza, su cara y su cuerpo, aquí empieza a nacer la leyenda del General hachado, el inmortal de la revolución, con todas sus heridas escupiendo litros de sangre, completamente bañado de rojo, mas parecido a un demonio salido del infierno que un hombre, el general Arenales sigue combatiendo con la rabia y la locura que se desprenden en cada asesino golpe de su sable mellado por los huesos de los enemigos muertos.
El bravo general sigue combatiendo sin dar cuartel, matando e hiriendo a sus enemigos que azorados no comprenden de donde saca sus fuerzas para seguir en pie, y además, combatiendo de ese modo. Entonces uno de ello, se escurre por detrás del general, que ya casi ciego por la sangre que baña su cara, no llega a divisarlo; entonces la vil maniobra, la ultima jugada de los enemigos que caían de a uno ante la inmortal espada de Arenales, con la culata de su fusil, le da un fuerte golpe en la nuca que le hunde el hueso, derribándolo al suelo sin sentido. Ni siquiera se atreven comprobar si el Coronel yace sin vida, sino por el contrario aprovechan la ocasión para huir despavoridos del terrible hachado. El cuerpo del Coronel Arenales permanece horas tirado entre los arbustos, rodeado por los cadáveres de sus enemigos, hasta que un grupo de merodeadores, esos que siempre siguen a los ejércitos en campaña para rapiñar de las sobras y despojos de las batallas, son atraídos por los brillos del uniforme de Arenales. Cuando estos rastreros se disponían a saquear el cuerpo del coronel, este, inmóvil pero conciente, les grita con recia voz, tan poderosa sonó que pareció el grito de Poseidón ordenando las olas en lo profundo de los mares, helándoles la sangre y haciendo que huyan despavoridos del lugar.
Al anochecer es encontrado por una partida de caballería que lo lleva a la misión de Piray. Allí lo revisa el cirujano quien por la gravedad de las heridas y la gran cantidad de sangre perdida, se lamenta en vaticinar, que por desgracia el Coronel Arenales no va a volver a ver la calida luz del amanecer…
No solo el inmortal Arenales ve el amanecer, sino que en algunos días se repone y vuelve a servicio, pero esta vez envuelto por el velo de la leyenda y la admiración de sus hombres que se sienten en manos de un inmortal mas que de un simple mortal. El glorioso Arenales, el Hachado, el inmortal de la Florida.

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