El valor derrochado por uno y otro adversario prolonga la lucha, mas, finalmente, el citado ataque de flanco obliga a los realistas a ceder el campo.Maroto retrocede hasta Santiago; los restos de su ejército capitulan en la hacienda de Chacabuco. Las tropas expedicionarias continúan su marcha victoriosa hacia la capital y, como final del parte que ponía feliz remate a tan señalada jornada, escribe San Martín las siguientes memorables palabras:“Al ejército de los Andes queda para siempre la gloria de decir: en veinticuatro días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras mas elevadas del Globo y dimos la libertad a Chile.”Llegado el ejército vencedor a la capital, el cabildo abierto de Santiago proclama Dictador Supremo del territorio al General San Martín. Pero él no acepta.
RENUNCIAMIENTOS
Toda la existencia de José de San Martín es un constante tira y afloja entre el impulso y el renunciamiento. Donde el peligro, la dificultad, la necesidad le impulsan a avanzar, a vencer, el objetivo conseguido, la victoria alcanzada, el provecho próximo y la gloria al alcance de la mano le dejan frío, indiferente y le inclinan a renunciar olímpicamente. La renunciación parece el lujo supremo de este espíritu selecto, siempre tan rico en el dar como parco en el pedir. Por otra parte, su existencia se ciñe a la sencillez más absoluta y austera. He aquí cómo, punto por punto, la describe uno de sus biógrafos más notables.“Se levanta de madrugada a trabajar hasta el mediodía - dice -; almuerza de pie y su ración consiste en puchero, postres caseros, dos copas de vino y una taza de café; fuma un cigarro negro, al que es muy aficionado; duerme una breve siesta bajo el corredor de su casa, sobre cuero crudo, porque es muy fresco; se levanta después para seguir trabajando hasta la noche, en que su cena es frugal. Durante la jornada conversa y escribe; revisa hombres y animales; inquiere armas, provisiones y utensilios en el campamento; sale, a veces, por el campo a conocer la tierra y las gentes. En la velada familiar juega una partida de ajedrez y a las diez de la noche se retira a dormir.”Este cuadro coincide muy bien con la conocida y bellísima semblanza trazada por José Martí, cuando dice:“San Martín, grande y sereno, alto y de tez obscura; de soberanos, penetrantes ojos; de selvoso y negrísimo cabello; la nariz prominente y aguileña; los labios finos, llenos siempre de enérgicas y vívidas palabras; y en su levita azul con charreteras y pantalones de galón de oro, militar imperante, austero y culto, de tan visibles dotes, que con oírle hablar aparecía su superioridad considerable entre, sus contemporáneos, y tan tierno y profundo en sus afectos, que, de ver tan grande hombre, se consolaban los demás de serlo.” Y, sobre todo, cuando añade: “Triunfó sin obstáculo, por el imperio de lo real aquel hombre que se hacía el desayuno por sus propias manos, se sentaba al lado del trabajador, veía porque herrasen la mula con piedad, daba audiencia a las muchas gentes que a verle venían en la cocina - entre puchero y el cigarro negro -, dormía al aire, en un cuero tendido.”
Uno de sus renunciamientos lo detalla Carlos R. Centurión:“En 1812, como jefe del Regimiento de Granaderos a caballo, renunció a la mitad de su escaso emolumento a favor del Estado. Es el principio de una cadena de honor que hoy es orgullo del ejército argentino. En los comienzos de 1815, el Directorio lo designó General de brigada, en despacho firmado por Alvear. El agraciado declinó el ascenso, expresando en una carta famosa: jamás aceptaré nuevos ascensos. Vencida España, haré dejación de mi empleo para retirarme a pasar mis enfermos días en la soledad”.“En 1816 - continúa la enumeración - renunció a la mitad de su sueldo como Gobernador de Mendoza. En la misma época se negó a aceptar la donación de doscientas cincuenta cuadras que el Cabildo de aquella ciudad hiciera a su hija Mercedes, sugiriendo que se reservasen dichos terrenos para premiar a los oficiales del Ejército de los Andes que se distinguiesen al servicio de la patria.”.
“En 1817, después de Chacabuco, San Martín fue elegido para ejercer el gobierno de Chile. Fiel a su norma, declinó el honor. Fue electo, en consecuencia, el General Bernardo O'Higgins como director de su patria.” “En días posteriores a aquella victoria, el Libertador resolvió emprender un viaje a Buenos Aires. El Cabildo de Santiago, al ser informado, votó la suma de diez mil pesos para obsequiarle como viático. El premiado rehusó el obsequio y “destinó el dinero para la creación de una biblioteca pública que perpetúa la memoria de la Municipalidad". “La ilustración y el fomento de las letras - dijo entonces - es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos.” “El Gobierno de Buenos Aires, con motivo de recibir el parte y los trofeos de Chacabuco, comunicó a San Martín su ascenso a Brigadier General. El héroe declinó nuevamente el honor. El Cabildo de Santiago, atento a que el Libertador había rechazado la suma a que ya hicimos referencia, insistió en su propósito y le donó una chacra en la vecindad aledaña de aquella ciudad. Y esta vez aceptó el obsequio, más para que se destinase una parte de sus productos al hospital de mujeres y otra a costear un vacunador para combatir la viruela. Por dos veces, además, hizo renuncia al cargo de comandante en jefe del Ejército de los Andes, antes de la campaña del Perú, y, conquistarla la independencia de este país, en Agosto de 1821 prometió hacer lugar al gobierno que los pueblos del Perú tuviesen a bien elegir, cuya forma y modo determinarán los representantes de la nación peruana, promesa que cumplió un año después.”Después de Chacabuco, no es, pues, San Martín quien queda al frente de los destinos de Chile, sino su amigo y compañero de armas, el chileno O'Higgins. El será quien firme el Acta de declaración de la Independencia chilena (2 de Febrero de 1818) y la lea solemnemente ante las tropas. Pero la resistencia del ejército realista es, en Chile, más obstinada que en parte alguna. Y el anhelo de libertad de los “Independientes” no se detiene ante ninguna posible frontera: les es preciso ir siempre más allá, más allá. La misión de San Martín no ha terminado con el paso de los Andes: ahora es nombrado Generalísimo del que se denomina “Ejército Unido de los Andes y de Chile”, y, aunque se encuentre enfermo y algo cansado, su estrella no le permite reposar.
El 19 de Marzo de 1818, hallándose acampados los “soldados de la libertad” en la llanura de Cancha Rayada, caen sobre ellos, de noche y por sorpresa, cuatro mil realistas al mando del intrépido Ordóñez. La derrota es inevitable y el descalabro de las tropas de América muy serio. O'Higgins queda herido y San Martín realiza esfuerzos sobrehumanos para reunir a los dispersos y continuar adelante. Aún no está todo perdido; aún puede reorganizarse el “Ejército Unido” con unos cinco mil valientes. La única consigna posible es avanzar siempre, avanzar.
DE LA BATALLA DE MAIPÚ A LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL
“El sol que comienza a asomar en la cordillera va a ser testigo de nuestra victoria.”Son palabras de San Martín, al romper el alba del día 5 de Abril de 1818, en la árida y desierta llanura de Maipú.En ese lugar y en ese día se juegan, en efecto, los destinos del movimiento liberador. Se ha considerado, no sólo histórica, sino también científicamente, ésta de Maipú la primera gran batalla americana. “Por las marchas estratégicas que la precedieron - ha dicho un ilustre técnico en la materia -, como por las hábiles maniobras tácticas sobre el campo de batalla, así como por la acertada combinación y empleo oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable.” De una y de otra parte, así por los realistas españoles al mando de Ordóñez y de Morla, como por los soldados de la Independencia conducidos por San Martín y por O'Higgins, se derrocharon en los llanos de Maipú ardimiento y heroísmo. El ocaso vio, en efecto, la victoria del “Ejército Unido”, que afianzaba así la independencia de Chile. Consecuencia inmediata de la batalla de Maipú sería la de Boyacá; más tarde sólo podrá, en trascendencia, equiparársele la de Ayacucho, que dará fin a la emancipación de la América que un día fue española.La independencia de Chile, sin embargo, no basta. América es una, esta América que se cree mayor de edad y ansía emanciparse. Hay que llevar el aliento de la independencia, la buena nueva de la libertad, siempre más allá, más allá. “Hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no acabará” - había dicho San Martín-. Es preciso, indispensable, pues, pasar al Perú. La empresa es larga, penosa, y está erizada de peligros y dificultades. Se necesita, para acometerla, nada menos que una escuadra, y los expedicionarios apenas si cuentan con una fragata mercante inglesa, adquirida con esfuerzo merced al tesoro naciente, y un bergantín español apresado a los hispanos en Valparaíso.En este mismo puerto, sin embargo, llega a embarcar un día el ejército de San Martín (20 de Agosto de 1820) rumbo a las costas del Perú. Desembarcado en las playas de Pisco, una división se interna por las sierras, levanta a las poblaciones, que en su mayoría van uniéndose a la causa de la independencia americana, y, al mismo tiempo que el cuartel General se instala en Huaura, un hábil trabajo de zapa por parte de los invasores va minando incluso las propias filas realistas. ¿A qué seguir? Lima, la Ciudad de los Reyes, está seriamente amenazada un año después; las insurrecciones de los limeños contra el Virrey se suceden un día y otro día; en el verano de 1821 se inician, por parte de España, negociaciones para pacificar el Perú, y en la hacienda de Punchauca se entrevistan San Martín, el caudillo argentino, y La Serna, el Virrey español.San Martín abraza al Virrey, su contrincante, con estas nobles palabras: “Mis deseos están cumplidos, General, pues uno y otro podemos hacer la felicidad de este pueblo.” En apoyo de estas palabras, mientras se cumplía como condición indispensable la independencia del Perú, unida a la de sus hermanas de América, San Martín no regatea soluciones. Propone, entre otras, y en honor de La Serna y de España, la formación de una regencia de tres miembros presidida por el virrey y el envío a España de dos representantes que gestionarán el establecimiento de una monarquía constitucional en el Perú. Pero el tiempo se pierde en inacabables dilaciones, la aceptación no llega, y los contendientes toman de nuevo las armas. El Virrey se ve obligado ci abandonar Lima el 6 de Junio de 1827, confiando a la hidalguía de San Martín más de mil enfermos que quedaban en la capital.
GUAYAQUIL
Es en este momento de su historia y de la Historia cuando el destino de San Martín se cruza con el de Bolívar.
Bolívar entró en la ciudad de Guayaquil el 11 de Julio de 1822. La victoria de Pichincha, lograda por sus huestes, le abría las puertas de la ciudad; el Cabildo y la Asamblea, por libertador le reconocen y proclaman. Pocos días después, el 25 de Julio, arriba San Martín al puerto de Guayaquil en la fragata Macedonia. No sólo su aportación a la causa de la independencia americana ha sido portentosa, sino que sus contingentes de soldados han engrosado, con frecuencia, las fuerzas de Bolívar, y algunos jefes ilustres que operan en Venezuela y Colombia (así el Coronel Lavalle, el General Santa Cruz y otros) proceden de las filas de San Martín. Mas la política, los partidismos e intrigas envenenan el ambiente, y el país fluctúa entre sanmartinistas y bolivaristas.
He aquí algo de lo que jamás se haría responsable José de San Martín. Es algo en lo que todos los historiadores y biógrafos están de perfecto acuerdo. El mismo, muchos años después, en 1848, y en carta al General Ramón Castilla, presidente del Perú, así decía, como en un testamento autobiográfico: “En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y Estados, la política que me propuse seguir fue invariable sólo en dos puntos, a saber: Primero, de no mezclarme en absoluto en los partidos que alternativamente dominaron en aquella época en Buenos Aires, a lo que contribuyó mi ausencia en aquella capital por el espacio de nueve años. El segundo punto fue el de mirar cc todos los Estados americanos, en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos, interesados todos en un santo y mismo fin. Consecuencia de este justísimo principio, mi primer paso era hacer declarar su independencia y crearle una fuerza militar propia que la asegurarse.” (José Pacífico Otero: “La ideología de San Martín”, 1934).Al embarcar en Valparaíso para libertar al Perú, proclamaba: “El General San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia Sudamericana.”No derramar la sangre de sus compatriotas. He aquí algo que importa puntualizar en la famosa entrevista con el gran Bolívar. En ella, desde luego, Bolívar le ha recibido cordialmente, pero no ha dejado de apresurarse a señalar que Guayaquil se halla en suelo de Colombia. Bolívar es ambicioso; San Martín no lo es. Bolívar quiere ser único y absoluto; San Martín lo quiere todo para América y nada para sí. No hay que decir que la suerte está echada.La entrevista duró, sin embargo, más de dos horas y media. ¿Qué ocurrió en ella? Todos los historiadores de América han tratado largamente de este hecho; he aquí cómo se refiere a él Sarmiento, que se lo oyó contar al propio caudillo argentino:“San Martín creyó haber encontrado la solución de sus dificultades - dice - y como si contestase al pensamiento íntimo del Libertador, le dijo “Pues bien, General; yo combatiré bajo vuestras órdenes. No hay rivales para mí cuando se trata de la independencia americana. Estad seguro, General, venid al Perú; contad con mi sincera cooperación; seré vuestro segundo.”“Mas Bolívar – añade un comentarista – pareció vacilar un momento, y, en seguida, como si su pensamiento hubiera sido traicionado, se encerró en el círculo de imposibilidades constitucionales que levantaba en tomo de su persona, y se excusó de no poder aceptar tan generoso ofrecimiento. La hora mala, la hora obscura, la hora aciaga de San Martín había sonado. No seria el, ciertamente, menos grande en la sombra de lo que había sido a la :radiante luz.”“Bolívar y yo no cabemos en el Perú – escribe él mismo a un amigo íntimo–. He comprendido su disgusto por la gloria que pudiera caberme en la terminación de la campaña. El no excusaría medios para entrar en el Perú, y tal vez no pudiese yo evitar un conflicto. Que entre, pues, Bolívar en el Perú; y si asegura lo que hemos ganado, me dará por muy satisfecho, porque, de cualquier modo, triunfará América.”
LA SENDA OSCURA
La estrella de San Martín, al parecer, ha declinado. El 20 de Septiembre de 1822 rinde su mando ante el Congreso Constituyente Peruano. Atraviesa Chile en la mayor penuria y seriamente enfermo. Pasa a Mendoza, donde reside unos meses y donde recibe las más tristes noticias de toda su existencia. Su amigo O'Higgins ha sido arrojado de Chile; Bolívar se ha constituido Dictador: en el Perú, desgarrado por la guerra civil; en Buenos Aires se le llama cobarde, y su joven esposa, doña Remedios de Escalada de San Martín, acaba de morir (Agosto de 1823). Sin vacilar ni un día, San Martín va a buscar a su hija y con ella embarca rumbo a Europa.No puede volver a España; pasa a Bélgica y luego a Francia. Su salud es precaria; su situación económica, todavía más. Un hombre sin patria; un soldado de fortuna. sin contrata. (No obstante, jamás en todo el transcurso de su existencia fue tan grande como en esos años de su oscuridad y su dolor.) Todavía, sin embargo, encuentra en su soledad un verdadero amigo: don Alejandro Aguado, marqués de las Marismas (1785-1842), militar, industrial y banquero, que en su primera juventud fue compañero de San Martín en las campañas contra las tropas de Napoleón. Aguado se muestra generoso con su amigo y le regala una quinta en la aldea de Grand-Bourg, a orillas del Sena. Transcurren allí, en la oscuridad, los últimos años de su vida. Es una total noche obscura. Su muerte, también obscura y recatada, no ocurre allí sin embargo, sino en Boulogne-Sur Mer, el día 17 de Agosto del año 1850.Por el momento su muerte pasa inadvertida. Poco a poco, no obstante, la luz empieza a hacerse en tomo a la memoria del hombre de los Andes y de Maipú, del caudillo de la independencia americana. Su patria le hace justicia y su bibliografía crece sin cesar, formando verdaderas montañas de papel manuscrito o impreso, en que se estudian, no sólo sus hechos, sino también las cualidades de su carácter. He aquí cómo le ve el gran historiador americano Bartolomé Mitre en su obra titulada Historia de la Independencia Sudamericana:“El carácter de San Martín – dice – es uno de aquellos que se imponen a la Historia. Su acción se prolonga en el tiempo y su influencia se transmite a la posteridad como hombre de acción consecuente. El germen de una idea por él incubada se deposita en su alma y es el campeón de esa idea. Como General de la hegemonía argentina primero, y de la chileno-argentina después, es el heraldo de los principios fundamentales que han dado su constitución internacional a América, cohesión a sus partes componentes y equilibrio a sus Estados independientes. Fiel a la máxima que reguló su vida, fue lo que debía ser, y, antes que ser lo que no debía, prefirió no ser nada. Por eso vivió en la inmortalidad.”
Nosotros preferimos, sin embargo, a cuantas páginas se hayan escrito sobre el Libertador argentino, esa tan breve y tan sencilla en que el poeta Martí resume de este modo toda su existencia:
“Un día, cuando saltaban las piedras en España al paso de los franceses, Napoleón clavó los ojos en un oficial, seco y tostado, que vestía uniforme blanco y azul; se fue sobre él, y le leyó en el botón de la casaca el nombre del cuerpo: “¡Murcia!” Era el niño pobre de la aldea jesuita de Yapeyú, criado al aire entre indios y mestizos, que después de veintidós años de guerra española empuñó en Buenos Aires la insurrección desmigajada, trabó por juramento a los criollos arremetedores, aventó en San Lorenzo la escuadrilla real, montó en Cuyo el ejército libertador, pasó los Andes para amanecer en Chacabuco; de Chile, libre a su espada, fue a Maipú a redimir el Perú; se alzó protector en Lima, con uniformes de palmas de oro; salió, vencido por sí mismo, al paso de Bolívar avasallador; retrocedió; abdicó; cedió a Simón Bolívar toda su gloria; pasó solo por Buenos Aires; se fue a Europa, triste; murió en Francia, con su hija Mercedes de la mano, en una casita llena de flores y de luz. Escribió su testamento en una cuartilla de papel, como si fuera el parte de una batalla; le habían regalado el estandarte que el conquistador Pizarro trajera a América hace cuatro siglos, y él le regaló el estandarte, en su testamento, al Perú.”