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martes, 8 de abril de 2008

Historia de la artilleria de avancarga (1)

PRIMERA PARTE

En los escritos del siglo XIII y en época anterior al empleo de la pólvora, se denominaban artilleros a los herreros y carpinteros, cuyo arte se concretaba en la construcción de ingenios, máquinas y transportes de guerra y artillería. En el siglo XV, y por consecuente extensión de este concepto, también se conoció con el mismo nombre a los que fabricaron las primeras bombardas.
La aplicación de la pólvora a la artillería se atribuye a los árabes, y éstos la transmitieron a los moros de África, por cuyo conducto llegó a España y de allí probablemente al resto de las naciones de Europa.
En el transcurso de los siglos XI y XV, la artillería era preponderantemente de sitio, por lo cual se la concebía como apta para demoler castillos y posiciones fortificadas. En la aplicación de las primeras piezas, el efecto psicológico fue el resultado más inmediato y visible.
Desde 1350 hasta 1450, se utilizó el hierro para la fabricación de los cañones. Estas armas consistían en barras de hierro forjadas como duelas de barril, que eran unidas para formar un cilindro hueco -el tubo- siendo reemplazados luego por los de fundición, forja en la que se destacaron los belgas. Además, se estableció que la cantidad de pólvora debía ser pesada, de manera que provocara la descarga del tiro sin llegar a reventar el cañón. Posteriormente, el incremento de los calibres y el largo de los tubos requirieron nuevas técnicas de fabricación.
En el caso de los cañones livianos, la cámara de pólvora y la caña eran fabricados separadamente y atornillados juntos antes de comenzar el fuego. Este fue el origen de las armas de retrocarga. Sin embargo, las pólvoras mejoradas (más potentes) produjeron el abandono de este sistema de carga por más de dos siglos. Por su parte, los cañones continuaron con el sistema de avancarga. Los proyectiles eran de piedra, y los grandes cañones que los disparaban se montaban sobre tablones o vigas. Asimismo, los maestros artesanos que no estaban incorporados a los ejércitos, sino que pertenecían a las jerarquías de sus gremios, escribieron manuales de instrucción para iniciar a los especialistas en el uso de la artillería.
A partir de 1450, el bronce comenzó a reemplazar al hierro en la fabricación de cañones. Ello se debió a que este metal, al fundirse, hacía posible obtener un espesor uniforme y constante, confiriéndole mayor resistencia a la combustión de la pólvora, a la vez que era más flexible que el hierro. Pero, sobre todo, la técnica de fundición aseguraba una más rápida y mayor producción que la de la forja. Como dato interesante cabe señalar que, probablemente, fueran los maestros en el arte de fundir campanas y vajilla en general, los primeros en interesarse en la fundición de armas, y los que de allí en más producirían los cañones para la guerra y las campanas para la paz.
Alrededor de 1450, Holanda perfeccionó los muñones, hecho que significó un progreso en el desarrollo de la artillería, ya que ello facilitó variar la elevación del cañón en la cureña. Los muñones se fundían al mismo tiempo que el tubo, en la mitad de su largo, ligeramente delante del eje de equilibrio, utilizándose una cuña que permitía la elevación del eje del ánima para el ajuste de la puntería en armas pequeñas.
En 1474, los borgoñones introdujeron innovaciones en la composición y despliegue de la artillería. Ellos fueron los primeros en arrastrar al campo de batalla cañones pesados (courtaudes), montados en cureñas con ruedas. Estos cañones jugaron un rol decisivo en el desarrollo de la artillería de campaña. Otro dato interesante lo constituye el "bautismo" de los cañones, liturgia de guerra que se remonta a principios del siglo XV. En efecto, se les atribuían a los cañones cierta personalidad, un carácter especial o bien poderes misteriosos. Asimismo, y gradualmente, se los embelleció y decoró. Las inscripciones, a menudo, emitían también un aviso o desafío dirigido al enemigo. El Katharina francés, por ejemplo, contiene estos versos: "Mi nombre es Catalina / cuídense de mi poder / Yo castigo la injusticia".
Sin embargo, la mayor debilidad de la artillería de la época fue la gran diversidad de tipos y calibres, ya que ésta hacía imposible la existencia de un sistema racional de abastecimiento de munición. Los grandes cañones de sitio fueron abandonados alrededor de 1510, por su excesivo peso, falta de movilidad y baja cadencia de fuego. Además, resultaba imposible montarlos sobre cureña a ruedas.
Bajo la influencia directa de Maximiliano I, Emperador de Alemania (1493-1519), la artillería fue dividida en dos ramas: la de sitio y la de campaña. Durante su reinado, la decoración de las piezas de artillería alcanzó el máximo de su gloria. A partir de 1515, todos los cañones disparaban balas de hierro, a excepción de los falconetes que utilizaban plomo. Por otra parte, los cañones eran montados sobre cureñas y tirados por caballos. Otro monarca con visión artillera, fue Enrique VIII de Inglaterra, quien organizó la primera fuerza permanente de artilleros. Los cañones eran combinados para formar un "Trayne", servido por maestros artilleros, compañeros y asistentes. Los cañones que lo integraban fueron denominados "piezas de reglamento", y desde entonces hasta nuestros días, el cañón fue considerado y designado como pieza. La artillería inglesa utilizó, además, morteros que medían entre 279 mm y 483 mm, y disparaban grandes granadas rellenadas con "fuego griego o fuegos artificiales", que se encendían con una mecha.