Arenales dispone en el centro a la artillería, al mando del capitán Belzú, en la planicie de la barranca, esta posición en bien visible para el enemigo. Al pie, sobre el explayado hace abrir una trinchera disimulada con arena y ramas, de la suficiente profundidad para ocultar en su interior a tiradores rodilla en tierra. En ella coloca a tres compañías de infantería, y la de pardos y morenos a ordenes del comandante Diego de la Riva. Divide a la caballería en dos fracciones. Coloca sobre el flanco derecho a la de Santa Cruz al mando de Warnes; sobre el izquierdo la caballería cochabambina que el encabeza. Ambas fracciones se ocultan bajo denso boscaje.
Pronto aparecen las fuerzas del general realista Blanco con 900 veteranos, 300 de infantería y el resto de caballería, armados con carabina, lanza y sable. Al frente se encolumna el amenazante cuerpo de Dragones de Chubivilca. Detrás de ellos marchan los infantes a paso redoblado por los tambores y con bayoneta calada.
Pronto aparecen las fuerzas del general realista Blanco con 900 veteranos, 300 de infantería y el resto de caballería, armados con carabina, lanza y sable. Al frente se encolumna el amenazante cuerpo de Dragones de Chubivilca. Detrás de ellos marchan los infantes a paso redoblado por los tambores y con bayoneta calada.

Cuando el enemigo hace pie en la amplia playa, sufre una mortífera sorpresa. Es recibido por una descarga cerrada de los tiradores ocultos en la trinchera, que produce estragos en sus filas. La confusión paraliza a los realistas, incluso a su jefe que no atina a dar ninguna orden para reagrupar a la tropa.
Arenales ordena una nueva descarga tan devastadora como la primera y ordena luego el ataque a la bayoneta de los infantes. Al mismo tiempo la caballería deja su enmascaramiento y carga impetuosamente sobre ambos flancos del enemigo, siendo completamente arrollado. La infantería realista huye desordenadamente buscando refugio en el bosque lindero, mientras es cañoneada por la artillería patriota, la caballería es destrozada por la caballería patriota que sablea sin piedad al enemigo. Arenales badea rápidamente el río y se apodera de la artillería española, es en esta parte e la acción donde pierde la vida el coronel Blanco.
La batalla esta decidida, el enemigo esta deshecho y huye desordenadamente dejando en el campo armamento y equipajes. Dispuesto a exterminar por completo a la expedición punitiva de los realistas, Arenales ordena la persecución de los restos de la fuerza enemiga.


El bravo general sigue combatiendo sin dar cuartel, matando e hiriendo a sus enemigos que azorados no comprenden de donde saca sus fuerzas para seguir en pie, y además, combatiendo de ese modo. Entonces uno de ello, se escurre por detrás del general, que ya casi ciego por la sangre que baña su cara, no llega a divisarlo; entonces la vil maniobra, la ultima jugada de los enemigos que caían de a uno ante la inmortal espada de Arenales, con la culata de su fusil, le da un fuerte golpe en la nuca que le hunde el hueso, derribándolo al suelo sin sentido. Ni siquiera se atreven comprobar si el Coronel yace sin vida, sino por el contrario aprovechan la ocasión para huir despavoridos del terrible hachado.

Al anochecer es encontrado por una partida de caballería que lo lleva a la misión de Piray. Allí lo revisa el cirujano quien por la gravedad de las heridas y la gran cantidad de sangre perdida, se lamenta en vaticinar, que por desgracia el Coronel Arenales no va a volver a ver la calida luz del amanecer…
No solo el inmortal Arenales ve el amanecer, sino que en algunos días se repone y vuelve a servicio, pero esta vez envuelto por el velo de la leyenda y la admiración de sus hombres que se sienten en manos de un inmortal mas que de un simple mortal. El glorioso Arenales, el Hachado, el inmortal de la Florida.
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