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domingo, 23 de mayo de 2010

El caballero invencible

Durante los siglos XI y XII se instituyó por toda Europa la caballería. Llamados miles en latín, chevalier en Francia, ritter en el Sacro Imperio Romano Germánico y knight en inglés, aquellos que eran designados “caballeros” eran nobles cuyas tierras, riqueza, títulos y categoría social los distinguía de los soldados ordinarios. Es difícil conocer con exactitud cuándo aparecieron los caballeros o dónde se originaron. No existe ni un solo documento que indique cómo o por qué fueron investidos los primeros caballeros. Es más probable que los caballeros medievales fueran el resultado de una evolución más que de una revolución, lo que significa que llegaron a existir en la Alta y la Baja Edad Media, no todos a la vez, sino a lo largo de un extenso período de tiempo.

Los caballeros eran, como definen los términos que les hacen referencia, jinetes. No pasó demasiado tiempo, sin embargo, antes de que se les exigieran más cosas. En otras palabras, que no todos los soldados de caballería eran caballeros. Ser caballero significaba que uno tenía que ganarse el título gracias a su habilidad y acciones en el campo de batalla o en los torneos. Evidentemente, las guerras no tenían lugar muy a menudo y las batallas todavía menos, de modo que la práctica de la caballería tenía que conseguirse en otros lugares y el entrenamiento por otros medios. El entrenamiento comenzaba pronto en la vida de un chico, si era noble. Su maestro sería un caballero, a menudo un familiar o un amigo íntimo del padre del chico. Éste era entrenado en la monta de caballos, cargar con la lanza baja, dar tajos con la espada desde su silla y, en ocasiones, incluso lanzar jabalinas o lanzas desde la grupa del caballo. La instrucción en las armas a caballo sería complementada con un entrenamiento igual en armas para luchar a pie. Roger de Hoveden describe la educación caballeresca de los hijos del rey Enrique II de Inglaterra:

“Se esfuerzan por sobrepasar a los demás en el manejo de las armas. Se dan cuenta de que sin la práctica, el arte de la guerra no aparece de forma natural cuando uno lo necesita. Ningún atleta que no haya recibido golpes puede luchar con tenacidad: debe ver su sangre y oír como se quiebran sus dientes bajo el puño del adversario y cuando es lanzado contra el suelo debe luchar con todo su poder y no perder el valor. Cuanto más a menudo caiga, con más determinación debe alzarse de nuevo a sus pies. Cualquiera que lo haga puede participar con confianza en una batalla. La fuerza conseguida gracias a la práctica es inestimable: un alma aterrorizada posee una gloria fugaz. Aquél que es demasiado débil como para soportar esta carga, aunque no es una falta suya, quedara aplastado por su peso, sin importar el entusiasmo con el que se apresure a la tarea. El precio del sudor bien pagado está donde los Templos de la Victoria se alzan”.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

REALMENTE ME ENCANTA ESTA PAGNA EN ESPECIAL LAS ILUSTRACIONES