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miércoles, 26 de agosto de 2009

Los vikingos arrasan Paris

La gran campaña vikinga del Sena a finales del siglo IX, que condujo al ataque contra Paris en el 885, es un buen ejemplo de cómo los saqueadores escandinavos mas organizados podían utilizar sus navíos para realizar ataques anfibios y también de cómo podían detenerlos las fuerzas terrestres. En el 885, los vikingos estaban actuando a una escala mucho mayor que en sus incursiones anteriores, reuniendo flotas que en ocasiones contaban con cientos de navíos. Francia había sufrido mucho, pues en torno al 840 los vikingos habían comenzado a instalar en ella campamentos de invierno donde protegerse ellos y sus barcos, utilizándolos como base para otras incursiones. En la década del 850, Paris fue saqueada dos veces, pero al final el rey Carlos el Calvo consiguió crear una estrategia efectiva para limitar la movilidad vikinga: construir fuertes y puentes fortificados en los ríos principales. Por esa razón, en la década del 860, las bandas vikingas se habían trasladado a zonas más fáciles de atacar, como Inglaterra. Sin embargo, Inglaterra aprendió a resistirse liderada por Alfredo el Grande. Este ordeno la construcción de una flota de grandes barcos (la cual nunca se encontró en el mar con los vikingos, pero puede haber tenido algún efecto disuasorio) y, lo que es más importante, creo una serie de plazas fuertes donde podía refugiarse la gente durante un ataque. De modo que la gran armada vikinga busco otro lugar propicio y comenzó a devastar gran parte de Flandes. En el 882 saquearon el valle del Rin y en el 885 le toco el turno al Sena. Es posible que en el asedio de Paris del 885-886 estuvieran implicados cerca de 600 navíos. Con unos 30-50 hombres por barco, se trataría de un gran ejército para la época, una fuerza capaz de arrasar las orillas del Sena, si bien no llegaba a los 40.000 efectivos calculados por los aterrorizados testigos de la época que luego escribieron sobre el acontecimiento. Como los francos carecían de flota capaz de detener a los hombres del norte antes de que penetraran en el río, sus defensas se basaban en dos elementos: las levas locales de tropas para luchar en tierra contra los invasores y una serie de puentes fortificados. La lógica de los puentes fortificados era sencilla: bloqueaban el acceso río arriba, a menos que los vikingos desearan prescindir de la ventaja que les proporcionaban sus barcos y decidieran viajar por tierra. Esta ventaja era considerable, pues los barcos les proporcionaban un medio sencillo para transportar esclavos y demás botín y podían ser varados en una playa, donde era sencillo defenderlos contra posibles atacantes. Sin embargo, en el 885 la política de los reyes francos de construir este tipo de puentes solo había tenido un éxito parcial. El gran ejército vikingo no fue detenido por el puente sobre el Sena en Pont de l’Arche. Sin embargo, el puente de Paris estaba fuertemente defendido, a pesar de que sus defensas no estaban completas. Por consiguiente, los vikingos tenían que conquistar París para continuar con su incursión tierra adentro. La ciudad en sí era un premio tentador para los asaltantes, pero no era un hueso fácil de roer. Su población, de apenas unos miles de personas, seguía viviendo mayoritariamente en la Île de la Cité, una isla conectada con las orillas del Sena por puentes defendidos por dos fuertes.
Los vikingos intentaron tomar al asalto el puente norte el 26 de noviembre del 885, llevando sus barcos hasta la base de la torre. Esto permitió a los atacantes protegerse tras las bordas de sus barcos hasta el momento mismo de saltar a tierra. El ataque sólo pudo ser rechazado con grandes esfuerzos y la torre resultó parcialmente destruida, si bien fue reconstruida durante la noche. Al día siguiente, los atacantes intentaron minar los cimientos de la torre con picos de hierro, sólo para verse rechazados de nuevo por los defensores, que lanzaron sobre ellos una lluvia de piedras y una mezcla de aceite, cera y pescado que se colaba bajo las armaduras y se quedaba pegada a la piel. A pesar de ser azuzados por las bromas y ánimos de las mujeres danesas, los vikingos no tardaron en ser suficientes. Construyeron unos cuarteles de invierno fortificados para protegerse (ellos y sus barcos) con un foso y un simple terraplén con estacas. Fabricaron arietes e intentaron hacer lo mismo con una ballista. (Nuestros testigos con regocijo que se hundió, matando a varios enemigos.) Temiendo que un ejército franco viniera en socorro de la ciudad, los vikingos intentaron entonces una medida desesperada y cara. Sacrificaron tres de sus barcos para usarlos como brulotes, llenándolos de combustible y arrastrándolos río arriba con cuerdas desde la orilla, con la esperanza de que incendiarían y derrumbarían el puente. Esto habría dejado a los defensores de la torre aislados de cualquier ayuda de la ciudad. Desgraciadamente (desde el punto de vista de los vikingos), los barcos chocaron contra los pilares de piedra del puente, sin causar ningún daño serio. Nuestro testigo del asedio de París, el monje Abbo de St. Germain, se esfuerza por hacer parecer una victoria cristiana el aguerrido triunfo de la ciudad; sin embargo, no consigue ocultar que al final los vikingos consiguieron romper las defensas fluviales de París: se apoderaron de una de las torres después de que la crecida hubiera derruido su puente y el rey franco, Carlos el Gordo, les pagó tributo para que navegaran río arriba y comenzaran a saquear Borgoña en vez de terminar la conquista de París.

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