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domingo, 3 de mayo de 2009

Las armas y la evolución guerrera en la oscura Edad del Bronce (primera parte)

En los tiempos prehistóricos, quizá ya hacia el 6000 a.C., el hombre neolítico, al menos en Anatolia, empezó a experimentar el uso del cobre. Los progresos, naturalmente, fueron lentos, y tenía que llegarse al cuarto milenio a.C., en que empezaron a extraerse y fundirse los metales, para entrar en una tecnología nueva e importante, caracterizada, generalmente, como la Edad del Bronce. Los comienzos de la Edad del Bronce coinciden, poco más o menos, con la aparición de la civilización en el Próximo Oriente, y una de las principales características del nuevo período, las armas de metal, hicieron de la guerra una actividad mucho más mortíferas que lo que había sido en los tiempos neolíticos. Los estudiosos de las armas han solido dividir las ofensivas en tres clases generales: armas de alcance largo, medio y corto. La potencia de tiro es, tal vez, un concepto anacrónico al aplicarlo a las armas antiguas, pero resulta demasiado útil para que tengamos que abandonarlo en beneficio de la Historia. Se supone que esta potencia, o capacidad ofensiva de matar, puede ser aplicada con la punta de una lanza, una flecha, una jabalina o una espada, aun cuando no se use la pólvora, por cuya razón esta expresión encuentra lugar adecuado en la guerra antigua. En algunos de los tratados sobre las guerras antiguas se hace ocasionalmente una división más vieja y exacta de las armas en sólo dos clases, las de choque, usadas para golpear y arremeter con ellas en el combate cuerpo a cuerpo, y las arrojadizas, para dispararlas o lanzarlas contra el enemigo, de modo que usaremos estas dos distinciones, moderna y antigua, según parezca apropiado. En la guerra de hoy es raro el choque –el contacto directo cuerpo a cuerpo- a pesar de las románticas escenas de carga a la bayoneta que nos presentan las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. El fusil, la ametralladora, el lanzallamas y la granada de mano, junto con otros dispositivos ingeniosos, han desterrado las armas de choque, salvo cuando uno de los lados se queda sin municiones, pero la guerra antigua se decidía muchas veces por el choque, por la lucha directa del hombre contra el hombre provisto de mazas o hachas de guerra, lanzas y espadas, como también con carros y mediante ataques de caballería. Al comienzo de la batalla, los escaramuzadores solían usar armas de alcance medio y largo, jabalinas, arcos, hondas y catapultas, pero ninguno de estos elementos ponía fin al conflicto. Esto sólo ocurría cuando los ejércitos opuestos entraban materialmente en contacto mutuo. No debemos dejarnos engañar tampoco por la fascinación antigua de las superarmas de largo alcance. A lo largo de la historia, los ejércitos especializados en el choque han sido los que han derrotado muchas veces a los que se apoyaban en una potencia de tiro de alcance medio o largo. El uso de los metales transformó las armas que usaba el hombre en el choque. Las mazas de piedra eran casi tan buenas como las de metal, aunque se rompían más fácilmente al hacer impacto, pero las hachas de metal eran infinitamente superiores a las de piedra. La naturaleza quebradiza de la piedra no se presta bien a conformarla con bordes afilados, cosa que era posible con el metal el cual permitía una amplia variedad de formas. La introducción del casco de metal eliminó, prácticamente, la maza del campo de batalla a favor del hacha, que podía perforar o cortar, al menos ciertas armaduras, según la cantidad de aquella. A juzgar por los restos egipcios y mesopotámicos, el hacha perforante, con su hoja larga y fina y su gran poder de penetración, era el arma preferida. Por irónico que parezca, fue el invento de la rueda, más que el uso de los metales, lo que condujo al arma nueva más importante de la Edad del Bronce: el carro de guerra, el cual hizo su aparición en Mesopotamia en el tercer milenio a.C., mil años antes de que lo introdujeran los hicsos en Egipto. Al principio, usó asnos y no caballos para su arrastre, y las primeras ruedas eran macizas, no radiadas. A veces se hacían muescas en el borde exterior de la rueda para aumentar la tracción. En el segundo milenio a.C. el carro con ruedas radiadas y tirado por caballos era el arma de ataque escogida de los ejércitos antiguos y se usaba fundamentalmente como plataforma móvil de disparo más que como medio de transporte desde la base al campo de batalla. Combinaba la velocidad y movilidad con la estabilidad, pero, dependiendo de la construcción, como en el caso del carro de cuatro ruedas, a mayor estabilidad, menor velocidad. Los carros más populares y ligeros de dos ruedas de la época de la guerra con carros (1700-1200 a.C.) eran rápidos, pero más inestables como plataforma de disparo y, comparados con los anteriores, aplicaban una menor potencia de tiro.

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