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sábado, 16 de mayo de 2009

El Mediterráneo se vuelve la caldera del diablo (segunda parte)

Génova adquirió un imperio propio –aunque se trataba de un imperio mucho menos centralizado que el de Venecia: comprendía, al comienzo, un barrio autónomo de mercaderes en Constantinopla y establecimientos dispersos a lo largo de la costa norte del Mar Negro, gobernados por representantes de las autoridades genovesas. Mediante unas concesiones bizantinas de 1267 y 1304, la isla de Quios, con su producción de sulfatos, se convirtió en el feudo de una familia genovesa. A mediados del siglo XIV su situación fue transformada por la introducción del control directo desde Génova. El Mar Egeo fue dividido efectivamente en esferas de influencia de los genoveses y venecianos. Venecia dominaba la ruta hacia Constantinopla a través de la costa dálmata y las islas Jónicas, mientras que Génova controlaba una ruta alternativa a través de Quios y la costa este. La rivalidad en el este del Mar Mediterráneo entre Génova y Venecia tuvo su paralelo en la rivalidad en el oeste entre Génova y los dominios de la Casa de Barcelona. Los catalanes llegaron relativamente tarde a este campo de rivalidades. Disfrutaban de un acceso natural privilegiado a toda el área estratégica del oeste del Mediterráneo –las bases insulares, los puertos magrebíes; pero mientras las islas estuvieron en las manos enemigas de los emires musulmanes, estuvieron atrapados por el flujo de las corrientes costeras en dirección contraria a las agujas del reloj. Sin embargo, hacia 1229 el poder de los condes-reyes de Barcelona y Aragón y la riqueza de sus súbditos dedicados al comercio se había desarrollado hasta el punto de que podían armar el número necesario de barcos y un ejército suficientemente grande para lanzarse a la conquista. Al representar la empresa como una guerra santa, Jaime I fue capaz de inducir a la aristocracia de Aragón, poco aficionada al mar, a tomar parte en la campaña. Una vez que Mallorca estuvo en sus manos, Ibiza y Formentera cayeron con relativa facilidad. El imperio insular se extendió en los años ochenta y noventa del siglo XIII, cuando fueron conquistadas Menoría y Sicilia. En la década de 1320 una política imperial agresiva redujo a partes de Cerdeña a una obediencia precaria. Mientras tanto, vasallos de miembros de la Casa de Barcelona realizaron conquistas aun más hacia el este, en Jarbah, Qarqanah, y partes de la zona continental de Grecia. La impresión de un imperio marítimo en crecimiento, extendiéndose hacia oriente –quizá hacia Tierra Santa, quizá hacia el comercio de especias, quizá incluso en ambas direcciones- fue reforzada por la propaganda de los condes-reyes, que se representaban así mismos como cruzados. Los estados vasallos del este eran, sin embargo, solo nominalmente catalanes en cuanto a su carácter y, durante la mayor parte del tiempo, unidos de una manera tenue mediante lazos jurídicos con otros dominios de la Casa de Barcelona. Las operaciones navales catalanas en el este del Mediterráneo fueron ejecutadas en alianza con Venecia o con Génova y estuvieron determinadas generalmente por consideraciones estratégicas del oeste del Mediterráneo. Si las conquistas a través de islas de la Casa de Barcelona se extendieron hacia el este, hacia las tierras de los santos y de las especias, también se extendieron hacia el sur, hacia el Magreb, la tierra del oro. Eran points d’appui estratégicos en la guerra económica a través de las rutas comerciales africanas de otros estados dedicados al comercio. Desde 1271 en adelante, en intervalos a lo largo de un período de aproximadamente un siglo, el poder naval de los condes-reyes fue utilizado en parte para imponer una serie de tratados comerciales favorables dirigidos a gobernar el acceso a los puertos principales desde Ceuta a Túnez. En el bien integrado mundo catalán, la parte más al este fue Sicilia, a partir de la década de 1280. Para el conde-rey Pere II la conquista de esta isla fue una aventura caballeresca y un engrandecimiento dinástico; para sus súbditos dedicados al comercio, fue clave para conseguir un granero bien aprovisionado, una estación de enlace hacia el Mediterráneo del este y sobre todo, una vía para el lucrativo comercio de Berbería, que tenía su punto final en los puertos magrebíes. Gobernada normalmente por una línea menor de la casa de Barcelona, la isla fue elogiada como “cabeza y protectora de todos los catalanes”, considerándose una parte vital de las bases exteriores del comercio medieval de Cataluña. Si Cerdeña se hubiese convertido por completo en eliminar gran parte del sistema catalán, el oeste del Mediterráneo hubiese sido un “lago catalán”. Pero la resistencia indígena, prolongada durante más de un siglo, forzó repetidas concesiones a Génova y Pisa. Los catalanes pagaron mucho por lo que era, en efecto, un condominio político y comercial. Utilizando una política menos costosa –sin adquirir mediante conquista territorios de soberanía más allá de Córcega-, Génova acabó con una participación mayo en el comercio del oeste del Mediterráneo que la de sus rivales catalanes.

2 comentarios:

Almogávar de Vitruvio dijo...

¿Conde Reyes? Ese título jamás existió.
Existía el Rey de Aragón, que entre sus múltiples títulos y señoríos también poseía el de Conde de BArcelona.
Un saludo, buen artículo

Proletario dijo...

No esta puesto como un titulo conde reyes, sino como condes y/o reyes. Perdon si por el guion no se entendio bien.

Saludos