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jueves, 27 de noviembre de 2008

"Alea jacta est", Julio César se vuelve inmortal

Cayo Julio César nació en Roma en el año 100 a.C. De noble origen, pues descendía, de la antigua gens Julia, era sobrino de Mario y yerno de Cinna.
Afirmaba que su estirpe procedía de la diosa Venus y del rey Anco Marcio, circunstancias que le permitían ambicionar cualquier dignidad, por mas alta que fuera.
Físicamente era alto, delgado, de tez pálida, mirada penetrante y rasgos refinados e inteligentes. Muy elegante en el vestir, ceñía su toga con afectado desaliño, estudiado detalle que realzaba su presencia.

Sus extraordinarias cualidades lo presentan como un hombre excepcional, pues demostró en todos los órdenes consumada capacidad. Se destaco como gran guerrero, orador, escritor y político. De buen corazón, era generoso en extremo y por sus suaves modales y arrebatadora elocuencia no tardo en convertirse en el favorito de todos. Tenía una memoria prodigiosa y sentía inclinación por las matemáticas, como lo prueban la reforma de calendario y las diversas obras de ingeniería que proyecto durante sus campañas militares. Dotado de gran capacidad para el trabajo, podía dictar, simultáneamente, a siete secretarios.
Sin embargo como militar fue muy ambicioso, díscolo y audaz, características que le permitieron hacerse dueño del mundo romano.

A pesar de ser descendiente de una familia patricia, César se inclino hacia el partido popular y, dominado por la ambición, puso todo su genio político y su audacia para erigirse en el único jefe de la decadente republica.
César no se precipito en llevar a cabo sus planes y juzgo prudente comenzar su carrera política asociándose a dos hombres muy destacados en Roma: el vanidoso Pompeyo, que había regresado del Asia, y el opulento Craso.
Pompeyo fue recibido fríamente en Roma a pesar de su victoria sobre Mitrídates pues, durante su ausencia, los senadores lo habían desprestigiado ante el pueblo por haber abolido las leyes de Sila.

Por otra parte, Craso, a pesar de su dinero, no lograba reunir la mayoría a su favor. Estas circunstancias explican porque aceptaron la alianza con César, que ya se distinguía por su talento.
En el año 60 a.C. tres hombres pactan una coalición secreta para dirigir la Republica: César, el estadista; Pompeyo, el general; u Craso, el capitalista. Esta liga fue llamada, mas tarde, “el Primer Triunvirato”.
Los tres socios no tardaron en separarse. César fue designado procónsul de las Galias (norte de Italia y actual Francia) y se alejo de Roma con su ejército para ocupar el gobierno de esas provincias.

Pompeyo obtuvo el mando de España y África, provincias a las que envió lugartenientes pues, temeroso de perder popularidad, se quedo en Roma.
Craso fue destinado a Oriente (provincia de Siria) y, para aumentar sus riquezas, inicio una campaña contra los partos, pero fue vencido y muerto.
César debía someter un territorio que se extendía desde el Rin hasta los Pirineos, exceptuando la Galia Narbonense (que bordeaba el mar Mediterráneo) que, desde la época de Mario, era una provincia romana.
El país estaba dividido en numerosas tribus independientes, las cuales comprendían tres grandes grupos: los Aquitanios, al sur, los Galos propiamente dichos en la región central, y los Belgas, en el norte. Estos pueblos se hallaban enemistados por luchas intestinas y amenazados por los Helvecios, que habitaban la actual Suiza y por los Germanos radicados en las comarcas ribereñas del Rin.

Después de cuatro años de lucha, Julio César había sometido diversas tribus y anexado amplios territorios; sin embargo, los Galos no estaban vencidos. Un guerrero llamado Vercingetórix diose cuenta de que era necesaria la unión de todos los habitantes para ofrecer resistencia al invasor. Con gran habilidad, el caudillo encabezo una rebelión general de los galos, quienes exterminaron diversas guarniciones romanas.
El imbatible César sufrió algunos contrastes, aunque finalmente logro rodear a los galos en la ciudad de Alesia, donde para impedir la fuga de los defensores, construyo una doble línea fortificada.

Ante la imposibilidad de toda resistencia y para salvar la vida de sus compatriotas, Vercingetórix, vistiendo sus mejores armaduras, se rindió a los pies de César. Desde ese momento, los romanos dominaron a toda la Galia, año 51 a.C.
Muerto Craso y ausente César, Pompeyo fue el personaje más importante de Roma. Los brillantes triunfos que el segundo había obtenido en las Galias despertaron envidias y recelos en Pompeyo, quien consiguió el apoyo del Senado para eliminar el prestigio de su antiguo aliado.
Encontrándose César en la Galia Cisalpina recibió una orden por la cual debía licenciar sus tropas y regresar a Roma como simple ciudadano. Además enterose de que Pompeyo había sido nombrado cónsul único, es decir, dictador.

Entonces César, a la cabeza de sus legiones victoriosas decidió avanzar sobre Roma, para ello cruzo el Rubicón, riachuelo que vertía sus aguas en el Adriático, y que era el limite entre Italia y la Galia Cisalpina.
Las leyes romanas prohibían a todo general trasladarse de una provincia a otra con sus tropas armadas y era obligatorio licenciarlas. Pasar el rio era iniciar abiertamente una nueva guerra civil.
César atravesó el Rubicón pronunciando la famosa frase. “alea jacta est (la suerte esta echada)”.
En rápida marcha penetro en Roma mientras Pompeyo, junto con miembros del Senado y la nobleza, buscaban refugio en Grecia.

César organizo un nuevo Senado y se hizo nombrar dictador. Siguió una política moderada, no persiguió a los opositores y trato de restablecer la tranquilidad.
Antes de emprender una campaña decisiva contra Pompeyo prefirió trasladarse a España para combatir a “un ejercito sin general”, según sus propias palabras. Allí consiguió un fácil triunfo sobre las legiones que permanecían fieles a su adversario, en la batalla de Lérida.
A principios del año 48 a.C., César regreso a Roma y luego se dirigió a Grecia, librando en agosto una batalla decisiva en la llanura de Farsalia. Pompeyo, derrotado, huyo a Egipto, donde fue asesinado cobardemente por orden del rey Tolomeo XII.

César llego en esos momentos y, disgustado por el crimen, destrono al rey y proclamo soberana a Cleopatra (hermana del monarca depuesto).
Desde Egipto César se traslado al Asia Menor, donde en cinco días venció a Farnaces, hijo de Mitridates.
Mientras César se hallaba en Oriente, los miembros del partido Pompeyano habían organizado un nuevo ejercito en África a las ordenes de Catón el Joven (descendiente de Catón en Censor). Sin perder tiempo, César cruzo el Mediterráneo y venció a sus enemigos en la batalla de Tapso, en abril del año 46 a.C.
César regreso a Roma y fue honrado con cuatro triunfos por sus victorias en la Galia, en Egipto, en Oriente y en África.

Al poco tiempo se dirigió a España para combatir a dos hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto, que habían organizado un ejercito muy poderoso. El encuentro se produjo en Munda y, al término de una terrible batalla, César resulto nuevamente vencedor, marzo del año 45 a.C.
Derrotados los partidarios de Pompeyo y sometidos todos los territorios provinciales, César regreso a Roma y se hizo nombrar dictador perpetuo. Además el Senado le otorgo el titulo de Imperator (general triunfador), mando acuñar su efigie en las monedas y designo con el nombre de Julio el mes de su nacimiento.

En realidad, César estableció una monarquía con formas y nombres republicanos. Respeto las antiguas magistraturas y transformo el Senado en un mero cuerpo consultivo. En su persona residía la mayor autoridad con el titulo de “Imperator” o comandante en jefe (de este termino deriva la palabra Emperador).

Al frente del gobierno, César demostró ser no solo un gran general, sino un excelente estadista. No abuso del poder y fue clemente con los vencidos.
Favoreció el comercio y la industria, repartió tierras y creo colonias para los pobres, otorgo el derecho de ciudadanía a los habitantes de la Galia Cisalpina, impidió los abusos que cometían los gobernadores y reformo el calendario.

Proyectaba unificar las leyes romanas para someter todos los pueblos a la misma legislación, crear una gran biblioteca griega y latina, embellecer a Roma y emprender nuevas guerras de conquista, pero el crimen puso fin a tantas realizaciones. Un grupo de republicanos exaltados, con contando con el apoyo de los miembros del Senado, resolvió asesinar al dictador. Lo acusaban de ambicionar el titulo de rey y también de haber eliminado la antigua Constitución romana.
A la cabeza de los conjurados estaban dos pretores: Marco Bruto, pariente directo de César y Casio Longino, oficial que había luchado bajo las órdenes de Pompeyo.

El 15 de marzo del año 44 a.C. antes de entrar al Senado, César es puesto en aviso de que el partido aristocrático estaba dispuesto a matarlo, pero no se inmuto, camino firme hacia la escalinata del recinto y antes de ingresar mira el cielo por ultima vez logrando ver sobrevolar a un águila, entonces resignado repite nuevamente su frase “alea jacta est”. Ya dentro del edificio, los conjurados lo rodean y aunque en principio quiso defenderse, finalmente se entrego a los asesinos que le atravesaron el cuerpo de veintitrés puñaladas. Irónicamente, César cae muerto al lado de la estatua de Pompeyo, un segundo antes de su último suspiro, César, ve la escultura y sonríe por última vez.

viernes, 21 de noviembre de 2008

La falcata ibera, el terror de las legiones.

Esta espada era en realidad una especie de sable, aunque el arma a la que asemejaría más en la actualidad seria el cuchillo de los Gurkhas, pero superior en peso y tamaño. La falcata se forjaba de una sola pieza, con la empuñadura curvada para proteger la mano, y una pequeña barra cerrando el puño para proteger los dedos, con una forma más o menos ornamental.
Si la barra no cerraba del todo la empuñadura se completaba con una pequeña lengüeta o cadena hecha de cuero o metal.
No solo estaba afilado el borde interno, sino que la mayoría de las veces el filo proseguía dando la vuelta a la falcata hasta una distancia aproximada de un tercio de la longitud total de la hoja. Por lo tanto no solo podía cortar o tajar, sino que también podía pinchar y dar contragolpes con su filo cortante.

Además la especial forma de la hoja, que se ensanchaba en dirección a la punta hacia que el centro de gravedad estuviera mucho mas adelantado que en una espada recta, lo que incrementaba la energía cinética del golpe.
De tal manera los romanos sufrieron sus devastadores efectos, que, según cuenta Polibio: “los bordes superior e inferior del escudo de los legionarios, debieron ser reforzados para contrarrestar el poder destructivo, y además era cosa conocida entre las legiones que no había casco, escudo ni hueso que pudiera resistir su golpe”.

Existe un relato recogido por el gran filosofo cordobés, Séneca, el cual cuenta: “Cuando un viejo legionario, bien conocido por Cesar, se encuentra con él, y no le reconoce en un principio, el legionario quita importancia al hecho diciéndole: No me extraña, Cesar, que no me reconozcas. Cuando nos vimos por ultima vez yo estaba sano, pero en la batalla de Murída me vaciaron un ojo y me rompieron todos los huesos de mi cuerpo. Y tampoco tu reconocerías mi casco si lo vieras, pues fue golpeado por una machaira hispánica (la falcata)”.
Ante esta notable superioridad de la falcata, los romanos, pueblo pragmático por excelencia la adoptaron después de la segunda guerra púnica, aunque como señalan los propios autores clásicos, estos adoptaron el diseño pero no la calidad del acero, el cual nunca pudieron copiar exactamente.

El real origen de la falcata es desconocido, pero podemos señalar tres teorías:
Una, mantiene que es una forma evolucionada del cuchillo curvo del tipo Hallstald, que se desarrollo en la Europa Central y luego se extendería por Italia, Grecia y España, encontrándose tipos de armas muy semejantes entre los griegos, etruscos e hispanos.
La segunda teoría, compartida por los autores clásicos, proclama que es una copia directa de la machaira griega, llamada Kolpis. Esta arma fue llevada a España por mercaderes griegos de finales del siglo VI a.C., o por mercenarios contratados por estos.
Por ultimo existe una tercer teoría, que goza de mucho menos favor internacional, aunque si se acepta en España, que se declara favorable a una creación autónoma de la falcata, sin influencias exteriores.

Ya sea el origen griega o no, lo cierto es que en España, la falcata fue perfeccionada, y todos los autores clásicos son muy claros en esta materia.
El arte de forjar buenas espadas no tenia secretos para los herreros españoles. Según señala Tilos de Siracusa, refiriéndose a su sistema de fabricación y de control de calidad: “Para probar si las hojas de acero preparadas para convertirse en espadas eran de buena calidad, el herrero tomaba la empuñadura con la mano derecha, y la punta con la izquierda, y tiraba de ambos extremos a la vez hasta que con ellos tocaban los hombros; una vez logrado esto, se soltaban de golpe las dos puntas. La hoja era descartada si presentaba cualquier tipo de torsión o deformación”.
Esta calidad se lograba gracias a la extrema pureza del hierro. Diodoro nos cuenta que su sistema de fabricación era muy especial: “enterraban las hojas de metal en bruto, dejándolas enterradas hasta que el oxido se hubiera comido la parte mas débil del metal, quedando únicamente la parte mas sólida. Con este hiero se producían las excelentes espadas íberas”.
Así pues la falcata era de acero, y de acero soberbiamente templado. Su forja tenía algo de especial y mágico. No podía ser forjada por grandes martillos ni golpeada en caliente, o con golpes violentos, debido a que podían, si caían oblicuamente, torcer y endurecer la espada en todo su grosor, de tal manera, que si se intentaba flexarla, solo se conseguía romperla en varios pedazos, por lo compacto de su endurecido material.

Por lo tanto, se debían batir las hojas cuando alcanzaban una determinada temperatura, y con pequeños golpes, para endurecer el exterior y dejar flexible el interior.
La espada, ya terminada, lista para ser blandida por el brazo del guerrero estaba compuesta por tres capas de metal, dos duras y una flexible en el centro.
Para comprobar la veracidad de los antiguos textos se han llevado a cabo análisis a fin de determinar este supuesto alto grado de perfección en su fabricación y el contenido de carbono en el metal. Estos análisis se han realizado sobre fragmentos de falcatas encontradas en una necrópolis ibera.
La parte superficial contenía carbono en alto grado hasta una profundidad de 1/8 de pulgada decreciendo progresivamente hasta llegar al centro de la hoja en la que no había el menor rastro de este.
Se confirmo también la cementación por enterramiento y el temple en agua helada, y su martilleo posterior. Las proporciones de carbono variaban armónicamente, desde 0,3 en el filo hasta 0 en el centro de la hoja.

Estas proporciones difícilmente se hubieran podido mejorar con las más modernas técnicas.
Los mejores ejemplares proceden de la necrópolis de Almedinilla (Córdoba), en donde se encuentran falcatas con empuñaduras de marfil y otras damasquinadas con hilo de plata, muy semejantes a las realizadas hoy en Toledo. Sus dimensiones son variables, oscilando entre los 35cm de la mas pequeña a 60cm la mas larga, aunque la mayoría esta comprendida entre 44 y 48cm. La empuñadura en todo caso no tiene nunca más de 8cm.
Si aceptamos la evolución a partir del modelo griego del Kolpis, podemos intentar una clasificación según los diferentes tipos de empuñaduras, que como dijimos, estaba ricamente decorada.

Los más antiguos ejemplares, datados del siglo V y mediados del siglo VI a.C., copiados al parecer directamente de ejemplares griegos, tienen una cabeza de pájaro moldeada en la empuñadura.
Cuando el uso de esta arma se hizo general, la decoración de la empuñadura cambio a representar una cabeza de caballo. Finalmente, hacia el siglo III la figura de la empuñadura degenero en unos diseños geométricos, funcionales. Los mas antiguos ejemplares encontrados en la necrópolis de Villaricos pueden ser fechados, teniendo en cuenta los vasos griegos que se encontraron en las mismas fosas, hacia los comienzos del siglo IV, aunque existen ejemplares mas antiguos en otros puntos. Esta arma se hizo muy común en los siglos III y II a.C. y siguió estando en uso en el siglo I como atestigua el relato de la batalla de Munda, y aun se utilizaba en el reinado de Augusto.

Cuando el Propretor P. Carisias ordeno acuñar en Emerita Augusta (Mérida) un denario de plata para celebrar la victoria sobre los cántabros en el 22 a.C. entre las armas de los vencidos se incluía la falcata, evidencia del largo uso de esta típica arma hispánica.
La falcata se llevaba en un tahalí o vaina de cuero, madera o tejido basto con refuerzo de hierro en la punta, garganta y charnelas de las hebillas. Tres o cuatro anillas unidas a la vaina permitían al guerrero colgarla de una larga bandolera desde el hombro derecho a la cadera izquierda, en posición casi horizontal, con el lado cortante hacia abajo.
No se sabe con exactitud cuando se dejo de utilizar en España la falcata. Posiblemente se uso perduro en el interior de la península durante largo tiempo, pero no existen una confirmación definitiva.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

San Martín en el ejército de la península, héroe de la independencia española

En las filas del ejercito español, San Martín, nuestro héroe, presto ejemplar servicio durante 22 años, un mes y 17 días, hasta el 15 de septiembre de 1811, en que se le concedió el retiro a su solicitud.
En estos 20 años de servicios al Rey, guerreo contra el moro en el Norte de África, contra los franceses en el Rosellon, contra los ingleses en el mar, contra los portugueses en Olivenza y en Yelvez y nuevamente contra los franceses, comandados esta vez por el gran Napoleón.
San Martín inicio su carrera en las armas como cadete del Murcia. En la unidad militar, del arma de infantería se formo el futuro oficial, combatió y ascendió hasta el grado de “Segundo Ayudante”, durante los 13 años y cinco meses que duro su permanencia en el mismo, hasta que fue destinado al Batallón de Infantería Ligera “Voluntarios de Campo Mayor”. Cinco años y seis meses después pasaría al arma de caballería, en el Regimiento de Línea “Borbón”, en cuyas filas alcanzaría la máxima notoriedad consagrándose como héroe en la batalla de Bailén, el 19 de julio de 1808, alcanzando el grado de teniente coronel.

En el transcurso de todos esos años participo en quince campañas, e intervino en 29 acciones de guerra, distinguiéndose en todas ellas por su coraje sin límites, su arrojo en combate, y su desprecio hacia la muerte.
San Martín lucha ininterrumpidamente desde 1789 contra los moros en los campos africanos.
En Melilla y en Orán, el aguerrido cadete despierta entre sus compañeros y oficiales, admiración, respeto y un singular aprecio por quien ya demuestra en todas sus actitudes el carácter de líder, que en otro continente, y bajo otras circunstancias lo llevaran a ser el más grande libertador de América.
Al dejar atrás Orán, nuestro héroe se lleva, entre otros tantos recuerdos, dos que formarán, de allí en mas, su temple inquebrantable y a toda prueba; que fueron el gran terremoto que destruyo por completo la ciudad, y el dramático sitio durante mas de un mes, luchando contra el hambre, el fuego, y la devastación. Esos dos hechos, particularmente harán de nuestro Padre de la Patria, el hombre justo, sincero, desinteresado que solo pensó en el bienestar de su pueblo.
De allí pasa a servir a las ordenes de un celebre militar español, el General Ricardos donde pasa dos años en la campaña del Rosellón, ganando experiencia y enseñanzas de gran valor para su futuro.

Se cree, que fue allí donde San Martín perfecciona y supera sus conocimientos en estrategia representando para él su verdadera escuela. Su comportamiento en combate es tan valeroso y destacado, que sobre el mismo campo de batalla fue promovido a teniente segundo, citándose su nombre con conceptos honrosos. No había cumplido aun los 17 años de edad.
Su destino, toda su vida estaba signada por la guerra, el combate era para el un juego, la suerte de las armas le sonreían, haciéndolo su soldado predilecto; en tierras catalanas se bate con su acostumbrado heroísmo en Torres-Balera, en Grau del Ferro, en San Marsal, en Villalonga, en San Lluch y en Banyuls, para continuar luchando contra Inglaterra y Portugal.
Mas adelante pasa nuevamente a servir en el África, para participar en el bloqueo de Ceuta.
En 1776, su espíritu inquieto y aventurero lo llevan a embarcarse en la Armada Española y participa del combate del Cabo de San Vicente contra lo ingleses. Dos años mas tarde, el 15 de agosto de 1778, San Martín cae prisionero de los ingleses, pues la fragata Santa Dorotea, que había embarcado con fuerzas de infantería, en las que revistaba como teniente, a pesar de su heroico, tenaz y desigual combate, es tomada por el poderoso navío ingles, armado con 64 cañones.
Tiempo después, y libre ya del yugo ingles, al mando de una compañía de su querido Regimiento de Murcia, se dirige hacia Portugal, en 1801, por los Algavares, participando en el sitio y en la batalla de Olivenza.

Leemos en el libro de Gómez-Carrasco: “llegamos ala ultima fase de la vida militar de San Martín en el ejercito español. Los hitos del destino histórico se van cumpliendo. Desde sus primeros momentos de soldado, José de San Martín forja su recia personalidad, que agita en las cumbres andinas, en la fragua del sacrificio y del honor, en que se resume todo el avatar de su existencia. Fiel y serenamente cumple su destino de no tener mas hogar que la tienda del soldado, ni mas familia que la milicia, ni mas compañera que la soledad de los campos de batalla, en tanto no diera cima a la empresa de su vida.”
En 1808 regresa nuevamente a Cádiz, al mando del general Solano, jefe de las fuerzas de la guarnición. Estando él presente en los trágicos sucesos acaecidos luego de que la junta de Sevilla intimase a Solano a ponerse al frente de la insurrección libertadora, el general vacila ante este requerimiento, pues no pretendía apartarse de la guerra regular de soldado. El pueblo enardecido y alborotado por esta duda, irrumpe violentamente en el cuartel sin que puedan los efectivos militares detenerlos, atrapan al general y lo descuartizan vivo; nuestro héroe salva su vida de milagro, y esta marca es otra cicatriz mas que forjara su alma de acero.
Llevara siempre consigo una miniatura de su viejo general.

La invasión napoleónica sorprende a San Martín de servicio en Cádiz. El 28 de junio de 1808, en tierras andaluzas de Jaén se produce la que fuera la precursora de la definitiva y sangrienta batalla de Bailén, nos referimos a la batalla de Arjonilla.
Destinado al ejercito de Andalucía, bajo el mando del general Castaños, San Martín es ascendido, por la junta de Sevilla a Ayudante Primero de este regimiento.
Allí fue designado al segundo división que mandaba el general marques de Coupigni.
El lado francés, comandado por el general Dupont, preferido del emperador, tomo la iniciativa, entonces es encomendado a San Martín, la difícil y arriesgada misión de ponerse al mando de las guerrillas sobre las líneas del Guadalquivir; es aquí donde a nuestro héroe se lo empieza a conocer como “El Valeroso”.

El 28 de junio, una columna de la vanguardia española al mando del teniente coronel D. Antonio de la Cruz Murgeón avanza en formación contra los franceses; mas tarde Murgeón, peleara como general contra los independentistas americanos. A la vanguardia de esta columna iba su compañero y amigo, el capitán José de San Martín, que mas tarde pelearía en filas opuestas contra su ex jefe y amigo. A la altura de Arjonilla la columna española se cruza con un grueso destacamento de caballería francesa, que al divisar a la tropa española, ataca en formación y a todo galope. Es entonces donde el capitán San Martín, al frente de un gupo de jinetes, haciéndose apoyar por una guerrilla de infantería, se lanza rápidamente por una vereda lateral, consiguiendo por medio de esta oportuna maniobra, ganarle de mano al enemigo que confiado en su superioridad numérica no intensifico la carga contra los españoles. Sobre la marcha despliega la formación en batalla, carga salvajemente sable en mano, el a la cabeza de su tropa, el choque es feroz e impetuoso, el ensordecedor fragor de la batalla explota con todo su poder, San Martín deja 16 cuerpos sin vida que son pisoteados por su brioso corcel, el acero de su mítico sable corvo bebe litros de sangre ese día, toman prisioneros y además se apoderan de todos los caballos del enemigo.

Una circunstancia similar le ocurre en Arjonillas como luego le pasara en el combate de San Lorenzo, ya en suelo patrio; en posesión absoluta del dios de la guerra, nuestro héroe combate como un león enfurecido, dando mandobles de acero a diestra y siniestra, es en un momento, donde a espaldas suya la daga traicionera se propone dar fin a este indómito guerrero, en esas circunstancias es salvado por la oportuna intervención de un soldado de los húsares de Olivenza, su nombre era Juan de Dios.
Esta valerosa acción de San Martín, es aplaudida por todo el ejército español, concediéndole el escudo de honor y resulta ascendido a Capitán del Regimiento de Borbón.

Casi un mes después, el 19 de julio de 1808 tuvo lugar en los mismos campos béticos-giennenses que fueron teatro de Arjonilla, una de las jornadas históricas mas importantes de España, tal vez comparable a aquella gloriosa batalla de 1212, las Navas de Tolosa, la batalla de Bailén.
San Martín lucha en Bailén en las filas del Regimiento de Borbón, y es tan heroica su participación, que el 11 de agosto de 1808, es ascendido a Teniente Coronel de Caballería y condecorado con la medalla de oro por merito en acción.

Esa es, en resumidas palabras, las acciones históricas de nuestro Padre de la Patria como militar en el ejército español, nuestro héroe máximo que forjo, como la hoja acerada de su sable, su juicioso temperamento en las ajetreadas campañas españolas, coronando su sien de laureles.
Luego, los caminos de sus creencias y convicciones lo llevaron a la vereda contraria de la madre patria, dando inicio a la gesta libertadora mas grande de América toda, haciendo de ese aguerrido soldado, el héroe máximo de la nación y protector indiscutido de la libertad.

martes, 18 de noviembre de 2008

Las ejecuciones publicas, el circo de la plebe

Aunque generalmente relacionada con la revolución francesa, la maquina que decapita por medio de una cuchilla que cae entre dos columnas acanaladas es en realidad mucho mas antigua. Versiones pequeñas y primitivas se usaban para la ejecución de nobles ya en el siglo XIV en Escocia. La antecesora de la guillotina, como se conocerá mas tarde gracias a su inventor, fue seguramente la que lo inspiro, “el Fallbrett”, literalmente “tabla de madera que cae”, la cabeza, en estos casos era separada no por una hoja cortante de metal, sino por una tabla de madera, que era golpeada a mazazos por el verdugo, destrozando la carne y las vértebras. Fue entonces, en 1789 que una medico de Saintes, miembro de la Asamblea Nacional, nacido en 1738 y de nombre Joseph Ignace guillotin, el primero en promover una ley que exigía que todas las ejecuciones, incluso la de los presos comunes y plebeyos, se realizaran por medio de una “maquina que decapita de forma indolora”. Una muerte “fácil y rápida” como se creía, ya no era prerrogativa de nobles.
Después de una serie de experimentos sobre cadáveres tomados de un hospital publico, la primera de estas maquinas se coloco en la Place de Greve de Paris el 4 de abril de 1792 y la primera ejecución tuvo lugar el 25 del mismo mes, el agraciado primerizo fue un vulgar asaltante de diligencias. Recientes investigaciones neurofisiológicas revelaron que una cabeza recién cortada, ya sea por hacha, espada, guillotina o cualquier otro método, tiene conciencia que es una cabeza decapitada mientras rueda por el suelo, la conciencia sobrevive el tiempo suficiente para tal percepción.
Después de la ejecución de Luís XVI y Maria Antonieta el 21 de enero de 1793, la “maquina” llamada solo así hasta esos acontecimientos, paso a llamarse “la Louisiette” o “ le Louison”; solo después de 1800 se extendió el termino Guillotina, en honor a su perfeccionador.
La guillotina permaneció en uso en numerosos países incluidos los Estados Pontificios y los Reinos de Piamonte y Nápoles Borbónico hasta 1860.
En Francia fue muy popular hasta la abolición de la pena de muerte bajo el gobierno de Mitterrand en 1981. Joseph Ignace Guillotine murió pacíficamente en 1821, a la edad de ochenta y tres años, luego de haber visto triunfar su invento por toda Europa.

La rueda para despedazar era el instrumento de ejecución mas común en la Europa germánica, después de la horca, desde la baja Edad Media hasta principios del siglo XVIII; en la Europa latina y gala, el despedazamiento se llevaba a cabo con barras macizas de hiero y mazas herradas en lugar de ruedas de carreta. La victima desnuda, era estirada boca arriba en el suelo o en el patíbulo, con las extremidades extendidas al máximo y atados a estacas o anillas de hierro. Bajo las muñecas, codos, rodillas y caderas se colocaban, atravesados, tablas de madera a modo de cuña. El verdugo, asestando violentos golpes con la rueda, machacaba hueso tras hueso y articulación tras articulación, incluidos los hombros y caderas, con la rueda de borde herrado, pero procurando no asestar golpes fatales. Las victimas se transformaban, según las observaciones de un cronista alemán anónimo del siglo XVII, “en una especie de gran títere aullante retorciéndose, como un pulpo gigante de cuatro tentáculos, entre arroyuelos de sangre, carne cruda, viscosa y amorfa mezclada con astillas de huesos rotos” (esto figura en el cuaderno noticiario en octavilla, Hamburgo, 12 de junio de 1607).
Después de este tratamiento, se le desataba e introducía entre los radios de la gran rueda horizontal al extremo de un poste que posteriormente se alzaba. Luego los cuervos arrancarían tiras de carne y vaciarían los ojos hasta que llegaba la muerte, con la que probablemente era la mas larga y atroz agonía que el poder era capaz de infligir. Junto a la hoguera y el descuartizamiento, este era uno de los espectáculos mas populares entre los muchos parecidos que tenían lugar en las plazas de Europa, mas o menos todos los días. Centenares de ilustraciones durante el periodo 1450-1750 muestran muchedumbres de plebeyos y de nobles, deleitándose con el espectáculo de un buen despedazamiento, preferiblemente o, mejor aun, si era una larga fila de brujas.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Tras la huella del guerrero tatuado; los maories


Los maories llegaron a Nueva Zelandia hacia el año 800 d.C. desde la Polinesia tropical, llevando consigo pequeñas ratas, llamadas kiore, perros conocidos como kuri y varias plantas comestibles como la kumara, un tubérculo tan importante para los maories que tenían un dios patrono a cargo de ella. La kumara se secaba, y la guardaban para ofrecerla a los huéspedes de honor. Ésta floreció en la Isla Norte, pues al sur, los cultivos eran irregulares. Los maories de la Isla Sur pescaban, cazaban aves y recolectaban plantas silvestres para alimentarse. Pero la comida típica de todos los maories era un potaje espeso de rizoma (tallo subterráneo) de helecho, que se secaba, se lavaba en agua, se asaba y se molía. Otros alimentos a base de plantas silvestres incluían algas, frondas de helecho, tallos y raíces de col y polen de enea, que se comía al vapor o en pasteles. Los maories del norte hicieron extensos jardines en los claros que bordeaban los bosques; los protegían con bardas y cercas. Los hombres araban los campos con varas de excavar, y las mujeres desbarataban la tierra endurecida, para poder cultivar varias clases de plantas.
Los maories obtenían proteínas de los murciélagos, los kiores, los mariscos y, a veces, de los cuerpos de sus enemigos. Hacia 1800, la enorme e indefensa moa y otras aves fueron cazadas hasta la extinción, pero aun había otras especies de presas en abundancia. Cazaban aves de tierra, como los kivi, con los perros kuri. Otras aves caían en trampas o con lanzas de hasta 9 metros de largo. En las aguas dulces había anguilas y cangrejos, y quienes habitaban en las costas recogían mariscos y huevos de aves marinas. Pescaban con enormes redes, de hasta 800 metros de largo y 10 metros de profundidad, que llevaban al mar en una plataforma transportada sobre dos grandes canoas. La comida excedente era almacenada en bodegas elevadas, para su mejor protección. En el invierno, los maories vestían faldones y largas capas de lino de Nueva Zelandia. Pero con frecuencia, tanto hombres como mujeres iban casi desnudos. Los hombres se tatuaban los rostros y las piernas con figuras impresas mediante cinceles de hueso, que luego eran pintadas con hollín. Las mujeres también se tatuaban la barbilla y los labios. Usaban collares de dientes de tiburón, de perros kuri e incluso de parientes muertos, así como plumas y huesos de ballena en el pelo. El prestigio era muy importante para los maories, y toda ofensa era vengada con violencia. Se desataban las guerras por asuntos de honor, y todo hombre adulto era un guerrero, dado al combate cuerpo a cuerpo con los tradicionales garrotes. Insultar o herir a una persona era considerado una ofensa por toda su tribu, y se procuraba vengarla, generalmente por medio de una acción militar. Esto, a su vez, era vengado por los agredidos. El resultado fue la guerra constante, aunque las batallas a gran escala no eran comunes, pues el máximo honor era acabar con el enemigo a un mínimo costo, tal vez arrasar con el durante una conferencia de paz.
Puesto que la guerra era muy importante para los maories, construían una fortaleza llamada pa, junto a sus pacificas aldeas, a las que llamaban kainga. El pa estaba rodeado por una empalizada, y a veces por terraplenes, colocada para aprovechar al máximo las peculiaridades estratégicas del terreno. Algunos maories se alojaban en el pa cuando sentían el peligro de ser atacados y regresaban a la kainga, tan pronto cesaba el peligro. Las casas de la kainga estaban orientadas hacia el sol naciente y hacia una plaza llamada marae. Cada kainga disponía de un auditorio que, al igual que las casas de las familias importantes, tenia aleros de madera, columnas, puertas y paneles pintados con ocre rojizo; a veces, se decoraban con elaboradas tallas que representaban a los guardianes ancestrales. La casa maori constaba de una sola habitación y un portal delantero , donde las mujeres trabajaban durante el día. El techo y las paredes, muy bajos, estaban recubiertos por paja; las puertas, tan pequeñas, que solo se podía pasar agachados, tenían un panel corredizo para conservar el calor. El humo del fogón salía por una pequeña abertura en el techo y una ventanilla en el muro frontal. Los maories comían en un cobertizo donde el alimento se asaba o hervia envuelto en hojas, en un horno de tierra llamado hangi.
La llegada del pakeha (nombre que dieron los maories a los europeos) cambio abruptamente las costumbres. Se introdujeron comidas extranjeras y los maories dependieron cada vez más de ellas. Ya desde 1804, los maories vendían papas a los balleneros ingleses, en la Bahía de Islas de la Isla Norte, y pocos años después se podían obtener verduras a cambio de clavos de hierro, anzuelos y otros accesorios en toda Nueva Zelandia. Hacia 1830, los maories abastecían de cerdos y frutas a los barcos, e intercambiaban su lino por frazadas, hachas, cuchillos y ropas.
Las herramientas de hierro permitieron a los ebanistas perfeccionar su estilo, y los auditorios aumentaron su decorado. Las jóvenes maories atraían a los extranjeros, y muchos cazadores de focas y ballenas se establecieron con esposas maories. Poco después los caciques exigieron armas de fuego. Ya desde 1815, las tribus maories combatían entre ellas con mosquetes. La destrucción masiva que resulto de estas luchas, agravada por el contagio de las enfermedades europeas, facilitaron la entrada de las doctrinas de paz, llevadas por los misioneros cristianos. En 1840, mediante el tratado de Waitangi, (asediados y sofocados por el colonialismo intruso, artero y expropiador de los sajones), los maories cedieron su soberanía a la reina Victoria, y Nueva Zelandia se convirtió en una colonia de Nueva Gales del Sur.

viernes, 14 de noviembre de 2008

El nacimiento de las aguerridas Ordenes de Caballería


La educación de los señores feudales era esencialmente militar. Pocos sabían leer y escribir, y carecían por lo general de otros conocimientos que no fueran los adquiridos en su vida ruda y belicosa. Su mayor preocupación era destacarse en el arte de la guerra y perfeccionar perfeccionarse en el uso de sus armamentos y en la defensa. El equipo de combate consistía en un casco de metal que cubría totalmente la cabeza, una cota de malla de hierro le protegía el cuerpo; llevaba además una pesada espada de doble filo, una maza, una lanza y un puñal. Para completar su defensa sostenía un escudo de hierro en el que se hallaban grabados los emblemas familiares o blasones. Su caballo estaba protegido por una armadura, asentada sobre una larga túnica. Todo este equipo de combate era extremadamente costoso, y solo personajes de noble cuna y poderoso abolengo podían darse el lujo de costear un equipo así. La belicosidad de estos acorazados caballeros hizo que se multiplicaran las contiendas territoriales entre señores de diferentes regiones, recordemos que sus vidas estaban exclusivamente signadas para el combate, no era concebida la vida en paz. Las consecuencias de estos continuos e interminables enfrentamientos perjudicaban enormemente a los campesinos y vasallos que frecuentemente veían como sus magras cosechas y sus paupérrimas posesiones terminaban arruinadas. Para evitar estos males y poner fin a los excesos de los nobles, la iglesia resolvió instituir la “Tregua de Dios”, que prohibía, por motivos religiosos, guerrear en Adviento, Cuaresma y entre el miércoles a la noche y el lunes por la mañana. La Tregua de Dios fue establecida en el siglo X y origino resistencias por parte de los señores que pretendieron desconocer dicha medida. Para lograr sus pacíficos propósitos, la iglesia peso con la excomunión a los desobedientes. En realidad la teoría del pacifismo de la iglesia estaba bastante lejos de la realidad, ya que el verdadero motor que impulsara esta medida fue que al arruinarse las cosechas, ello atentaba contra la economía en general.
Las luchas personales, estimuladas por el orgullo y el heroísmo, engendraron un nuevo sentimiento, el del honor individual. Junto con él nació un propósito, el mantenerlo intacto, es decir sin manchas. El progresivo refinamiento de las costumbres, y la obligación de defender al débil aumentaron la devoción por la mujer, que alcanzo gran respeto y consideración en la sociedad de la época. Además, las disciplinadas relaciones entre vasallos y señores, regladas por el contrato feudal, dieron vida a un sentimiento de lealtad que obligo a respetar los compromisos y la palabra empeñada. En el siglo XI, la iglesia intervino a fin de encauzar esos principios y creo la orden de la Caballería, institución de carácter religioso-militar, en la que ingresaban los nobles dispuestos a combatir la injusticia, proteger al débil y sostener la religión católica.
Muy pronto, se caballero fue un privilegio al que aspiraron los representantes mas selectos de la nobleza feudal. Las normas rigurosas que reglamentaban el ingreso en la orden, obligaban al aspirante a cumplir, desde muy joven, un largo periodo de educación y adiestramiento, que se completaba, al alcanzar la mayoría de edad, con la ceremonia en admisión en la que era armado caballero. A los siete años entraba al servir como paje a un señor, al que atendía en sus menesteres personales. Simultáneamente aprendía el manejo de las armas, el arte de la equitación y tomaba parte en la vida social del castillo. Al cumplir catorce años, se convertía en escudero e iniciaba su actividad militar, pues acompañaba al señor en sus campañas y participaba con él en los combates. A los veintiún años se hallaba e condiciones de ser admitido en la orden. El ingreso daba motivo a una solemne ceremonia, en la que participaba tosa la nobleza señorial. La noche anterior, el futuro caballero tomaba un baño purificador y vestido con una túnica blanca, confesaba sus pecados. Acompañad por el obispo y el padrino depositaba sus armas en el altar y pasaba la noche entregado a la oración. Al día siguiente, cumplida ya la vela de armas escuchaba misa y comulgaba delante del pueblo. Luego el obispo bendecía las armas y pronunciaba el sermón de los deberes. Cumplida la ceremonia religiosa, el joven aspirante se dirigía ante el señor, y a su pedido, juraba defender la fe, el honor y la justicia. Provisto de sus armas se arrodillaba y recibía el “espaldarazo”, golpe que el señor le aplicaba en el hombro derecho con la hoja de una espada, mientras le decía: “En nombre de Dios, ármote caballero”. Consagrado como tal, el joven montaba en su caballo dispuesto a exhibir su valor y destreza. Mientras tanto, las campanas se echaban a vuelo y los espectadores prorrumpían en aplausos. Aunque la institución de la caballería no logro desterrar las violencias ni los atropellos de los poderosos, consiguió, sin embargo, morigerar las costumbres, disminuir la belicosidad de los señores feudales y exaltar la justicia, el honor y la cortesía; pero en una sociedad donde el arte de la guerra estaba tan por sobre los demás valores, y donde el joven se preparaba durante toda su juventud para entrar en combate, los guerreros medievales supieron encausar todo ese potencial bélico en un enemigo mayor que sus salvajes rencillas, un enemigo muy poderoso que quería sojuzgar occidente, la amenaza musulmana.