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viernes, 21 de noviembre de 2008

La falcata ibera, el terror de las legiones.

Esta espada era en realidad una especie de sable, aunque el arma a la que asemejaría más en la actualidad seria el cuchillo de los Gurkhas, pero superior en peso y tamaño. La falcata se forjaba de una sola pieza, con la empuñadura curvada para proteger la mano, y una pequeña barra cerrando el puño para proteger los dedos, con una forma más o menos ornamental.
Si la barra no cerraba del todo la empuñadura se completaba con una pequeña lengüeta o cadena hecha de cuero o metal.
No solo estaba afilado el borde interno, sino que la mayoría de las veces el filo proseguía dando la vuelta a la falcata hasta una distancia aproximada de un tercio de la longitud total de la hoja. Por lo tanto no solo podía cortar o tajar, sino que también podía pinchar y dar contragolpes con su filo cortante.

Además la especial forma de la hoja, que se ensanchaba en dirección a la punta hacia que el centro de gravedad estuviera mucho mas adelantado que en una espada recta, lo que incrementaba la energía cinética del golpe.
De tal manera los romanos sufrieron sus devastadores efectos, que, según cuenta Polibio: “los bordes superior e inferior del escudo de los legionarios, debieron ser reforzados para contrarrestar el poder destructivo, y además era cosa conocida entre las legiones que no había casco, escudo ni hueso que pudiera resistir su golpe”.

Existe un relato recogido por el gran filosofo cordobés, Séneca, el cual cuenta: “Cuando un viejo legionario, bien conocido por Cesar, se encuentra con él, y no le reconoce en un principio, el legionario quita importancia al hecho diciéndole: No me extraña, Cesar, que no me reconozcas. Cuando nos vimos por ultima vez yo estaba sano, pero en la batalla de Murída me vaciaron un ojo y me rompieron todos los huesos de mi cuerpo. Y tampoco tu reconocerías mi casco si lo vieras, pues fue golpeado por una machaira hispánica (la falcata)”.
Ante esta notable superioridad de la falcata, los romanos, pueblo pragmático por excelencia la adoptaron después de la segunda guerra púnica, aunque como señalan los propios autores clásicos, estos adoptaron el diseño pero no la calidad del acero, el cual nunca pudieron copiar exactamente.

El real origen de la falcata es desconocido, pero podemos señalar tres teorías:
Una, mantiene que es una forma evolucionada del cuchillo curvo del tipo Hallstald, que se desarrollo en la Europa Central y luego se extendería por Italia, Grecia y España, encontrándose tipos de armas muy semejantes entre los griegos, etruscos e hispanos.
La segunda teoría, compartida por los autores clásicos, proclama que es una copia directa de la machaira griega, llamada Kolpis. Esta arma fue llevada a España por mercaderes griegos de finales del siglo VI a.C., o por mercenarios contratados por estos.
Por ultimo existe una tercer teoría, que goza de mucho menos favor internacional, aunque si se acepta en España, que se declara favorable a una creación autónoma de la falcata, sin influencias exteriores.

Ya sea el origen griega o no, lo cierto es que en España, la falcata fue perfeccionada, y todos los autores clásicos son muy claros en esta materia.
El arte de forjar buenas espadas no tenia secretos para los herreros españoles. Según señala Tilos de Siracusa, refiriéndose a su sistema de fabricación y de control de calidad: “Para probar si las hojas de acero preparadas para convertirse en espadas eran de buena calidad, el herrero tomaba la empuñadura con la mano derecha, y la punta con la izquierda, y tiraba de ambos extremos a la vez hasta que con ellos tocaban los hombros; una vez logrado esto, se soltaban de golpe las dos puntas. La hoja era descartada si presentaba cualquier tipo de torsión o deformación”.
Esta calidad se lograba gracias a la extrema pureza del hierro. Diodoro nos cuenta que su sistema de fabricación era muy especial: “enterraban las hojas de metal en bruto, dejándolas enterradas hasta que el oxido se hubiera comido la parte mas débil del metal, quedando únicamente la parte mas sólida. Con este hiero se producían las excelentes espadas íberas”.
Así pues la falcata era de acero, y de acero soberbiamente templado. Su forja tenía algo de especial y mágico. No podía ser forjada por grandes martillos ni golpeada en caliente, o con golpes violentos, debido a que podían, si caían oblicuamente, torcer y endurecer la espada en todo su grosor, de tal manera, que si se intentaba flexarla, solo se conseguía romperla en varios pedazos, por lo compacto de su endurecido material.

Por lo tanto, se debían batir las hojas cuando alcanzaban una determinada temperatura, y con pequeños golpes, para endurecer el exterior y dejar flexible el interior.
La espada, ya terminada, lista para ser blandida por el brazo del guerrero estaba compuesta por tres capas de metal, dos duras y una flexible en el centro.
Para comprobar la veracidad de los antiguos textos se han llevado a cabo análisis a fin de determinar este supuesto alto grado de perfección en su fabricación y el contenido de carbono en el metal. Estos análisis se han realizado sobre fragmentos de falcatas encontradas en una necrópolis ibera.
La parte superficial contenía carbono en alto grado hasta una profundidad de 1/8 de pulgada decreciendo progresivamente hasta llegar al centro de la hoja en la que no había el menor rastro de este.
Se confirmo también la cementación por enterramiento y el temple en agua helada, y su martilleo posterior. Las proporciones de carbono variaban armónicamente, desde 0,3 en el filo hasta 0 en el centro de la hoja.

Estas proporciones difícilmente se hubieran podido mejorar con las más modernas técnicas.
Los mejores ejemplares proceden de la necrópolis de Almedinilla (Córdoba), en donde se encuentran falcatas con empuñaduras de marfil y otras damasquinadas con hilo de plata, muy semejantes a las realizadas hoy en Toledo. Sus dimensiones son variables, oscilando entre los 35cm de la mas pequeña a 60cm la mas larga, aunque la mayoría esta comprendida entre 44 y 48cm. La empuñadura en todo caso no tiene nunca más de 8cm.
Si aceptamos la evolución a partir del modelo griego del Kolpis, podemos intentar una clasificación según los diferentes tipos de empuñaduras, que como dijimos, estaba ricamente decorada.

Los más antiguos ejemplares, datados del siglo V y mediados del siglo VI a.C., copiados al parecer directamente de ejemplares griegos, tienen una cabeza de pájaro moldeada en la empuñadura.
Cuando el uso de esta arma se hizo general, la decoración de la empuñadura cambio a representar una cabeza de caballo. Finalmente, hacia el siglo III la figura de la empuñadura degenero en unos diseños geométricos, funcionales. Los mas antiguos ejemplares encontrados en la necrópolis de Villaricos pueden ser fechados, teniendo en cuenta los vasos griegos que se encontraron en las mismas fosas, hacia los comienzos del siglo IV, aunque existen ejemplares mas antiguos en otros puntos. Esta arma se hizo muy común en los siglos III y II a.C. y siguió estando en uso en el siglo I como atestigua el relato de la batalla de Munda, y aun se utilizaba en el reinado de Augusto.

Cuando el Propretor P. Carisias ordeno acuñar en Emerita Augusta (Mérida) un denario de plata para celebrar la victoria sobre los cántabros en el 22 a.C. entre las armas de los vencidos se incluía la falcata, evidencia del largo uso de esta típica arma hispánica.
La falcata se llevaba en un tahalí o vaina de cuero, madera o tejido basto con refuerzo de hierro en la punta, garganta y charnelas de las hebillas. Tres o cuatro anillas unidas a la vaina permitían al guerrero colgarla de una larga bandolera desde el hombro derecho a la cadera izquierda, en posición casi horizontal, con el lado cortante hacia abajo.
No se sabe con exactitud cuando se dejo de utilizar en España la falcata. Posiblemente se uso perduro en el interior de la península durante largo tiempo, pero no existen una confirmación definitiva.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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Saludos desde Caracas