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miércoles, 10 de septiembre de 2008

Alejandro Magno, el hombre, el dios, la leyenda

La empresa concebida y organizada por Filipo II fue llevada a la práctica por su hijo Alejandro (336 a 323 a.C.), a quien la historia llamo Magno, por la amplitud de sus conquistas y la poderosa influencia que ejercieron en el mundo antiguo. Tenia solo 20 años cunado sucedió a su padre en el trono de Macedonia.Filipo II

Desde pequeño Alejandro demostró las características más destacadas de su personalidad: activo, enérgico, sensible y ambicioso.

De buena presencia, cutis blanco, cabello rubio y ondulado, ojos claros, aunque cuando andaba tenia el habito de inclinar ligeramente la cabeza sobre el hombro derecho.
Su primer maestro lo inicio en los ejercicios corporales y repetidas veces lo comparaba con el héroe Aquiles. A los 13 años el gran filosofo Aristóteles le enseño la politica, la elocuencia y la historia natural. Sabia de memoria los poemas homericos y todas las noches colocaba La Iliada debajo de su lecho. Cuando llevaron a la corte al caballo Bucefalo, salvaje e indómito, solo Alejandro pudo dominarlo y lo convirtió en su favorito. La escena asombro a todos los presentes; entonces Filipo se le acerco y, luego de felicitarlo efusivamente, le dijo: “Busca otro reino, hijo mió; el que yo poseo ya no es bastante grande para ti”. Sin embargo, Alejandro había adquirido el vicio común a los macedonios: la bebida. Se embriagaba con frecuencia y en tales circunstancias perdía el control sobre sus actos, se enfurecía tanto, que hasta en algunos casos llegaba al crimen.
Poco antes de su muerte Filipo abandono a su esposa Olimpia, madre de Alejandro, y se caso nuevamente con la hija de uno de sus generales llamado Atalo. Este, en el transcurso de la fiesta, dijo a todos los presentes: “Roguemos a los dioses que nuestra reina de a luz un heredero”. ¿Y yo-le grito Alejandro-, que significo?” Acto seguido le arrojo al general el contenido de su copa en el rostro. Entonces Filipo –también bebido- saco la espada con ánimo de ultrajar a su propio hijo, pero cayo pesadamente al suelo. “Vedle-dijo Alejandro con sorna- quiere ir de Europa a Asia y ni siquiera puede pasar de una mesa a otra.”
Después del incidente, Alejandro abandono Macedonia, pero al poco tiempo regreso y se reconcilio con su padre. Asesinado Filipo II, Alejandro subió al poder en circunstancias muy difíciles pues había varios pretendientes al trono y, además, las diversas ciudades griegas estaban prontas para sublevarse. Cuando elimino de la corte a sus enemigos, penetro con su ejército en la Hélade, fue reconocido como soberano y reunió en Corinto a los miembros de la Anfictiona, quienes le confiaron el mando de las tropas destinadas a luchar contra los persas.
Posteriormente Alejandro se dirigió al norte y venció a los tracios en las proximidades del río Danubio. Los griegos creyeron que el macedonio había perecido en esa lucha, ocasión que aprovecharon para levantarse nuevamente a las órdenes de Tebas. En siete días de marcha forzada Alejandro llego a las puertas de esa ciudad al frente de 33.000 hombres; los tebanos se resistieron. Entonces ordeno la destrucción total, mientras sus habitantes eran, algunos degollados, los otros hechos esclavos. Con este castigo ejemplar podía emprender tranquilo la conquista asiática, sin temor a nuevos levantamientos. En otoño del año 335 (a.C.) Alejandro regreso a Macedonia para ultimar los preparativos de la guerra contra Persia, que comenzaría en la primavera del año siguiente. En esta época, salio de Pella al frente de 30.000 infantes y 5.000 jinetes, no todos macedonios, pues la mitad de estos efectivos eran griegos. Siguió el litoral tracio y cruzo el Helesponto sin ser molestado por las numerosas naves persas destacadas en el mar Egeo. Desembarco en territorio asiático y, luego de ofrecer sacrificios recordatorios ante las ruinas de Troya, avanzo hasta encontrarse con los soldados del Gran Rey a orillas del riachuelo Granico, donde obtuvo su primera gran victoria. Los sátrapas le opusieron un ejército de 40.000 hombres, en su mayor parte griegos mercenarios. En este combate Alejandro estuvo cerca de la muerte, pues un persa trato de ultimarlo por la espalda, pero salvo la vida gracias a Clito-su fiel amigo- , que de un certero golpe de espada derribo al agresor. Ocupo luego las ciudades establecidas en las costas del Asia Menor; solo le ofrecieron resistencia Mileto y Halicarnaso, motivo por el cual la ultima fue destruida. En la primavera del año 333 (a.C.) desvió su rumbo hacia el norte, penetro en la Anatolia y ocupo la ciudad de Gordio (es allí donde nace la leyenda del “nudo Gordiano”).
Alejandro avanzo en dirección a Siria y Darío III, al frente de 600.000 hombres, le salio al encuentro en Isso, pequeña llanura limitada entre las montañas y el mar. Obtuvo un nuevo triunfo, pues los persas no pudieron accionar en tan limitado espacio y fueron derrotados. Darío huyo amparado en la oscuridad de la noche y dejo en el campo de batalla sus armas y su manto púrpura (símbolo de realeza). Alejandro continúo la marcha rumbo al sur y penetro con su ejército en territorio fenicio; la mayoría de las ciudades se rindieron, con excepción de Tiro que-edificada sobre un islote- se preparo para la defensa. Al cabo de siete meses de heroica resistencia fue ocupada, anulando de tal manera el apoyo que la marina fenicia prestaba a los persas. Palestina prefirió entregarse, con excepción de Gaza, que cayo tras breve asedio.
Luego Alejandro se dirigió a Egipto, donde solo en Menfis había una guarnición persa. Fue calurosamente recibido por el pueblo, favor que supo agradecer respetando la religión del país de los faraones. Rindió homenaje al dios Amón en el santuario que se levantaba en el desierto de Libia. De acuerdo con el oráculo, los sacerdotes dieron al conquistador macedonio el titulo de “Hijo de Amón”. En la desembocadura del Nilo fundo la ciudad de Alejandría, que luego se transformo en uno de los centros mas importantes de la cultura antigua. Dueño de todos los países litorales del mediterráneo oriental, Alejandro se dirigió al interior del imperio persa atravesando los ríos Tigres y Eufrates. En desesperado intento, Darío III lo espero en las proximidades de la llanura de Arbeles con un ejercito superior al millón de hombres, pero desorganizados y sin espíritu combativo. Ante la vista del extraordinariamente numeroso oponente, Parmenio aconsejo a Alejandro que atacase de noche para obtener algunas ventajas, pero este le respondió: “No vería la victoria”. Luego de un sangriento combate, los persas fueron nuevamente derrotados, y Darío huyo hacia la Bactriana, perdiendo no solo la batalla sino su imperio (año 331 a.C.). A los pocos días Alejandro –dueño virtual de oriente- hizo su entrada triunfal en Babilonia. Tiempo después reanudo su avance y tomo Susa, Persépolis y Pasárgada. Luego ocupo Ecbátana y allí se entero de que el sátrapa Beso había secuestrado a Darío y lo llevaba prisionero. Alejandro prosiguió la marcha y, cuando entraba en la Bactriana, recibió noticias de la muerte de Darío, ultimado por sus apresadores. Alejandro envió los restos de su adversario a Persépolis para que recibieran sepultura acorde con la categoría del Gran Rey que fue Darío, no sin antes haber hecho decapitar a los que lo mataron, dijo que un rey solo puede ser muerto por uno de su categoría. Inicio luego una serie de luchas destinadas a someter las comarcas fronterizas situadas al nordeste del imperio persa, guerras que exigieron muchos sacrificios a las tropas y originaron un ambiente de encono hacia el conquistador. Los soldados querían regresar a casa a disfrutar de su gloria, sin embargo Alejandro seguía viendo territorios delante suyo sin conquistar, y el, no se iría sin ellos. Orgulloso de su poder y dominado por la ambición, Alejandro pretendió ser adorado como un dios. En un banquete, su amigo Clito, cansado de tantas lisonjas, le dijo indignado: “No eres un dios, porque los dioses hacen las cosas solos y tu has llegado a ser grande gracias a los macedonios”. Incorporándose, volvió a gritarle: “Sin mi, hubieras muerto en Granico”.
Alejandro, que estaba ebrio igual que Clito, busco su espada, pero uno de los guardias la había ocultado de antemano. Clito fue retirado del lugar por varios amigos, pero regreso por otra puerta y, mirando fijamente a su amigo Alejandro, repitió un verso de Euripides: “Que perversa costumbre han introducido los griegos”. Alejandro arrebato una lanza a uno de los guardias y ultimo a Clito que se desplomo en medio del estupor de los presentes. Arrepentido al instante de su irreflexivo acto, paso tres días encerrado en su tienda y algunos afirman que hasta habría tratado de suicidarse. Para dominar a la India, Alejandro invadió el territorio con sus fuerzas, cruzo el río Indo y derroto al poderoso rey Poros, quien contaba con un ejército aguerrido y disponía de elefantes para el combate. A pesar de la derrota no fue despojado de sus territorios. Cayó prisionero y fue llevado ante Alejandro, quien le pregunto como quería ser tratado. “Como un rey” le respondió Poros. Admirado de la franqueza y la valentía de su adversario el conquistador le devolvió sus tierras, le entrego valiosos obsequios y lo hizo su aliado. Alejandro prosiguió la marcha con intenciones de llegar hasta el río Ganges, pero sus hombres _diezmados por las fiebres malignas y las fatigas- se rehusaron a seguir avanzando, a lo que accedió. Una parte de las tropas emprendió el regreso directamente por tierra; otra, a las órdenes de Alejandro, descendió en diversas embarcaciones por el río Indo hasta Pattala. En ese lugar, el conquistador inicio un penoso viaje por tierra a lo largo del litoral, mientras el resto lo hizo por mar en una flota a las órdenes de Nearco. Debilitado por los padecimientos Alejandro, al frente de su extenuado ejército, entro en Susa, en febrero del año 324 a.C. Terminadas las guerras, inicio la organización de su imperio, basando su política en la unión de la sociedad greco-macedonia con la persa.
Casado ya con una mujer persa (la hermosa Roxana), contrajo segundas nupcias con una hija de Darío. Obligo a ochenta oficiales macedonios a desposarse con doncellas asiáticas y también lo hicieron numerosos soldados. Adopto en la corte el lujo oriental y en algunas ocasiones llego a vestir el traje de gala persa. Se dirigió a Babilonia y, cuando tenía en proyecto nuevas conquistas enfermo repentinamente, victima de sus excesos dicen unos, envenenado otros, falleció al cabo de doce días. Tenía entonces 33 años de edad (año 323 a.C.). En ese momento el ejército de Macedonia perdió la supremacía, nunca más fue lo que con Alejandro, y el mundo perdía al más grande general de la historia. Su límite era el infinito, vivía atormentado por no tener más tierras que conquistar, invicto de mil batallas, Alejandro se fue pero su leyenda, al igual que las del inmortal Aquiles conquistaron todos los rincones de la tierra más allá de su existencia carnal.
La batalla de Gaugamela

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