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viernes, 2 de mayo de 2008

Martin Fierro, un himno al gaucho Argentino.

Poema Martín Fierro

El nombreEn una carta, el autor le explicó a su hija Isabel que bautizó al personaje con el nombre Martín en homenaje a dos personas: su tío de él, Juan Martín de Pueyrredón y Martín Güemes. El apellido Fierro, por el temple de fierro del gaucho de la pampa. La obra
No es admisible decir que es una expresión de folklore argentino. Es, sí, una magnífica y, hasta hoy, insuperada muestra de literatura folklórica de tema gauchesco.
José Hernández no es sólo un poeta eminente con quien culmina el ciclo de los gauchescos. Hernández no se explica en función de sus predecesores. Es un ejemplo único en nuestra literatura. Por las condiciones de su personalidad y las circunstancias de su vida, ha resumido él solo en su obra genial, lo que podría haber sido un proceso dilatado en el curso de generaciones.
Hernández, con el Martín Fierro, irrumpió en la tradición gauchesca como una extraordinaria y colosal variante que relegó a segundo plano todo lo existente, pues el paisano recibió este canto como una expresión insuperable de su propia voz, capaz de interpretar su alma, de compadecerse de sus desdichas y hasta de señalar nuevo rumbo a su destino, a fin de que no sucumbiera en la dramática encrucijada histórica que estaba atravesando. Ambiente natural
El escenario del Martín Fierro es la pampa, que hasta fines del s XIX estuvo dividida por una línea - a trechos difusa y cambiante, según las vicisitudes históricas - a la que se llamó la frontera; en esta franja trágica se sucedieron, en el curso de trescientos años, los choques, relaciones y contactos entre indios y blancos. Esta región enorme, extendida desde la Patagonia hasta Córdoba y desde la costa bonaerense hasta Cuyo, comprende lo que se llamó el desierto y también tierra adentro.


Ambiente histórico y social
La llamada edad de oro del gaucho, la pampa sin alambrados ni fronteras en la que se podía galopar a voluntad, bolear avestruces y potros, enlazar y desjarretar ganado cimarrón y alzado, vivir con absoluta libertad y mudar de pago aún teniendo que pelear cada tanto con los indios.El poema no da referencias históricas precisas.Si se admite la posibilidad de que la edad de oro tenga un sentido de evocación idealizada, no sería exagerado esbozar tres períodos para comprender el desarrollo total del poema: la época de Rosas, coincidente con aquella época feliz para el gaucho (hasta 1852); los gobiernos de Mitre (1862/1868) y de Sarmiento (1868/1874), bajo los cuales sufre el protagonista sus desdichas y la nueva era, que corresponde más al autor que a su obra, en la que se consolida la organización de la sociedad y la justicia, se abren perspectivas de trabajo y de paz con la definitiva conquista de la pampa y se afianzan las instituciones democráticas.A espaldas de la ciudad de fines del s XIX, modernizada y embellecida, quedaba la pampa, que nada quería saber de tan súbitos prodigios. Los gauchos quisieron seguir viviendo dentro de su mundo tradicional hasta que la realidad del alambrado, el ferrocarril, de la inmigración en masa, de las instituciones todavía amorfas y torpes vinieron a intimarle rendición o muerte. Naturalmente, el gaucho, por ser quien era, no pudo entregarse sin pelear. Nadie comprendió entonces que actuaba como mero agente de un enorme y complejo proceso que se manifestaba en esos choques de dos concepciones de la vida, de la economía, de la sociedad. Una, que irradiaba de la urbe con urgencia perentoria; otra que se aferraba al mundo configurado por la tierra y la tradición, al cual el hombre había amoldado funcionalmente su vida, sus condiciones y sus ideales.De ahí que la temible línea de la frontera vino a ser para el gaucho zona de doble frente, al igual de terrible: hacia un lado, la sociedad y el estado, con sus instituciones opresoras y la resaca de su elemento humano, de todo lo cual el fortín era la expresión; hacia el otro, tierra adentro, el dominio del indio, respecto del cual el gaucho fue a su turno, agente de otro proceso paralelo al que él mismo sufría. Contribuyó a su derrota y a su exterminio sin intentar comprenderlo, no obstante que se trataba del señor legítimo de la pampa. El idioma y su expresión
El idioma en que está escrito el poema es, desde luego, el castellano, pero con todos los matices propios del habla típica de los gauchos de la Provincia de Buenos Aires a mediados del s XIX.Debe deslindarse el lenguaje del poema y del propio autor, hombre de ciudad y de gran cultura. Además y aún concediendo que la lengua gauchesca haya sido fielmente interpretada por el poeta, hay que recordar que el hablar campesino tenía variantes locales dentro de ese extensísimo ámbito geográfico y esto, sin contar las mutaciones a través de sucesivas épocas históricas. Por último, el habla gauchesca no equivale a la popular argentina, pues en el país hay regiones lingüísticas muy diferenciadas, léxica, sintáctica y prosódicamente.Distinto es el caso del habla del gaucho bonaerense, cuyas características más notables derivan tanto de sus peculiares deformaciones prosódicas como de conservatismos y arcaísmos castizos, que por momentos se aproximan al castellano de los conquistadoresApreciada a través del poema, la llamada lengua gauchesca aparece robusta, sentenciosa, elíptica, concreta, en todo lo cual se diferencia de ciertas modalidades ciudadanas, especialmente porteñas, que tienden más bien a la charlatanería, al tono oratorio, a la locuacidad, a la redundancia, a la garrulería verbal. Ese tono de sustantividad no deriva sólo de la sustancia de su contenido sino, también, literalmente, de la mayor proporción de sustantivos frente a los relativamente escasos adjutivos calificativos.Predomina el tono coloquial, es decir, no artificioso ni rebuscado, propio de lo que pudo ser la conversación de los gauchos; por eso cobra a veces íntima agilidad zumbona, conservando un modo exterior mesurado y circunspecto, lo que le presta esa intraducible socarronería tan difícil de captar.El poema está escrito en octosílabos, único verso que empleó Hernández, incluídos su romance El viejo y la niña y el comentario al cuadro de Blanez.

El Gaucho Martin Fierro (por Jose Hernandez)
(Les dejo el cap. 3 para que lo lean, narra de una forma como solo Jose Hernandez lo pudo contar desde la perspectiva del gaucho Martin Fierro, la vida en la frontero con el indio.)

Capitulo 3:

Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera,
¡Y que iba a hallar al volver
!tan solo hallé la tapera.

Sosegao vivía en mi rancho
como el pájaro en su nido,
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao...
sólo queda al desgraciao
lamentar el bien perdido.

Mi gala en las pulperías
era, en habiendo mas gente,
ponerme medio caliente,
pues cuando puntiao me encuentrome
salen coplas de adentrocomo
agua de la virtiente.

Cantando estaba una vez
en una gran diversión,
y aprovecho la ocasión
como quiso el Juez de Paz...
se presentó, y ahi nomás
hizo arriada en montón.

Juyeron los más matreros
y lograron escapar:
yo no quise disparar,
soy manso y no había porqué,
muy tranquilo me quedé
y ansi me dejé agarrar.

Allí un gringo con un órgano
y una mona que bailaba,
haciéndonos rair estaba,
cuanto le tocó el arreo,
¡tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo lloraba!.

Hasta un inglés zanjiador
que decía en la última guerra
que él era de Inca-la-perra
y que no quería servir,
también tuvo que juir
a guarecerse en la sierra.

Ni los mirones salvaron
de esa arriada de mi flor,
fue acoyarao el cantor
con el gringo de la mona,
a uno solo, por favor,
logró salvar la patrona.

Formaron un contingente
con los que del baile arriaron,
con otros nos mesturaron,
que habían agarrao también,
las cosas que aquí se ven
ni los diablos las pensaron.

A mí el Juez me tomó entre ojos
en la última votación:
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él dijo que yo servía
a los de la esposición.
Y ansí sufrí ese castigo
tal vez por culpas ajenas,
que sean malas o sean güenas
las listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me enllenan.
Al mandarnos nos hicieron
mas promesas que a un altar,
el Juez nos jué a proclamar
y nos dijo muchas veces:
muchachos, a los seis meses
los van a ir a relevar.

Yo llevé un moro de número
¡sobresaliente el matucho!
con él gané en Ayacucho
mas plata que agua bendita:
siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.

Y cargué sin dar mas güeltas
con las prendas que tenía:
jergas, ponchos, todo cuanto había
en casa, tuito lo alcé:
a mi china la dejé
medio desnuda ese día.

No me falta una guasca
-esa ocasión eche el resto-,
bozal, maniador, cabresto,
lazo, bolas y manea...
¡el que hoy tan pobre me vea
tal vez no creerá todo esto!.

Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero si uste viera
lo que se llama cantón!...
ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.

De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.

En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto
diciendo: -Quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte,
mas bien dése por dijunto-.

A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el Coronel las tenía,
sigun dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.

Al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
pero después... no me atrevo
a decir lo que pasaba...
¡barajo!... si nos trataban
como se trata a malevos.

Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en palermo,
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.

!Y que indios, ni que servicio;
si allí no había ni cuartel
!nos mandaba el Coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.

Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja...
¡la pucha que se trabaja
sin que le larguen un rial!.

Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
se le apean como un plomo...
¡quién aguanta aquel infierno!
si eso es servir al gobierno,
a mi no me gusta el cómo.

Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros;
y los indios, le asiguro
dentraban cuando querían:
como no los perseguían,
siempre andaban sin apuro.

A veces decía al volver
del campo la descubierta
que estuvieramos alerta,
que andaba adentro la indiada,
porque había una rastrillada
o estaba una yegua muerta.

Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión,
y caibamos al cantón
en pelos y hasta enancaos,
sin armas, cuatro pelaos
que ibamos a hacer jabón.

Ahi empezaba el afán
-se entiende, de puro vicio-
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
con un estrutor... ¡que... bruta!
que nunca sabía su oficio.

Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con ataduras de tiento...
las de juego no las cuento
porque no había municiones.

Y un sargento chamuscao
me contó que las tenían
pero que ellos la vendían
para cazar avestruzes;
y asi andaban noche y día
déle bala a los ñanduses.

Y cuando se iban los indios
con lo que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si no se llevaban más
es porque no habían hallao.

Allí sí, se ven desgracias
y lágrimas y afliciones;
naides le pida perdones
al indio: pues donde dentra,
roba y mata cuanto encuentra
y quema las poblaciones.
No salvan de su juror
ni los pobres angelitos;
viejos, mozos y chiquitos
los mata del mesmo modo:
que el indio lo arregla todo
con la lanza y con gritos.

Tiemblan las carnes al verlo
volando al viento la cerda,
la rienda en la mano izquierda
y la lanza en la derecha;
ande enderieza abre brecha
pues no hay lanzazo que pierda.

Hace trotiadas tremendas
desde el fondo del desierto;
ansí llega medio muerto
de hambre, de sé y de fatiga;
pero el indio es una hormiga
que día y noche esta despierto.

Sabe manejar las bolas
como naides las maneja;
cuanto el contrario se aleja,
manda una bola perdida,
y si lo alcanza, sin vida
es siguro que lo deja.

Y el indio es como tortuga
de duro para espichar;
si lo llega a destripar
ni siquiera se le encoge;
luego sus tripas recoge,
y se agacha a disparar.

Hacían el robo a su gusto
y después se iban de arriba;
se llevaban las cautivas,
y nos contaban que a veces
les descarnaban los pieces,
a las pobrecitas, vivas.

¡Ah! ¡si partía el corazón
ver tantos males, canejo!
los perseguíamos de lejos
sin poder ni galopiar;
¡y qué habíamos de alcanzar
en unos vichocos viejos.

!Nos volvíamos al cantón
a las dos o tres jornadas,
sembrando las caballadas;
y pa que alguno la venda,
rejuntábamos la hacienda
que habían dejao rezagada.

Una vez entre otras muchas,
tanto salir al botón,
nos pegaron un malón
los indios y una lanciada,
que la gente acobardada
quedó dende esa ocasión.
Habían estao escondidos
aguaitando atrás de un cerro...
¡lo viera a su amigo Fierro
aflojar como un blandito
!salieron como maiz frito
en cuanto sonó un cencerro.

Al punto nos dispusimos
aunque ellos eran bastantes;
la formamos al instante
nuestra gente, que era poca,
y golpiándose en la boca
hicieron fila adelante.

Se vinieron en tropel
haciendo temblar la tierra.
No soy manco pa la guerra
pero tuve mi jabón,
pues iba en un redomón
que habia boleao en la sierra.

¡Que vocerío! ¡Que barullo!
¡que apurar esa carrera!
la indiada todita entera
dando alaridos cargó,
¡jue pucha!... y ya nos sacó
como yeguada matrera.

¡Que fletes traiban los bárbaros!
¡como una luz de ligeros!
hicieron el entrevero
y en aquella mezcolanza,
este quiero, éste no quiero,
nos escogían con la lanza.

Al que le daban un chuzazo,
dificultoso es que sane.
En fin, para no echar panes,
salimos por esas lomas,
lo mesmo que las palomas
al juir de los gavilames.

¡Es de almirar la destreza
con que la lanza manejan!
de perseguir nunca dejan,
y nos traiban apretaos.
¡Si queríamos, de apuraos,
salirnos por las orejas!

Y pa mejor de la fiesta
en esa aflición tan suma,
vino un indio echando espuma,
y con la lanza en la mano,gritando:
-Acabáu critiano,
metáu el lanza hasta el pluma.

Tendido en el costillar,
cimbrando por sobre el brazo
una lanza como un lazo,
me atropelló dando gritos:
si me descuido... el maldito
me levanta de un lanzazo.

Si me atribulo o me encojo,
siguro que no me escapo:
siempre he sido medio guapo,
pero en aquella ocasión
me hacia buya el corazón
como la garganta al sapo.

Dios le perdone al salvaje
las ganas que me tenía...
desaté las tres marías
y lo engatusé a cabriolas...
¡pucha...! si no traigo bolas
me achura el indio ese día.

Era el hijo de un cacique,
sigun yo lo averigüé;
la verdá del caso jué
que me tuvo apuradazo,
hasta que por fin de un bolazo
del caballo lo bajé.

Ahi no más me tiré al suelo
y lo pisé en las paletas;
empezó a hacer morisquetas
y a mezquinar la garganta...
pero yo hice la obra santa
de hacerlo estirar la jeta.

Allí quedó de mojón
y en su caballo salté;
de la indiada disparé,
pues si me alcanza me mata,
y al fin me les escapé,
con el hilo de una pata.