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martes, 8 de abril de 2008

Historia de la artilleria de avancarga (2)

SEGUNDA PARTE

Los franceses realizaron grandes progresos en su artillería, concentrando todo su esfuerzo en la normalización de los calibres. Fueron ellos quienes lograron, además, una mayor movilidad para sus cañones. Desde 1492, España -considerada una gran potencia- puso su máxima atención sobre la artillería liviana y las armas portátiles. Contaron, por ello, con excelentes arcabuceros que se destacaron durante las guerras en Italia. En esa época, la República de Venecia era el único estado italiano capaz de enfrentarse con los grandes reinos.
Leonardo Da Vinci dedicó varios trabajos escritos a la artillería y estudió la relación entre el largo, el calibre y el alcance del cañón, definió las leyes básicas de la balística, dibujó planos de varios cañones y sugirió el reemplazo de la fuerza explosiva de la pólvora por la expansión de la presión del vapor.
La guerra italiana sucedida entre 1508 y 1516, se caracterizó por la mayor concentración de artillería, por los innumerables cambios de alianzas y, también, por las estrategias y tácticas extremadamente variadas, las cuales imperarían en el siglo XVI cuando la infantería, caballería y artillería actuaron combinadas en unidades tácticas.
El mejor trabajo militar conocido a mediados del siglo XVI, fue escrito por el Mariscal del Ejército Imperial, Reinhart von Solms, publicado en 1556. En sus conceptos, recomendaba que los cañones fuesen divididos en baterías y no agrupados en una única formación, a la vez que consideraba a la artillería como el arma decisiva de la batalla, siempre que fuese criteriosamente empleada.
En 1540, en Nuremberg, el matemático Georg Hartmann inventó el calibrador, una regla métrica que permitía medir el diámetro interior del tubo e indicar, asimismo, el peso correspondiente de las balas de piedra, hierro y plomo que podían usarse. A partir de entonces, ya no fue necesario pesar las balas para determinar la cantidad necesaria de pólvora para cargar el arma. En 1550, un fabricante de municiones alemán perfeccionó una bala de hierro hueca, agujereada, con una carga interior de explosivo iniciada por un detonador, que al ser disparada por un mortero explotaba al impactar contra un obstáculo. No resultó eficiente, pero se ubicó como la precursora de las actuales granadas de artillería. Otro gran adelanto se produjo en Sussex, Inglaterra, en 1542, cuando Ralph Hog de Buxted fundió con éxito tubos de hierro, lo cual posibilitó una mayor rapidez en la producción industrial.
Cabe destacar, en esta oportunidad, que durante el siglo XVI se introdujeron armas portátiles en el equipo de la artillería liviana, lo mismo que arcabuces y mosquetes, apoyados en una horquilla, que disparaban balas de plomo de calibres entre 10 y 15 mm, a una distancia de 245 m. Los dobles arcabuces o serpentines estaban montados en cureñas sobre rueda y sus calibres variaban entre 20 y 25 mm. Al comenzar el siglo XVII, la artillería de varios ejércitos europeos mostraba una incoherente mezcla de armas y equipos. Era, todavía, un arma pesada auxiliar y difícil de manejar, empleada de manera empírica por oficiales que siempre habían confiado en la caballería y en la infantería. En vísperas de la Revolución Francesa, la artillería comprendía cañones y morteros con calibres claramente definidos y equipos intercambiables, mientras que los artilleros y sus cañones formaban una clase aparte del resto del ejército.
Hasta principios del siglo XVIII, los cañones se fundían con un agujero central, método que había sido perfeccionado por los hermanos Keller. Una vez que el tubo había sido fundido y retirado del molde, se procedía al pulido del ánima, por lo que era colocado verticalmente, con la boca hacia abajo, en la máquina de taladrar. Este método no resultó enteramente satisfactorio, hasta que en 1704 un suizo, J. Maritz fabricó fundiciones sólidas y usó el taladro horizontal de los tubos, haciendo rotar los tubos contra un taladro fijo. Este hecho coadyuvó, probablemente, al desarrollo más importante registrado en la fabricación de los tubos, durante el siglo XVIII.
Sin embargo, la novedad de ese siglo respecto de los cañones, fue la carronada, inventada por el general Melville y fabricada por la Carron Iron Company de Falkirk, en Escocia. Originalmente destinada al servicio en el ejército inglés, en 1779 fue puesta en uso a bordo de fragatas, una versión naval que pronto se convirtió en el armamento regular de todos los barcos. Poseía un tubo corto y requería una pequeña carga de pólvora negra. El disparo tenía poca velocidad inicial, pero al alcanzar el blanco causaba mucho más daño que el impacto de un proyectil más rápido, al tiempo que generaba una lluvia de astillas, de la que era víctima la tripulación apiñada en las cubiertas. Lo característico de esta arma eran sus muñones, ubicados en una posición inferior al tubo. Durante el siglo XIX, la ciencia y la técnica realizaron grandes avances en todos los campos del quehacer humano. En referencia a las armas, se perfeccionó la retrocarga, mientras que la producción de nuevos materiales permitía fabricar cañones de mayor resistencia. Estos se pondrían a prueba durante la guerra franco-prusiana (1870-71), e irían adquiriendo mayor eficacia en las siguientes Guerras Mundiales.